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La pieza más codiciada del Este

Bruselas y Moscú se disputan el gran mercado ucranio y su posición estratégica como principal país de tránsito de gas y petróleo de Rusia a Europa

P. B.
Fuente: East European Gas Analysis y elaboración propia.
Fuente: East European Gas Analysis y elaboración propia.EL PAÍS

Situada en el corazón de Europa, Ucrania es hoy una pieza codiciada por Bruselas y por Moscú. Para empezar, sus 45 millones de habitantes, entre los que abundan los especialistas altamente cualificados, y su superficie de más de 603.000 kilómetros cuadrados son dos argumentos de peso en una pugna donde los factores económicos (gran mercado y principal país de tránsito de gas y petróleo de Rusia a Europa, entre otros) se mezclan con los razonamientos políticos y geopolíticos, culturales y psicológicos de los diferentes actores, en dosis no siempre fáciles de analizar.

Pero la nueva guerra fría postsoviética que se libra ahora en el continente encierra una paradoja, porque Ucrania puede no ser un premio, sino un castigo para el vencedor. Lastrada por una enorme corrupción, ese país de gente tan trabajadora como poco afortunada con su clase política, lleva consigo una pesada maleta de problemas que complican sus relaciones ya sea con la Unión Europea, que le ofrece un tratado de Asociación, ya sea con Moscú que la invita a incorporarse a su proyecto “euroasiático” mediante la Unión Aduanera.

En Ucrania no están aún bien consolidadas ni la identidad ciudadana ni las instituciones estatales que son utilizadas en provecho de quienes las representan. La élite política no actúa con sentido de Estado sino a partir de sus intereses de clanes y de los beneficios coyunturales para ellos.

El Tratado de Asociación con la UE y la zona de libre comercio profundizada que lleva aparejado iban a suponer “un periodo muy duro de dos o tres años” para los ucranios, según calculaba Pavlo Gaidutski, del Instituto de Evaluaciones Estratégicas de Kiev. El economista creía no obstante que Kiev debía firmar el Tratado por ser éste una “opción civilizadora” y “modernizadora”. La cuestión planteada tanto ante Bruselas como ante el presidente Víctor Yanukóvich es “¿A qué precio?”. A la hora de la verdad ha resultado que Bruselas no está dispuesta a pagar el precio que Yanukóvich necesita para compensar la pérdida de los mercados rusos con la que el presidente Vladímir Putin le ha amenazado. En otras palabras, Bruselas no quiere pagar el precio que el presidente ucranio necesita para ser reelegido en 2015, a saber préstamos de miles de millones de dólares sin contrapartidas penosas para la población y apertura de los mercados europeos para los productos ucranios. Evocando en cierto modo lo que sucedió en Alemania del Este al ser engullida por la República Federal de Alemania, los empresarios de la UE quieren hoy sobre todo los mercados ucranios para sus productos y no fortalecer a los competidores en Ucrania. Un dirigente de Airbus que se reunió con el jefe de Gobierno ucranio Nikolái Azárov le habría dicho que el avión ucranio An-70 era mejor que el Airbus, pero que él iba a hacer todo lo posible para que Ucrania no pudiera venderlo, según contaba, citando a Azárov, el analista Aleksandr Alesin en el semanario Belorusi y Rinok.

Para los países más orientales de la UE, como Polonia o el Báltico, tener a Ucrania en el club es una forma de conjurar desde su punto de vista el peligro que todavía creen percibir en Rusia, porque una asociación integradora de Moscú se queda coja sin Ucrania. A la larga, una Ucrania que desarrolle instituciones democráticas y garantice la independencia de los jueces podría influir en Rusia y contribuir a la modernización de este país que ahora contrapone cada vez con más ahínco su propio proyecto cultural y político a los proyectos occidentales, aún cuando acepta y goza de la tecnología y de los aspectos mercantiles y económicos de occidente.

La experiencia acumulada en Ucrania ha producido una gran desconfianza hacia sus líderes. La desconfianza se nota en Moscú, que para darle algo a Yanukóvich exige compromisos en firme con el proyecto ruso. Al final, puede que la desconfianza de unos y de otros acabe obligando a los ucranios a plantearse más seriamente cuáles son sus verdaderos intereses como país y cuál es la clase política que necesitan para defenderlos.

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Sobre la firma

P. B.
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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