“Si te portas mal, te va a llevar el haitiano”
La solidaridad de los dominicanos con Haití contrasta con las referencias xenófobas en su imaginario popular contra el país
Todo niño dominicano ha escuchado al menos una vez esta amenaza: “Pórtate bien, que si te portas mal, te va a llevar el haitiano”. En el imaginario popular de República Dominicana, a los haitianos se les vincula con la hechicería, el timo, la violencia y la usurpación. Esta referencia, que proviene de una lectura parcial de la historia común, que comenzó a sedimentarse en los tiempos del dictador Rafael Leonidas Trujillo y ha sido incorporada en el discurso político de la democracia, se ha exacerbado en el debate público sobre la sentencia aprobada el pasado 23 de septiembre por el Tribunal Constitucional, que despoja de la nacionalidad a los dominicanos de origen haitiano nacidos a partir de 1929.
República Dominicana y Haití, las dos naciones que comparten la isla de La Hispaniola, están unidas por una larga historia de solidaridades. El Gobierno de Santo Domingo, representado entonces por el presidente Leonel Fernández, fue el primero en convocar a los donantes de todo el mundo para colaborar en la reconstrucción de la zona metropolitana de Puerto Príncipe, devastada por el terremoto del 12 de enero de 2010. Los dominicanos, aún a pesar de su precaria situación económica, aportaron en esa oportunidad 50 millones de dólares en ayudas y sus hospitales en la línea fronteriza común siguen atendiendo diariamente a cientos de haitianos. Las élites empresariales de ambos extremos de la isla han mantenido un intercambio constante durante el último siglo y al día de hoy, Haití es el segundo socio comercial de los dominicanos.
Pero en la opinión pública se ha impuesto el ruido de nuevos y antiguos prejuicios, que condicionan los apoyos del pueblo llano a la reciente sentencia del Tribunal Constitucional que despoja de la nacionalidad a los dominicanos de origen haitiano nacidos a partir de 1929. Los problemas migratorios que atañen a los dos países, las revanchas de la pobreza común y los llamados al nacionalismo se mezclan hoy con el debate jurídico acerca de la condición de legal de estas personas.
En las calles de la ciudad de norteña de Santiago han comenzado a aparecer pintas que dicen: “Fuera haitiano ilegal”. En los alrededores de la sede Centro de Formación y Acción Social y Agraria (CEFASA), una ONG fundada por la Compañía de Jesús que atiende a la comunidad dominico-haitiana, amanecieron la semana pasada estos carteles: “Dominicano: defiende la soberanía nacional frente a los planes del imperialismo y la Iglesia católica de destruir nuestra nación imponiéndonos la haitianización”. A través de redes sociales como Facebook circula este mensaje con bandera dominicana de fondo: “Ya te dijeron racista? ¡Madura! Solo es un chantaje de los fusionistas. De los que quieren ver la patria de (Juan Pablo) Duarte destruida. A esos, sácalos de la lista de tus amigos. ¡Primero la patria!”.
Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y Francisco del Rosario Sánchez condujeron el movimiento clandestino que en 1844 devino en la Independencia dominicana contra el dominio haitiano, expandido por el Oriente de La Hispaniola 22 años antes, durante el mandato del segundo presidente de Haití, el general y político Jean Pierre Boyer. El 27 de febrero de 1844, los rebeldes dominicanos tomaron la Fortaleza Ozama, una importante guarnición haitiana ubicada en Santo Domingo, y la Puerta de la Misericordia, uno de los principales puntos de entrada a la ciudad. Esta fecha es considerada por la historiografía oficial dominicana como la del nacimiento de la república actual, aún a pesar de que antes, en 1821, hubo también un breve periodo de autonomía de nueve semanas, conocido como la Independencia Efímera, liderada por el escritor y político dominicano José Núñez Cáceres. Años después de la Independencia de Haití, el poder colonial español fue restablecido y entre 1863 y 1865 se produjo la Guerra de Restauración, que al fin acabó en la Independencia definitiva de República Dominicana.
“En esa fase larga y difícil, no hay una situación monolítica de antagonismo perpetuo entre haitianos y dominicanos. Entre el 63 y el 65, los patriotas de la restauración encontraron espacios de cooperación en Haití y algunos de los que estaban en el exilio intentaron entrar a República Dominicana por la vía de la frontera haitiana con la ayuda de sus autoridades”, explica el sociólogo dominicano Wilfredo Lozano, director del Centro de Investigaciones y Estudios Sociales de la Universidad Iberoamericana de Santo Domingo. “Pero lo que conserva la historiografía, sobre todo tras la larga dictadura trujillista y por el poder de las élites conservadoras en la construcción de ese imaginario es la idea de la primera Independencia, del antagonismo haitiano-dominicano, de un choque perpetuo entre Haití y República Dominicana”, continúa Lozano.
Son esas las escenas heroicas que privilegian los libros de texto utilizados en las escuelas para enseñar la gesta de emancipación. Es la lección de historia que repite Delio Jiménez, un electricista de 57 años devenido en chofer de taxi, cuando opina acerca de la reciente sentencia del Tribunal Constitucional. “Es que los haitianos no son agradecidos. Como ellos gobernaron aquí hasta 1844 creen que tienen derecho de hacer lo que quieren y que pueden volver a gobernarnos”, dice Delio, vecino de Villa Mella, un barrio empobrecido del norte de Santo Domingo, poblado a partes iguales por haitianos y dominicanos de todos los orígenes y bautizado así en honor del prócer. Un compañero de línea, César Herrera, que harto de la forma de conducir de sus compatriotas hace planes para emigrar a Estados Unidos y reunirse en Nueva York con su familia, refuta el argumento de Delio: “¿Y después (de esa sentencia) con qué cara vamos a ir a pedir los dominicanos que nos den papeles en otro lado? ¿Qué vamos a estar reclamando cuando los deporten a todos”.
Todo haitiano o dominicano de origen haitiano que vive en República Dominicana también ha escuchado al menos una vez esta amenaza: “Te voy a llamar a la camiona pa’ que te lleve”. En la jerga popular ‘la camiona’ es el bus que utilizan la Dirección Nacional de Migraciones y el Ejército para detener inmigrantes ilegales y ponerlos al otro lado de la frontera. Algunos empresarios de la construcción acostumbran llamar a ‘la camiona’ para que recoja a los obreros sin documentos que ya han acabado el trabajo y se los lleve antes de pagarles. Y en efecto, ‘la camiona’ pasa y se los lleva.
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