Polémica en Italia por celebrar en Sicilia el funeral por la tragedia de Lampedusa
El alcalde de Agrigento avisa de que la ceremonia puede quedar reducida a “un desfile de políticos”
Un funeral sin ataúdes ni familias, en un puerto turístico, a más de 200 kilómetros de donde ocurrieron los naufragios, dos semanas y media más tarde… ¿Es esto todo lo que puede ofrecer Italia a la memoria de los niños pequeños, las mujeres embarazadas, los jóvenes que huían de la guerra o del hambre y se ahogaron frente a las costas de Lampedusa? Mientras los vecinos siguen haciendo su parte, compartiendo lo poco que tienen con quienes no tienen nada, las autoridades no cumplen con lo prometido. La decisión del Gobierno de celebrar este lunes en Agrigento, una ciudad de 60.000 habitantes al sur de Sicilia, un remedo del solemne funeral de Estado prometido por el primer ministro, Enrico Letta, ha provocado una polémica que amenaza con ir a más.
El primero en dar la voz de alarma fue el propio alcalde de Agrigento, Marco Zambuto, quien avisó de que la ceremonia puede quedar reducida a “un desfile de políticos”. Según Zambuto, es absurdo honrar a las víctimas en un muelle donde jamás se ha producido un desembarco y, además, tanto tiempo después: “Para eso, mejor sería que se celebrase en el cementerio, donde ya han sido enterradas casi 80 víctimas del naufragio del 3 de octubre. Pero lo más lógico, en cualquier caso, es que hubiese sido en Lampedusa”. La alcaldesa de la isla está de acuerdo. Giusi Nicolini se siente, como tantos familiares de inmigrantes, estafada. “Ni yo ni nadie de Lampedusa irá a la ceremonia”, advirtió, “si hubiéramos sabido que se celebraban así los funerales, los hubiéramos organizado nosotros antes de dejar salir los féretros de la isla”.
Pero, el pasado miércoles, después de dos semanas sin saber qué hacer con los más de 300 cadáveres alineados en el hangar del aeropuerto, el Gobierno dispuso que dos barcos de guerra se los fueran llevando hacia Sicilia, donde han sido distribuidos por cementerios de pueblos y ciudades. La presidenta de la Cámara de Diputados, Laura Boldrini, quien antes de dedicarse a la política fue la portavoz en Italia de la agencia de la ONU para los refugiados, asistió ayer a uno de los entierros. A la salida del cementerio de Mazzarino, un pequeño pueblo siciliano donde se dio sepultura a 11 niños y siete adultos, Boldrini dijo: “No quiero entrar en polémicas, pero para hacer frente a la indiferencia hay que ver en la mirada de estos niños que llegan a Lampedusa la de nuestros propios hijos. Y recordar además que nuestros bisabuelos también tuvieron que dejar Italia para irse a trabajar por el mundo”.
Mientras a las costas italianas siguen llegando oleadas de inmigrantes —ayer fue interceptado junto a Siracusa un barco procedente de Egipto con 254 personas, 90 de ellas niños—, Mosé Zerai, un sacerdote eritreo que desde hace años constituye una referencia para los miles de africanos que cada año llegan a Italia, ha escrito una carta al ministro del Interior, Angelino Alfano, en la que le comunica que los familiares de las víctimas se sienten engañados: “No solo porque no se celebrará el funeral de Estado. Sino por haber diseminado los ataúdes por los cementerios de Sicilia. Hubiera sido importante enterrarlas en un mismo lugar, bajo una lápida erigida en su nombre”. Un gigantesco cementerio de lápidas sin nombre que hiciera imposible el olvido.
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