La tercera marcha de profesores brasileños acaba de nuevo en conflicto
Unos 200 jóvenes vestidos de negro y con el rostro cubierto protagonizaron los enfrentamientos con la policía
Entre 7.000 y 10.000 personas, según fuentes policiales y sindicales, se han manifestado este martes en las calles del centro de Rio de Janeiro en la tercera marcha de los profesores públicos, en huelga desde el 8 de agosto. La manifestación estaba liderada por el sindicato de docentes SEPE que, además de mejoras salariales para todos los maestros, denuncia aulas abarrotadas, colegios poco acondicionados, falta de material y un modelo de meritocracia que, dicen, acaba beneficiando a las escuelas con más medios, normalmente en zonas privilegiadas de la ciudad.
Frente a los profesores, simpatizantes y militantes de partidos de izquierda, caminaba un grupo de unos 200 jóvenes vestidos de negro y con el rostro cubierto que, al acabar la protesta, fueron los protagonistas por los enfrentamientos con la policía. Tras la retirada de la mayoría de los manifestantes, sobre las ocho y media de la tarde, el clima pacífico se esfumó y comenzó la confusión que se saldó con, al menos siete detenidos. Se cerraron las estaciones de metro, los agentes lanzaron varias bombas de gas lacrimógeno y los enmascarados –la ciudad del Carnaval prohibió recientemente cubrirse el rostro por su causa- prendieron fuego, entre otras cosas, a un coche patrulla. Los Black Bloc se consideran el escudo contra la violencia policial, aunque no siempre queda claro quién comienza la provocación.
Varios profesores mostraron su disgusto por la llegada de los chavales, algunos aún con cuerpos de niños, que ondeaban banderas negras y gritaban consignas como: “Tú que no estudiaste, tienes que estudiar, para no convertirte en policía militar”. Los maestros, sin embargo, caminaron junto a ellos sin hostilidades. Los profesores tampoco demuestran demasiado afecto por los agentes a los que critican por la violencia que ejercieron contra ellos durante su primera marcha el día 1 de octubre. “No les hemos convocado [a los Black Bloc], pero esto es una vía pública y no vamos a pedirles que se vayan. Sí les hemos pedido que no hagan el vándalo y ellos han aceptado, pero el problema es la policía. Cualquiera reacciona si le lanzan una bomba de gas”, dice agitada la maestra Lidia Coutinho, de 55 años.
Entre el grupo de enmascarados estaba Adriano con su monopatín como escudo. Contaba su historia desde la calma, pero advertía de que habría choques al final de la marcha. Adriano es de la zona norte de la ciudad, donde el Rio turístico y colorido de Ipanema queda muy lejos, mucho más si es en el deficiente transporte público municipal. Su madre es vendedora de seguros, su padre portero y los dos, dice, apoyan que él esté allí. “Comencé yendo a las manifestaciones de junio como cualquier otro, pero me fui dando cuenta de que esta era la mejor manera de protestar. Yo no soy anarquista, pero quiero una democracia real, donde todos seamos iguales, no solo en educación. Tenemos que ser iguales en la salud, en la seguridad y en la justicia. Los que más he vivido en mi infancia ha sido los problemas de seguridad, ver con mis propios ojos la complicidad ente policías y bandidos. A nadie le gusta la policía aquí”, explica con el rostro descubierto. Adriano quería hacer la carrera militar. “Obviamente he cambiado de idea”.
La marcha comenzó a las cinco de la tarde en la Iglesia de la Candelaria, en el centro de la ciudad, y recorrió con tranquilidad el kilómetro y medio que la separa de la Cámara Municipal. La Cámara, objetivo de los manifestantes desde junio, aprobó el 1 de octubre la conflictiva ley que regula las nuevas condiciones de los maestros y que ya ha sido anulada por la Justicia a petición de la oposición del alcalde del PMDB, Eduardo Paes, aliado de la presidenta Dilma Rousseff. La norma contempla un aumento de cerca del 15% del salario de los maestros a lo largo de cinco años. El sueldo base de la categoría que menos cobra ronda los 1.300 reales (unos 600 dólares) por 22,5 horas semanales.
La Cámara, blindada para la ocasión con candados y verjas interiores, estaba rodeada por policías militares, las calles cercanas se bloquearon con vallas metálicas y decenas de agentes, y se retiraron todas las papeleras de alrededor para evitar que acabasen quemadas por los manifestantes. Dentro del edificio, escondido en la oscuridad de los corredores, aguardaba un destacamento de policías de choque, los agentes destinados a contener las manifestaciones cuestionados a diario por su violencia.
A las siete de la tarde se oyeron los primeros dos disparos. No había tumulto ni actos de vandalismo más allá de dos graffiteros pintando en las paredes del edificio consignas contra la policía: “No se pega al profesor. Tampoco al alumno”.
Mientras que los profesores comenzaban a retirarse con orquesta incluida, el clima de tensión rodeaba a los Black Bloc, la sensación de tener que salir corriendo era permanente. Fue a partir de las ocho y media cuando comenzaron los primeros enfrentamientos, habituales en las protestas de Rio y que también han sido la marca de las protestas de los maestros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.