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Maduro pide poderes para gobernar por decreto durante un año

La Ley Habilitante, aprobada por el parlamento, otorga al Poder Ejecutivo la facultad de legislar

El presidente Nicolás Maduro saluda al lado de su esposa y Diosdado Cabello.
El presidente Nicolás Maduro saluda al lado de su esposa y Diosdado Cabello. Juan Barreto (AFP)

Nicolás Maduro huye hacia adelante. En su discurso de la noche de este martes ante la Asamblea Nacional para pedir poderes especiales que le permitirán legislar por decreto, el presidente venezolano quiso refutar el carácter coyuntural de la grave crisis económica y de gobernabilidad que enfrenta su joven gestión, con apenas seis meses en el poder. Por el contrario: sostuvo que se trata de expresiones de una distorsión histórica y estructural, casi cultural, a la que se propone enfrentar con un espíritu de reconstrucción fundamentalista: “Debemos traspasar la barrera de no retorno de la revolución”, dijo, citando a Hugo Chávez, “y garantizar la irreversibilidad del camino al socialismo”.

Maduro ha pedido autorización para gobernar Venezuela por decreto durante un año. Con esos poderes pretende imponer “una nueva ética política” y “transformar la economía”. Aunque no adelantó las leyes que en la práctica impulsaría con esas facultades ni tampoco enumeró los temas en los que espera aplicarlas. A lo largo de su intervención de casi tres horas asomó posibilidades inquietantes que apuntan hacia la habilitación de tribunales populares –“no se pueden poner cortapisas a la contraloría del pueblo que quiere vivir en una nueva ética”-, una mayor estatización de la sociedad –“la burguesía todavía capta el 70 por ciento de la renta petrolera”-, y un control específico sobre los medios informativos –donde “domina la mentira y se devalúa la verdad”-”. De manera también tangencial, dio a conocer su criterio de que se debe conceder una “autoridad reforzada” para la Contraloría General de la República, e imponer la pena máxima y un castigo ejemplar a los reos de corrupción.

Pero el presidente venezolano no quiso dejar dudas de que, al consignar su proyecto de Ley Habilitante, pretende radicalizar una revolución autodenominada Bolivariana que hasta ahora ha consentido bolsones de liberalidad y tolerancia: “No he venido a pedir a la derecha ni tregua ni cuartel”, advirtió a sus adversarios a la vez que interpelaba a sus compañeros de partido: “Prepárense para la ofensiva que viene”.

Al aludir a sus camaradas no pareció jugar sino, de hecho, pareció que los amenazaba con una purga interna en lo que llamó “una revolución dentro de la revolución”. En una velada referencia a la boliburguesía –la clase empresarial que, en conexión con líderes políticos y funcionarios del chavismo, ha amasado enormes fortunas-, calificó de absurdo que la revolución pudiese dar origen a una nueva clase adinerada por lo que anunció el regreso del “látigo de Chávez”.

Acosado por el momento más crítico de la revolución que Chávez fundó en 1999 –y que en 2006 declaró “socialista”-, desde principios de la sesión especial del parlamento venezolano, Maduro emitió múltiples señales de que se preparaba para ejecutar un movimiento clave. Acudió en traje formal, con la banda presidencial terciada sobre el pecho. Hizo convocar a los representantes de todos los poderes del Estado y del alto mando militar, así como algunos de los embajadores más conspicuos del régimen en el exterior. Aunque todo procuraba transmitir solemnidad –un concepto casi antagónico con el chavismo-, Maduro se permitió algún detalle coloquial como cuando mostró la estatuilla de José Gregorio Hernández, un médico venezolano de principios del siglo XX, parte de un culto popular milagrero que la Iglesia Católica a regañadientes ha accedido a registrar en sus expedientes de santidad. El presidente anunció que se lo enviará a la presidenta argentina Cristina Fernández para que supere su convalecencia.

Fueron pocas esas salidas improvisadas del guion. Un guion que por primera fue explícito: contrariando la costumbre de su mentor y “líder eterno” y la suya propia, Maduro leyó el discurso. El texto, trufado de citas eruditas y menciones a Maquiavelo, Derrida, Aristóteles , Churchill o –cómo evitarlo- Bolívar, fue bosquejando el retrato robot del enemigo declarado de la revolución: la burguesía, a la que el presidente venezolano calificó indistintamente de “desalmada”, “apátrida” y “parasitaria”. Sólo que ahora la revolución decide combatirlo no con una consigna de lucha de clases sino bajo la bandera menos controversial de la lucha contra la corrupción. De acuerdo a Maduro, la burguesía necesita corromper a los funcionarios del Estado para asegurarse el control continuo de los destinos de la renta petrolera. Ahora le declara a ellos la Guerra a Muerte, parafraseado el título de un decreto de Simón Bolívar.

Maduro entregó el proyecto de ley al número dos del chavismo y presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, a quien ahora corresponde informar de para qué día se convocará la próxima sesión parlamentaria donde se va a discutir y votar la solicitud presidencial.

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