La política es cosa de los políticos
Letta estaba destinado a ser el segundo primer ministro devorado en solo año y medio por los intereses particulares de Berlusconi. De hecho, el guión parecía calcado.
A finales de 2012, justo un año después de que llegara de Bruselas tirando de su maleta de ruedas y de su enorme prestigio internacional, el profesor Mario Monti anunciaba su dimisión al frente del Gobierno técnico por una razón muy parecida a la vivida estos días por Letta: el Pueblo de la Libertad (PDL) lo había amenazado —solo amenazado— con retirarle la confianza.
No se trataba entonces, como tampoco ahora, de ningún desacuerdo por la acción de un Gobierno que, como ahora, venía siendo sostenido por el centroizquierda del Partido Democrático (PD) y por el centroderecha de Berlusconi.
El detonante de la ruptura, también como ahora, fue la infinita deuda con la justicia de Il Cavaliere y, sobre todo, su frontal negativa a hacerse cargo de los muchos y muy diversos delitos cometidos en sus dos décadas de liderazgo político e incluso antes —en los setenta, ya había acordado un pacto de no agresión con la Cosa Nostra—.
Las semejanzas son aún mayores, pero tal vez solo merezca la pena recordar tres y de pasada. La primera es que, entonces como ahora, Berlusconi fue condenado por evasión fiscal en el caso Mediaset —entonces en segunda instancia, ahora de forma definitiva (un primer ministro defraudando al fisco del país que gobierna)—. La segunda coincidencia es que el enfado de Il Cavaliere fue comprobar que ni Monti entonces ni ahora Letta parecían dispuestos a ofrecerle un subterfugio para que escapara de la justicia.
Y la tercera es su tremendo enfado con la actitud del presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien lo había empujado fuera del poder para poner primero a Monti y luego a Letta sin compensarlo con lo único que ni su inmensa fortuna ni sus éxitos electorales le podían comprar: una amnistía, un punto final, un disparo de nieve que borrara a los jueces para siempre de su vida.
Siendo tantas las semejanzas de entonces y ahora, Berlusconi logró a finales de 2012 doblegar a Monti y ponerlo en fuga, mientras que ahora con Letta —con menos prestigio internacional e incluso menos conexión transversal con los poderes fuertes de Italia— no lo ha conseguido.
La clave está en que Letta es un político puro y duro. Culto, bien preparado, con principios, pero solo un político. Para lo bueno y para lo malo. Entrenado para tener ideales, pero sobre todo para defenderlos a cara de perro, por encima y si hace falta por debajo de la mesa. Crecido por y para la política, capaz de averiguar cuándo el de enfrente —tan político como él— tiene malas cartas en la baraja y atacar.
Mario Monti llegó de Europa para arreglar Italia, pero renunció, vencido, solo 15 meses después. Enrico Letta sabía que no sería posible sin quitar de la circulación a Silvio Berlusconi y, en cuanto su rival dio un paso en falso, atacó.
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