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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Escocia dentro de un año

La identificación con el derecho a decidir dista mucho de equivaler a un voto independentista

El 18 de septiembre de 2014, los ciudadanos escoceses podrán acudir a las urnas para dar respuesta a una escueta y rotunda pregunta: “¿Debe ser Escocia un país independiente?”. Según los sondeos disponibles —que son muchos—, desde hace ya meses predominan, y de forma clara, los predispuestos a contestar negativamente: la por ahora última encuesta, publicada el pasado día 13, estima en un 49% los votos contrarios, hoy por hoy, a la independencia, frente a tan solo un 32% a favor. Lo que, ciertamente, supondría un bien pobre resultado teniendo en cuenta que el Partido Nacional Escocés (SNP) ganó inesperadamente, y por mayoría absoluta (69 de los 129 escaños en disputa), las elecciones al parlamento escocés del 5 de mayo de 2011, a las que concurrió con un programa cuya promesa estrella era precisamente este ya convocado referéndum.

Los promotores del secesionismo no pierden, sin embargo, la esperanza de que, a última hora dentro de un año, pueda ocurrir, como en mayo de 2011, lo inesperado. En marzo de aquel año, y a dos meses ya tan solo de la cita electoral, todos los sondeos coincidían en estimar una holgada victoria del Partido Laborista, con hasta 15 de puntos de ventaja sobre el SNP. En abril, sin embargo, pasaron a detectar un práctico empate. Los últimos sondeos, pocos días antes de la votación, anticiparon un vuelco espectacular: una clara victoria (y por hasta 11 puntos de diferencia) del SNP —que fue lo que finalmente ocurrió—.

Pero ahora, sin duda, las circunstancias son otras. Conviene recordar que en aquellas elecciones solo participó la mitad del cuerpo electoral escocés (la abstención fue, en conjunto, del 49,6%). Algunas voces en Westminster han sugerido que el referéndum solo sería plenamente significativo si los votos a favor de la independencia representasen como mínimo el 40% del censo electoral (1,6 millones de votos). Con una participación similar a la de las elecciones de 2011 (apenas dos millones de votantes) ese umbral solo se podría conseguir con una distribución final del voto emitido del orden del 80% a favor del sí frente a solo 20% a favor del no, lo cual por el momento resulta más que dudoso. Solo en la inverosímil hipótesis de una participación masiva (¿alrededor del 80%, es decir, de unos 3,2 millones?) parece pensable una victoria del sí por más de ese 40% del censo.

Debe tenerse presente también que los datos de opinión disponibles indican que, en estos momentos, buena parte de la ciudadanía escocesa se inclina más bien por una “casi ruptura”, es decir, por una ampliación al máximo posible del actual proceso de “devolución” de competencias, pero sin llevar las cosas hasta el extremo de una secesión respecto del Reino Unido. El primer ministro británico, David Cameron, sabedor sin duda del peso real entre los escoceses de esta opción intermedia, logró, en la negociación con el líder independentista Alex Salmond, imponer que la pregunta quedara formulada de forma rotunda e inequívoca: la opción pura y dura entre un sí o un no, sin medias tintas. Y queda, por último, la incertidumbre respecto a si una secesión conllevaría la salida de Escocia de la UE. Esta se ha pronunciado ya con claridad sobre el hipotético caso de Cataluña, pero subsiste ambigüedad en el caso escocés.

Una breve nota final: en estos últimos años, una masiva mayoría ciudadana, y tanto en Escocia (70%-75 %) como en Cataluña (un 80%), se ha declarado partidaria, en los sondeos, de un referéndum sobre la independencia (lo que, cediendo a una admirable argucia conceptual —como bien la ha definido Javier Cercas— aquí hemos dado en denominar “derecho a decidir”). Los datos referidos a Escocia invitan a concluir que la obvia masiva identificación emocional que no puede sino suscitar lo que de ese modo se define (y que, subliminalmente, remite ni más ni menos que al derecho a la libertad) dista mucho de equivaler, sin más, a una opción neta por el independentismo. De hecho, en Cataluña, pese al aludido 80% y con una ciudadanía que masivamente reconoce no estar adecuadamente informada de lo que la secesión podría acabar suponiendo, apenas el 50% se muestra partidario del sí en un hipotético referéndum independentista —un 41% cuando se sugiere que la independencia podría suponer la salida de Cataluña de la UE, según datos recientes de Metroscopia—.

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