La demora de un ataque decepciona a los aliados de EE UU en Oriente Próximo
Israel teme que al no atacar a Siria se transmita debilidad frente a Irán y su programa nuclear Las monarquías del Golfo habían apoyado firmemente una intervención armada
“Si nosotros no nos defendemos a nosotros mismos, ¿quién nos va a defender?”. Al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, le quedó claro esta semana que el cortejo diplomático entre Rusia y Estados Unidos iba a aplazar sine díe un ataque norteamericano a Damasco. Receloso siempre del eje que forman Rusia, Irán y el gobierno de Bachar el Asad, Netanyahu ordenó a su gobierno que ajustara sus propios planes de contingencia para evitar que le afecte la guerra civil que se ha cobrado ya más de 100.000 vidas, pero no puedo evitar citar el miércoles esa máxima del sabio Hilel el Viejo en un discurso, para añadir: “Nosotros nos protegeremos. Y la traducción práctica de esa norma es que Israel será capaz de defenderse de cualquier amenaza”.
La dilación del ataque ha enervado a los aliados de EE UU en Oriente Próximo y el mundo árabe, sobre todo aquellos que habían tomado posiciones claras ante una intervención armada, como Arabia Saudí o Catar. En la cúpula política y militar israelí ha molestado lo que se considera una mera compra de tiempo por parte de El Asad y su patrón en Moscú, porque supone un titubeo ante el tercer nodo del eje, Irán, que mantiene en pie su programa nuclear. “La teoría de que EE UU vendrá a ayudar a Israel en el último minuto, y atacará Irán para acabar la alarma nuclear, parece mucho menos probable”, decía recientemente Amos Harel en el diario israelí Haaretz. Y ante los países árabes, añadía, Obama ha aparecido “débil, dubitativo y vacilante”.
Ya lo constató el propio Bachar el Asad, presidente sirio, en su reciente entrevista con el periodista norteamericano Charlie Rose, cuando dijo que él no es “el único jugador en esta región”. “Hay diferentes partes, diferentes facciones, diferentes ideologías. Hay de todo en esta región”, añadió. Además de Israel, los gobiernos árabes suníes, incluidas las monarquías del golfo Pérsico, buscaban un aviso a Irán y sus satélites, incluido El Asad y la milicia libanesa Hezbolá. En sus comparecencias en el Congreso, el secretario de Estado norteamericano John Kerry llegó a dejar a esos aliados al descubierto. Dijo que se habían ofrecido incluso a pagar los costes de un ataque con misiles, y llegó a jactarse del respaldo incondicional de Arabia Saudí y Catar.
Ambas monarquías del Golfo han invertido miles de millones de dólares en armar a los rebeldes sirios que en su inmensa mayoría son, como ellos, suníes, frente al eje chiíta de Irán y Hezbolá, alineado con la secta alauita de El Asad. El jueves, los representantes de los rebeldes sirios, completamente desencantados con Washington, dijeron que Saudi Arabia ha aumentado en días recientes los envíos de armamento ligero y misiles antitanque a través de Jordania. Por su parte, el general Salim Idriss, comandante del Ejército Libre Sirio, brazo armado de la oposición moderada, rechazó el jueves “completamente” cualquier acuerdo de desarme químico entre EE UU y Siria, y dijo que sus hombres se sienten, cada vez más, “dejados de lado”.
Cunde en la zona un profundo escepticismo ante la oferta rusa de facilitar el desarme químico de El Asad. Al fin y al cabo, Moscú lleva años vendiendo a Damasco las armas convencionales que ahora se emplean para los ataques contra la población en zonas rebeldes. Y los países vecinos de Siria llevan 30 meses sufriendo las consecuencias de la guerra, incluidos los dos millones de refugiados y los coches bomba que han explotado en Líbano y Turquía.
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