Los bebés de la Intifada
Mientras las conversaciones de paz de Oriente Próximo se eternizan, los presos palestinos en Israel se las ingenian para ser padres
A pesar de que sus padres biológicos no se han visto a solas desde hace 12 años, Majd al Rimawi nació el 31 de julio en el centro médico Razan de Nablus en buen estado de salud y con 2,9 kilos de peso. Su padre, Abdul Karim Rimawi, ingresó en prisión por un ataque contra soldados israelíes durante la segunda Intifada en 2001. Desde entonces no ha tenido visitas conyugales con su mujer, Lidia. Ella mantiene que el embarazo se produjo porque extrajo a escondidas de prisión el esperma de su marido y se lo entregó al doctor Salem Abu Jaizaran, quien la inseminó artificialmente. Al menos 26 mujeres de presos palestinos dicen haber recurrido a la misma técnica, bendecida por las autoridades religiosas y políticas, para tener descendencia a pesar de que sus maridos cumplen largas condenas en cárceles de Israel.
“Al principio dudé, temía no tener el apoyo de la comunidad”, confiesa Lidia, de 36 años, con su hijo en brazos, en su casa en el pueblo de Beit Rima. La televisión pública palestina emite en ese momento un programa monográfico sobre ella, al que los espectadores llaman para felicitarla en antena. Fue precisamente algo que vio en televisión lo que le dio a Lidia la determinación de acudir al doctor Abu Jaizaran. Hace un año escuchó en las noticias que Dallal Ziben, cuyo marido cumple 32 cadenas perpetuas por una serie de atentados con numerosas víctimas en Jerusalén, había dado a luz a un hijo. Decía que era de su marido, de quien un doctor había empleado el semen, extraído de la cárcel. La apoyaban su familia y su mezquita.
A Lidia, aquello le dio esperanzas, porque le consumía la angustia de pensar que cuando su marido saldrá de prisión ella tendrá 50 años, demasiados para quedar encinta. Ya tiene una hija, Rand, de 13 años, que tenía meses cuando su padre fue encarcelado. Pero ella y su marido querían un varón. Tiene permiso para ver a Abdul Karim, de 36 años, en una prisión en Beersheba (Israel), dos veces al mes, durante 45 minutos, con cristal o reja de por medio, ante la mirada atenta de los guardas.
“Las mujeres palestinas sufren mucho”, dice el doctor Abu Jaizaran, de 56 años, en su clínica de Ramala, explicando qué le ha llevado a tratar a mujeres como Lidia de forma gratuita, aun cuando el procedimiento tiene un coste estimado de 3.000 euros. “Muchas se casan jóvenes y después de pocos meses o años su marido ingresa en prisión para cumplir largas condenas. Primero hacen el sacrificio de esperar al marido. Cuando el marido sale, si es que sale, son demasiado mayores para poder quedar embarazadas. Entonces la familia del marido le obliga a este a tomar otra mujer. Mi idea era aliviar algo ese peso de la mujer palestina”.
Educado en Reino Unido, Abu Jaizaran abrió en 1995 la primera clínica de fertilidad en Cisjordania. En 2003, la familia de un preso le preguntó si sería posible inseminar a la esposa de este con esperma extraído de prisión. Él sabía que un embarazo por esos medios era científicamente posible, pero prefirió esperar, temiendo las reservas políticas, religiosas y sociales. En los años siguientes, las autoridades religiosas palestinas emitieron varios edictos en los que aceptaron la práctica y, según Abu Jaizaran, el presidente Yasir Arafat llegó a respaldarla antes de morir en 2004.
La primera inseminación, la de Dallal Ziben, tuvo lugar en 2011 y resultó exitosa en el tercer intento y tras un aborto natural. Los padres eligieron el sexo del hijo, un niño. Lidia, por su parte, mantiene que en su caso prefirió que tomara su curso la naturaleza, que le dio un varón. El doctor no toma parte en la extracción del esperma de prisión. Lo recibe de la familia, con al menos cuatro certificados que den fe de que el semen es del preso en cuestión, dos firmados por la familia de él y dos por la de la esposa. De momento, tiene en su poder 65 muestras congeladas. Ha realizado 48 inseminaciones a 26 mujeres. Hay ya dos bebés nacidos de este modo y 16 están en camino.
El Servicio de Prisiones de Israel mantiene, a través de un portavoz, que no tiene “pruebas fehacientes” sobre casos como los de la familia Rimawi. “Todas las visitas se efectúan con cristales divisorios y se aplican medidas de seguridad para evitar el contrabando de ese tipo de material”, añade. A los niños menores de ocho años que acuden a ver a sus padres no se les puede registrar, y sí que se les permite tener contacto físico con los padres. Es posible que el preso transfiera un tubo con el esperma a través de otros detenidos y que de ese modo llegue a su mujer.
Lidia dice que le costó convencer a algunos miembros de la familia de su marido de seguir este tipo de inseminación. “Al principio yo no lo tenía claro”, admite Haizam Rimawi, de 28 años, tío del recién nacido. “Esto no existía en nuestra comunidad. Lo normal es que un padre y una madre tengan a su hijo por medios naturales. Fue una decisión difícil, pero hoy apoyamos a Lidia”.
La inseminación tuvo lugar en noviembre. Supo que estaba embarazada el 9 de diciembre. Los altavoces de la mezquita lo anunciaron a la localidad, de unos 5.000 habitantes. La gente la felicita por la calle, le dicen que su hijo es un milagro. “Me preguntan por el proceso muchas mujeres que tienen también a sus maridos en prisión”, dice Lidia. “Creo que esto da esperanza a los prisioneros que están en las cárceles israelíes, les da la ilusión de un nuevo futuro”, añade.
Hay en las prisiones de Israel 5.071 presos palestinos, según un recuento de julio de la organización Addameer. Muchos de ellos fueron juzgados y condenados, durante los años de Intifada, por ataques con víctimas contra militares y civiles israelíes. “Ya se sabe cómo es esto”, asegura Haizam, el tío de Majd. “Lo que a nuestros ojos es patriotismo, para los israelíes es terrorismo”. Una de las exigencias de los negociadores palestinos es que si se llega a un acuerdo de paz, esos presos acaben siendo liberados.
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