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Malí vota para salir del túnel

El país celebra sus primeras elecciones presidenciales después de la guerra contra los yihadistas, en medio de amenazas y graves tensiones étnicas

José Naranjo
Un hombre vota durante las elecciones presidenciales de ayer en Tombuctú.
Un hombre vota durante las elecciones presidenciales de ayer en Tombuctú.j. p. (REUTERS)

“Estamos hartos, queremos alguien que pueda sacar a este país del agujero en el que ha caído. Y el único con la fortaleza para hacerlo es Ibrahim Boubacar Keita”. En el patio del colegio Torokorobugou B, en el centro de Bamako, decenas de personas hacen cola para votar. Quien habla es Zoumana Dembele, joven contable de una empresa local que está convencido de que este histórico de la política maliense conocido como IBK y al que sigue desde hace más de diez años, será el ganador de las elecciones presidenciales que se han celebrado este domingo en Malí bajo la amenaza de atentados terroristas y en medio de algunos problemas de organización que no han impedido una “gran movilización de votantes”, según ha afirmado un portavoz de la Red de Apoyo a las Elecciones en Malí (Apem).

Gane quien gane, no lo tendrá fácil. Con quince millones de habitantes, esta nación de África occidental —cuyas dos terceras partes se encuentran en el Sahel—, el sexto más pobre del Planeta según el último Índice de Desarrollo Humano, ha vivido en el último año y medio un auténtico shock que ha puesto en peligro su propia existencia como país. Desde que el 17 de enero de 2012 una alianza entre rebeldes tuaregs (MNLA) y grupos terroristas de corte islamista radical (AQMI, Muyao, Ansar Dine) se alzó en armas contra el Gobierno en el norte del territorio, los malienses han vivido de sobresalto en sobresalto. La rebelión, que logró hacerse con el control de todo el norte, desencadenó un golpe de estado militar en marzo de 2012 que logró tumbar el orden constitucional. Sin embargo, el Ejército, dividido, desmoralizado e insuficientemente dotado, se mostró incapaz de hacer frente a los citados grupos armados y en enero de 2013 fue Francia, con el apoyo de un puñado de países africanos, quien lanzó la operación militar Serval para hacer frente a la amenaza terrorista que se había instalado en el norte y avanzaba hacia la capital.

Gane quien gane, no lo tendrá fácil. Con quince millones de habitantes, este país de África occidental es el sexto más pobre del mundo

Si los yihadistas sufrieron un duro golpe y fueron perseguidos hasta sus últimos escondites cerca de la frontera con Argelia, el fin de la guerra no ha supuesto la llegada de la paz: las tensiones étnicas entre tuaregs y árabes, por un lado, y las etnias negras del sur se mantienen intactas y representan un problema siempre latente que puede estallar en cualquier momento.

“Estamos hartos, por eso hoy hemos salido a votar”, asegura Doumbia Touré, un ama de casa que cada mañana se levanta temprano para ir al mercado a intentar vender unas pocas frutas y verduras con las que juntar unos francos CFA para la supervivencia diaria. Con la mayor parte de la ayuda al desarrollo suspendida tras el golpe de Estado, el país espera como agua de mayo el desbloqueo de 3.000 millones de euros prometidos por los países donantes occidentales y condicionados a la celebración de estas elecciones.

Con la actividad económica ralentizada y un Estado en proceso de desmoronamiento, los malienses llevan un año y medio soñando con el día que las cosas cambien, ocupados cada día en su propia supervivencia y desconfiados, en general, de una clase política a la que consideran culpable de sus males.

Unas 300.000 personas siguen desplazadas de sus hogares

Muchos esperaban que estas elecciones supusieran el cambio de rumbo necesario para empezar a ver la luz al final del túnel, aunque los peligros eran enormes: el censo electoral, de 6,8 millones de votantes, y el reparto de los carnés electorales, se llevó a cabo en tiempo récord y no sin imperfecciones; unas 300.000 personas siguen desplazadas de sus hogares o refugiadas en otros países; la Administración no está aún del todo presente en las tres regiones del norte, Gao, Tombuctú y Kidal, sobre todo esta última; y el grupo terrorista Muyao amenazó con atentados en los colegios electorales.

Pese a todos los obstáculos, las elecciones se celebraron sin grandes incidentes. En un país donde las tasas de participación son normalmente bajas e incluso no llegan a superar el 30 por ciento, todo apunta a que esta vez sí una buena parte de los malienses inscritos en el censo ha querido tomar parte en el proceso acudiendo a votar. Y de entre los 27 candidatos que aspiran a ocupar el sillón presidencial, en todos los corrillos se apuntaba a dos de ellos con serias aspiraciones, salvo sorpresa de última hora. De un lado, Ibrahim Boubacar Keita (IBK), historiador de Sikasso (sur), ex primer ministro y considerado un halcón, el hombre fuerte que Malí necesita; del otro, Soumaïla Cissé, ingeniero informático de Tombuctú (norte), ex ministro de Finanzas, al que se percibe como un hombre de diálogo y consensos. Si ninguno alcanza la mitad de los votos, habrá segunda vuelta el 11 de agosto. De lo contrario, en las próximas horas habrá nuevo presidente de Malí.

El miedo reina en Kidal

Una región de Malí ha permanecido ajena a la agitación electoral y a las colas de votantes en los colegios electorales. Se trata de Kidal, auténtico feudo tuareg y lugar de origen de buena parte de los miembros del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA), que en abril pasado declararon la independencia del norte del país. Allí, días antes de los comicios, las calles aparecieron llenas de carteles en las que se amenazaba a los electores que acudieran a ejercer su derecho al voto. Todo el mundo miró al propio MNLA, pero en realidad pudo haber sido cualquiera, en un lugar en el que una parte representativa de la población no se siente maliense y donde el islamismo radical ha logrado sentar sus bases.

Hasta hace tan solo un mes el Ejército maliense no había siquiera puesto el pie en Kidal, la capital regional, y en la actualidad son las tropas de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Malí (Minusma), integradas allí fundamentalmente por tropas de países de África occidental, las que patrullan por sus calles, pues los soldados malienses se encuentran atrincherados en un campamento militar para evitar incidentes con la población o enfrentamientos con miembros del MNLA, que también se han acantonado.

“Poca gente ha acudido a votar”, asegura por teléfono un residente en Kidal. “Tienen miedo”. En algunos colegios electorales se habían arrancado las listas de votantes para impedir el desarrollo normal de la jornada. Si los acuerdos de Uagadugú, firmados hace poco más de un mes, establecían el retorno de la Administración maliense a Kidal para permitir las elecciones, en la práctica ha sido la región donde estos comicios se han enfrentado a serias dificultades.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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