Fuerzas de flaqueza
Palestina no nacerá de la escasa fortaleza de los palestinos, sino de la creciente debilidad israelí
Pocos creen en las nuevas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos que Washington prepara entre bastidores. Pero a la vista está que convienen a muchos. Al que más, al nuevo secretario de Estado John Kerry, que sustituyó a Hillary Clinton el pasado febrero y ha conseguido en apenas seis meses de frenética actividad que las dos partes del conflicto aceptaran sentarse de nuevo en la mesa de negociación.
Nada sería más gratificante para el candidato presidencial demócrata derrotado por George Bush en 2004 que obtener un éxito desde su nuevo puesto donde tres presidentes sucesivos cosecharon amargos fracasos. Ni Clinton en Camp David en 2000, ni Bush en Annapolis en 2007, ni mucho menos todavía Obama en Washington, en las más recientes y breves conversaciones de septiembre de 2010, pudieron avanzar en la concreción de esos dos estados, uno palestino y otro judío, en paz y seguridad.
Llega el anuncio de las conversaciones, todavía sin fecha, cuando más desprestigiada se halla la fórmula, ahogada fundamentalmente por la expansión de las colonias judías en el territorio de Cisjordania donde debería asentarse precisamente el Estado palestino. Pero llega también en un momento de cambio vertiginoso en la región, irreconocible respecto al contexto en que se celebró la anterior negociación.
No cambian los términos del problema, ni por supuesto las objeciones y dificultades de una y otra parte. Versan sobre la delimitación del territorio, que los palestinos quieren que parta de las fronteras anteriores a 1967; el destino de los refugiados palestinos, que Israel no quiere acoger en su territorio; y el estatuto de Jerusalén, capital eterna e irrenunciable para los judíos y ciudad sagrada para los musulmanes.
Nada sería más gratificante para Kerry que triunfar donde tres presidentes fracasaron
Todo parece la enésima y tediosa repetición de idéntica jugada, pero el mundo de 2013 ya no es el mismo que el de las anteriores ocasiones fracasadas. Todos los protagonistas han cambiado y se hallan más debilitados. Ya no está Mubarak, que garantizaba la paz a los israelíes; pero tampoco Morsi, que se dejaba llevar por su verbalismo antisemita, aunque nada hubiera tocado de los acuerdos con Israel. Siria se halla en guerra civil y probablemente dejará de existir como Estado unitario. Hamas está inerme sin los Hermanos Musulmanes en el poder en Egipto. Quien lleva el marchamo de mayor debilidad y desde hace tiempo es, por supuesto, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, en falso en cuanto a legitimidad democrática. También Israel, en su punto más bajo de apoyo internacional, y el responsable, el primer ministro Benjamin Netanyahu.
El secretismo con que ha operado el secretario de Estado, principalmente para eludir las condiciones previas exigidas para sentarse en anteriores intentos, impide conocer los detalles, pero no es aventurado cifrar en las debilidades de las partes la clave de las nuevas conversaciones. Gracias a la debilidad funciona la presión de la superpotencia y gracias a la debilidad adquiere sentido el oxígeno político que puedan extraer Abbas y Netanyahu. El ex ministro de Exteriores israelí Shlomo Ben Ami ha señalado en estas páginas que "no es imposible que lo que empieza como un ejercicio táctico acabe convirtiéndose en una nueva realidad estratégica".
También es débil la superpotencia patrocinadora, cuya influencia en la zona iba de capa caída, como muestra entre otras cosas su incapacidad ni siquiera para influir en el escenario sangriento de la guerra civil siria. Y poco hay que añadir a lo mucho que se ha escrito sobre la debilidad congénita de los europeos, aunque por una vez, quizás la primera en décadas, haya pesado una decisión de la Comisión, en concreto la que excluye a los asentamientos israelíes en los territorios ocupados de las ayudas financieras para investigación.
El Gobierno israelí intentó frenar la publicación de las directivas con el argumento de que ponían en peligro el trabajo de Kerry para sentar las partes a negociar, pero a pelota pasada se ha visto que el efecto ha sido exactamente el contrario y constituye un adelanto de lo que puede suceder con las colonias israelíes construidas fuera de toda legalidad internacional.
Hay una ventaja táctica común a toda negociación, como es la compra de tiempo. Los gobernantes israelíes son maestros en la materia, y han sabido aprovechar el obtenido desde los acuerdos de Oslo hace 20 años para modificar la realidad sobre el territorio ocupado con el objetivo de condicionar al máximo la fórmula final. Pero lo han hecho en exceso, hasta convertir las colonias en un hándicap estratégico, poco tolerable para la comunidad internacional.
Incluso Netanyahu empieza a percibir la amenaza para una fecha tan próxima como 2020 de una mayoría árabe entre el Mediterráneo y el Jordán, que convertiría la creación de un Estado palestino en la única fórmula para salvar un Israel que quiera seguir siendo un Estado judío y democrático. Palestina no puede nacer de la escasa fortaleza de los palestinos, pero sí de la creciente debilidad de los israelíes.
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