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Dimiten dos altos cargos del banco del Vaticano

La renuncia del director y el subdirector de la entidad bancaria sigue al arresto de un prelado

El nuevo estilo del papa Francisco parece ser del agrado de los italianos, que valoran los cambiosFoto: reuters_live | Vídeo: REUTERS/LIVE

El papa Francisco parece dispuesto a terminar de una vez y por la vía de urgencia con los escándalos del banco del Vaticano. Solo unas horas después de la detención de monseñor Nunzio Scarano, el alto prelado que junto a un exagente de los servicios secretos italianos y a un bróker intentó fletar un jet desde Suiza con 20 millones de euros, Jorge Mario Bergoglio ha decidido descabezar el banco del Vaticano para, de facto, ponerlo bajo sus órdenes. La Santa Sede ha anunciado la dimisión del director general del Instituto para las Obras de Religión (IOR), Paolo Cipriani, y del vicedirector, Massimo Tulli. Según una comunicación oficial del Vaticano, “tras muchos años de servicio, los dos han tomado esa decisión en el mejor interés del instituto y de la Santa Sede”.

“El Consejo Superior”, añadía la nota, “y la Comisión de Cardenales han aceptado las dimisiones y han pedido al presidente del IOR, Ernst von Freyberg, que asuma de manera interina las funciones de director general con efecto inmediato”. El comunicado también precisa que tanto la Autoridad de Información Financiera (AIF) –el organismo creado en 2010 para vigilar la transparencia financiera de la Santa Sede—como la comisión de investigación creada por el Papa el pasado miércoles ya habían sido informadas. El alemán Von Freyberg –nombrado por Benedicto XVI en sustitución del anterior presidente, Ettore Gotti Tedeschi, unas horas antes de dejar de ser Papa—estará ayudado por Rolando Marranci, que asumirá provisionalmente la vicedirección, y Antonio Montaresi como responsable de proyectos especiales. Ambos tienen experiencia en bancos de Estados Unidos e Inglaterra.

Se cierra así, según fuentes de la Santa Sede, unas horas especialmente duras en el Vaticano en general y en el IOR en particular. Sobre todo al comprobar que, tras la detención por parte de la Guardia de Finanzas (la policía fiscal italiana) de un alto miembro de la Curia, el Vaticano no solo no intentaba rescatarlo sino que, de forma explícita, se ponía a disposición de las autoridades italianas. Esa declaración del portavoz vaticano, el padre Federico Lombardi, suponía de hecho un cambio de época. Los corruptos con sotana no solo irían al infierno, sino también a la cárcel. Porque, además, la historia de la detención de Scarana no es la de la típica manzana podrida que, una vez apartada, deja de contaminar a las demás. De la investigación de las fiscalías de Roma y de Salerno se desprende que Monseñor 500 –así llamaban a monseñor Scarano por su disponibilidad de billetes púrpuras—manejaba gran cantidad de dinero, de inmuebles, de acciones y de títulos gracias en gran medida a la opacidad mítica del IOR, un banco que, tras los muros del Vaticano, sigue ofreciendo a sus clientes la misma confidencialidad que el más oscuro de los paraísos fiscales. Y solo con cruzar el Tíber.

Los escándalos del banco del Vaticano centraron buena parte de las congregaciones generales, las reuniones que celebran los cardenales antes del cónclave. Durante aquellos días que siguieron a la renuncia de Benedicto XVI –marcada por el robo de su documentación secreta y las peleas de poder entre distintas facciones de la Curia—los cardenales estadounidenses y el propio Bergoglio protagonizaron intervenciones muy claras a favor de limpiar la Iglesia. Y el IOR, estaba claro, era de los lugares donde con más urgencia había que meter la escoba, el pozo oscuro que en las últimas décadas había venido emponzoñando la labor de la Iglesia. Pero, entre los riesgos de emprender una operación tan arriesgada y la proverbial lentitud eclesiástica, nadie pensó que aquellos buenos propósitos se pusieran en marcha tan pronto.

Pero entre el discurso recurrente del papa Francisco –“deseo una Iglesia pobre y para los pobres que salga de los palacios y vaya a las periferias”—y las continuas sospechas de corrupción lograron el milagro. Un terremoto en el IOR. Ya el miércoles de la semana pasada, Francisco lanzó un mensaje muy claro al nombrar una comisión de investigación sobre el banco del Vaticano. La orden del Papa era tajante. No solo reformar el IOR para que “los principios del Evangelio impregnen también las actividades de carácter económico y financiero”. Pero no menos tajante era la composición de sus investigadores. Bajo la dirección del cardenal salesiano Raffaele Farina trabajarían un cardenal francés, Jean-Louis Tauran, una mujer laica, la profesora estadounidense, Mary Ann Glendon, el arzobispo español Juan Ignacio Arrieta y el teólogo estadounidense Peter Bryan Wells. La consigna, mano dura. Hechos, en vez de palabras. El Papa que vino del fin del mundo no parece dispuesto a que le tomen el pelo.

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