Las protestas callejeras se extienden a 23 ciudades de Brasil y saltan al exterior
Unas 600 personas sembraron el caos en Brasilia durante la inauguración de la Copa Confederaciones
Mientras en Brasilia, durante la inuguración de la Copa de las Confederaciones en la que se enfrentaban Brasil y Japón, la Fuerza de Choque de la Policía militar intentó dispersar una manifestación de unas 600 personas con gases lacrimógenos y balas de goma, para la semana próxima se esperan nuevas manifestaciones de protesta en 23 ciudades brasileñas.
En el extranjero también tendrán lugar manifestaciones de apoyo al movimiento, convocadas en 27 ciudades por los brasileños residentes. En Brasil, las protestas serán en ciudades como Manaus, Natal, Brasilia, Porto Alegre, Belem, Bel Horizonte, São Paulo, Recife o Curitiba, entre otras. Entre las extranjeras figuran ciudades como París, Lisboa, Munich, Berlín, Madrid, Barcelona, México, Argentina, Boston, Chicago, Nueva York, Toronto o Turín.
Parece que, como afirman los analistas políticos, la ola de protestas ha llegado a Brasil “para quedarse”. A las reivindicaciones por el aumento del precio de los transportes, se han unido otras de carácter social como la exigencia de una mejor educación, mejores hospitales o reducción del gasto en eventos públicos como los deportivos. “Ningún partido nos representa” es la consigna.
Una de las activistas del movimiento ha lanzado a través de Internet un manifiesto en el que pide a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que hable públicamente, en nombre de su pasado de luchadora política contra la dictadura, para “garantizar" el derecho de manifestación. Según Olivia de Castro y Marilia Persoli no se trata solo de protestar contra el aumento del precio de los transportes públicos. “Es mucho más que eso. Es un movimiento nacional. Estamos en la calle porque queremos otra ciudad y otro Brasil”, reza el manifiesto.
“Tenemos la misma edad que cuando usted, presidenta, salió a la calle para defender el Brasil en el que creía. Somos mujeres jóvenes, como usted lo era en el Brasil de los años 70. Nuestra generación está ocupando de nuevo la calle. Estamos con miedo y es increible que sea su generación la que hoy nos reprime”, concluye el documento que corre por las redes sociales.
Los sociólogos explican que existe cierta dificultad a la hora de entender la actitud de los manifestantes, así como la de las fuerzas del orden, ambas desacostumbradas desde hace años a este tipo de protestas. Como afirma el jurista Wálter Maierovitch, “la policía brasileña no está aún preparada para actuar en ambientes democráticos”. Y añadió que entre los manifestantes se infiltran extremistas violentos que quieren aprovechar la ocasión para ir contra las fuerzas del orden.
Cuando el Partido de los Trabajadores (PT) estaba en la oposición, antes de llegar al poder, era él quien movilizaba a la calle y con su experiencia organizaba las manifestaciones, que siempre estuvieron controladas. Hoy, los grupos que las convocan están pulverizados, son variopintos y no tienen un líder al frente. La sociedad muestra hoy un conjunto de insatisfacciones, pero no exige cambiar el mundo como en el 68, sino mejoras en los servicios públicos y menor despilfarro en los gastos de los políticos. Precisamente una de las perplejidades y preocupaciones de los políticos es que no tienen un interlocutor con autoridad para dialogar.
Y eso es justo lo que quieren los diferentes movimientos de protesta: no estar atados a una organización única. En el movimiento caben todos y nadie tiene derecho a hablar y pactar en nombre de los otros, aunque sí están dispuestos a dialogar sobre cuestiones concretas. Uno de los movimientos que organizó las protestas de São, por ejemplo, ha sido invitado por el alcalde Fernando Haddad a una reunión con su gobierno.
Como ha escrito Gilberto Scofield Jr. en su columna de o Globo, “lo que parecía solo ruido de un bando de revoltosos desocupados ha evolucionado hacia un fenómeno que se ha agigantado y que los sociólogos aún no saben como definir”.
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