La periferia de la periferia
El magnetismo de la UE y su capacidad de conformar normas y valores disminuye
Nunca había votado menos gente desde que la democracia llegó a Bulgaria en 1989: solo el 53% de los llamados a las urnas acudieron este domingo en unas elecciones anticipadas por la caída del gobierno tras una revuelta popular en febrero. La pobreza y la corrupción que sacaron a la calle a miles de búlgaros entonces no parece que vayan a remitir tras unos resultados que acentúan la ingobernabilidad del país. El sur de Europa se ha convertido en el epicentro de la Eurocrisis, pero es en otra parte de Europa, fuera del foco de atención, donde la crisis golpea más duro: los Balcanes, dentro y fuera de la Unión Europea.
El intelectual búlgaro Ivan Krastev acuñó la expresión la periferia de la periferia para hablar de Bulgaria, Rumanía, Albania y los países de la exYugoslavia, que suman a su propia crisis los efectos económicos y políticos del desastre en la Europa mediterránea. La crisis económica golpeó con especial crudeza al sureste europeo, con las únicas excepciones de Kosovo, Bosnia Herzegovina y Macedonia, no por su mejor situación sino por su mayor aislamiento. Los Balcanes sufren ahora un nuevo revés por sus vínculos con Europa del sur. Estos países, que se beneficiaron en la pasada década de la inversión privada europea, ven ahora cómo el dinero se marcha hacia las sedes centrales de compañías austríacas o italianas. Grecia y Eslovenia fueron también grandes inversores en los Balcanes; sus empresas y bancos luchan ahora por su supervivencia. Eslovenia, que había sido el modelo para toda exYugoslavia e inversor en ámbitos como la banca y la distribución comercial, acelera la austeridad para evitar ser el próximo país rescatado. Grecia pasó de ser el vecino envidiado en la región a convertirse en un problema añadido; la incapacidad de Atenas para hacer frente a la inmigración irregular, por ejemplo, es un argumento adicional para mantener a Rumanía y Bulgaria fuera del espacio Schengen de libre circulación.
Otra correa de transmisión de la crisis son los emigrantes y sus remesas. Considérese que 1,6 de los 2,8 millones de emigrantes rumanos viven repartidos, a partes iguales, entre Italia y España. Un tercio de los ciudadanos de Albania viven fuera de su país: 1,4 millones, concentrados en Grecia (47%) e Italia (36%). España es el primer destino de la emigración búlgara en la UE, Italia el primero para Macedonia. Estos emigrantes sufren el desempleo creciente en los países de acogida (27,2% en Grecia, 26,7% en España, 17,5% en Portugal, 11,5% en Italia) en grado mayor que la población nativa. Algunos vuelven, otros ya no pueden enviar a sus familias las remesas, vitales para las economías locales de sus lugares de origen.
Croacia está en su quinto año consecutivo de recesión económica a puertas de convertirse en el 28º país de la UE. Su adhesión, el próximo 1 de julio, será una rara buena noticia en un proceso de ampliación a los Balcanes occidentales prácticamente frenado. El magnetismo de la UE, su capacidad de conformar normas y valores, disminuye. Lo que es peor, el deterioro en el seno de la propia UE proporciona los peores modelos a gobernantes de dudosas intenciones democráticas. La deriva autoritaria de Viktor Orbán en Hungría repercute en la región. En Rumanía, el primer ministro Victor Ponta aprende de sus tácticas, aunque evitando la confrontación abierta con los socios europeos en la que Orbán se regodea. El cada vez más autoritario régimen de Macedonia prácticamente calcó la polémica ley de medios de comunicación húngara. Si el nacional-populismo magiar sienta escuela (incluso en Albania, donde el nacionalismo irredentista nunca tuvo tracción política), también lo hace la explosiva mezcla de control empresarial, político y mediático al servicio del interés privado acuñada por Berlusconi en Italia. Entre sus imitadores en la región destaca su amigo Milo Djukanovic, el incombustible presidente de Montenegro, que desde antes de la independencia mantiene el control del país sin necesidad de recurrir a la manipulación electoral o al autoritarismo, a la vez que sortea toda investigación sobre sus oscuros negocios privados.
Bruselas celebrará por todo lo alto la adhesión de Croacia, como lo hizo con el histórico acuerdo entre Serbia y Kosovo. Se trata de noticias indudablemente buenas, como buena es la reconciliación entre vecinos en toda la región. Pero el precio de esta estabilidad es el deterioro de la situación, con una pobreza intolerable y algunos regímenes a los que pronto no podremos llamar democracias. El grado de cinismo, desconfianza y receptividad a opciones radicales en la ciudadanía es indicador de un malestar profundo. Añádase un nuevo ingrediente, la crisis en una Europa mediterránea con la cual los Balcanes tienen importantes lazos, y se vislumbrará el reto enorme para la reconstrucción de una Europa democrática que incluya a la región.
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