Benedicto XVI regresa sin pompa al Vaticano para vivir retirado
Por primera vez dos papas conviven en el recinto de la Santa Sede. Ratzinger residirá en el monasterio Mater Ecclesiae
Benedicto XVI se marchó del Vaticano a su estilo, con todas las campanas de Roma diciéndole adiós y una superproducción de vídeo en directo siguiendo su helicóptero camino de Castel Gandolfo, donde tres horas después —a las ocho de la tarde del 28 de febrero— dejó por propia voluntad de ser Papa. La Iglesia, aún entonces bajo la conmoción de una renuncia marcada por los escándalos, quedaba a expensas de conocer el rostro, y sobre todo el perfil, del nuevo Pontífice. Este jueves, Joseph Ratzinger regresó al Vaticano. Lo hizo al estilo de su sucesor, sin televisión en directo ni ningún tipo de pompa. Solo fue distribuida una fotografía, en la que se ve al papa Francisco recibir a Benedicto XVI en la puerta del recién rehabilitado monasterio Mater Ecclesiae, donde el papa emérito vivirá a partir de ahora. Nunca dos papas habían convivido en el interior del Vaticano.
Durante los dos últimos meses, Joseph Ratzinger ha vivido en el palacio pontificio de Castel Gandolfo, a unos 30 kilómetros al sur de Roma. Allí fue visitado el pasado 23 de marzo por Jorge Mario Bergoglio, y ya entonces llamó la atención el deterioro físico del papa alemán. Ni un mes después de abandonar el papado, Benedicto XVI ya tenía que apoyarse en un bastón para caminar, su voz era más débil, estaba más delgado. Se especuló entonces con que Ratzinger pudiese estar muy enfermo, y la fotografía distribuida por L’Osservatore Romano incide ahora en su deterioro físico. De ahí que el portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi, haya querido desmentir expresamente que Ratzinger esté enfermo: “El papa emérito es un anciano, debilitado por la edad, pero no tiene ninguna enfermedad”.
A falta de cámaras, el padre Lombardi contó algunos detalles del retorno de Benedicto XVI, vestido de blanco pero ya sin sus característicos zapatos rojos: “El papa Francisco le ha dado la bienvenida con gran y fraterna cordialidad. Después, juntos, se dirigieron a la capilla del monasterio para rezar. Benedicto XVI está feliz por volver al Vaticano, donde pretende, como él mismo dijo el 11 de febrero \[el día que anunció su renuncia\] dedicarse al servicio de la Iglesia mediante la plegaria”. También dijo durante aquellos días convulsos que, después de dejar la silla de Pedro, permanecería “escondido para el mundo”. Una determinación que tal vez podría haber llevado a cabo con más eficacia en cualquier monasterio perdido del mundo, pero ha preferido que sea aquí, en un Estado de apenas 40 hectáreas que vive en una total incertidumbre desde que fue elegido Bergoglio.
El tirón popular del papa Francisco, su capacidad para conectar con la infantería de la Iglesia mediante mensajes sencillos, contrasta con la preocupación con que vive la Curia sus primeras decisiones, que aún están por llegar. Su primera medida —además de renunciar a vivir en el lujo y en el aislamiento del apartamento pontificio— ha sido la de formar un comité de asesores integrado por cardenales muy ajenos, por no decir enfrentados, a las maneras vaticanas. Ni siquiera ha querido nombrar todavía a su secretario de Estado. Mantiene en su puesto al segundo de Ratzinger, monseñor Tarcisio Bertone, pero Bergoglio consulta a todos, vive en la residencia de Santa Marta, dice misa cada mañana rodeado de los empleados del Vaticano, nadie sabe qué va a hacer con la Iglesia a la vuelta del verano, pero a nadie se le escapa que será una Iglesia distinta. “Cómo me gustaría”, dijo delante de los periodistas de todo el mundo unas horas después de ser elegido papa, “una Iglesia pobre y para los pobres”. Para empezar, ya ha sometido a examen las cuentas del banco del Vaticano, esa institución oscura que tanto tuvo que ver con la caída en desgracia de Benedicto XVI.
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