Diplomacia a dos velocidades
A diferencia de Siria, donde está en juego la paz mundial en semanas, EE UU diseña con México una relación estratégica
Barack Obama está plenamente inmerso en estos días en una difícil diplomacia a dos velocidades: una en Siria, donde está en juego la estabilidad mundial en la próxima semanas, meses, todo lo más, y otra en México y Centroamérica, donde se juega el equilibrio mundial a lo largo del siglo.
Acuciados por lo instantáneo, como estamos los periodistas, Siria, donde se vislumbra la posibilidad de una nueva intervención militar norteamericana a corto plazo, será, probablemente, el asunto estrella en las ruedas de prensa que Obama ofrezca en este viaje, que empieza mañana. Un peso considerable de la política exterior de Estados Unidos está ahora puesto en ese asunto, que afecta a la seguridad de Israel, que influye en el contencioso con Irán y que podría acabar marcando la presidencia de Obama.
Pero hay otros temas de la política exterior que exigen un ritmo distinto porque trascienden a la repercusión sobre una determinada Administración o una particular coyuntura internacional. El de México es uno de ellos.
Los más de 3.000 kilómetros de frontera de México con EE UU no son coyunturales. México está ahí para quedarse, como lo está su población, que crece a un ritmo mayor que la norteamericana. En tiempos en que México se consumía en sus disputas internas y EE UU no tenía más competencia que la que le presentaba la Unión Soviética en el plano ideológico y militar, bastaba una política de contención con México, una garantía de que esa frontera era impermeable al comunismo, para desarrollar las relaciones con México.
Pero hoy, cuando el mundo está lleno de competidores y de naciones dispuestas a disputar la carrera del desarrollo y del liderazgo –México entre ellas-, EE UU tiene que elegir si quiere convertir a México en su rival o su aliado.
México no es fácil como aliado. Aunque las cosas han mejorado, el antiamericanismo es todavía apreciable entre los mexicanos. El sistema político mexicano está todavía buscando un equilibrio entre estabilidad y democracia, y adolece de múltiples carencias –corrupción, falta de transparencia…-. Tampoco su economía ha dado aún todos los pasos para su asimilación con la estadounidense.
No es un socio cómodo. Pero puede ser aún un peor rival. El narcotráfico, la inmigración, la seguridad fronteriza, la estabilidad de Centroamérica son asuntos, entre otros, que EE UU no puede afrontar si no cuenta con la colaboración de México.
Seguramente, la cosas se moverán lentamente en este frente de diplomacia tranquila. Desde luego, mucho más lentamente que en Siria. Pero da la impresión de que EE UU ha calibrado los beneficios a largo plazo de una gran alianza de Norteamérica. Esta visita de Obama puede ser el primer paso hacia su construcción.
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