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1. Urge abrir la puerta a la democracia

La elección directa del jefe de la Comisión puede ser un primer paso en una UE imperfecta

Claudi Pérez (El País)
El comisario europeo de Economía, Olli Rehn (i) , conversa con el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, el pasado mes de mayo, en Bruselas.
El comisario europeo de Economía, Olli Rehn (i) , conversa con el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, el pasado mes de mayo, en Bruselas. REUTERS

En pleno Eurogrupo, la reunión de ministros de Finanzas del euro, el alemán Wolfgang Schäuble se lleva a un rincón al francés Pierre Moscovici, al presidente chipriota, Nikos Anastasiadis, y a los representantes de la troika (Comisión, BCE y FMI). Allí, lejos del resto de ministros, se decide cómo será el controvertido rescate. Minutos más tarde, el Eurogrupo en pleno lo aprueba por unanimidad. Esa reconstrucción de la jugada de Chipre resume todos los males que aquejan a la Unión, que son básicamente dos: las dificultades para gestionar la crisis del euro —el Eurogrupo tuvo que volver a reunirse apenas dos días después ante la posibilidad de que el rescate, que acababa con la garantía de los depósitos bancarios, prendiera de nuevo la mecha de la inestabilidad— y las dudas acerca de la legitimación democrática de algunas decisiones, que se manifiestan en una desafección creciente, tanto en el Norte como en el Sur, con un continente cada vez más fraccionado entre acreedores y deudores, con una divisa que parece tomada de los libros sagrados: “El rico dominará a los pobres, el que toma prestado es esclavo del que presta” (Proverbios 22, 7).

“Un objeto fantástico”, un difuso pero atractivo objeto de deseo: así definía la Unión el psicólogo británico David Tuckett en los años dorados del europeísmo, en los que el proyecto europeo—con sus valores y su Estado del Bienestar y ese poderoso y evocador relato de la posguerra que le ha valido el Nobel de la Paz—, era la ciudad en la colina en la que se miraba todo el mundo. Pero los años del boom pasaron, y la crisis ha desempolvado viejos fantasmas.

Hay que buscar un nuevo reparto de competencias. Europa sigue pensando en un federalismo ejecutivo de estilo peculiar, tecnocrático  Jürgen Habermas, filósofo alemán 

Europa avanza hacia una mayor integración económica. Hacia un mayor federalismo bancario y financiero. Hacia una unión presupuestaria que tome la forma de un nuevo contrato entre Estados basado en principios de solidaridad y de responsabilidad. El último de esos pasos adelante para reparar las grietas del euro es una unión política para que la integración no desemboque en la consagración de un poder tecnocrático: desde el punto de vista de legitimidad política, esa tríada formada por el Parlamento, la Comisión y el Consejo produce un agujero negro en el que corre el riesgo de desaparecer lo que llamamos democracia.

Un Parlamento débil e incapaz de pararle los pies a Comisión y al Consejo; un Consejo que carece de transparencia y que no rinde cuentas a nadie, y una Comisión desaparecida —a pesar de que tiene más competencias que nunca— y empeñada en darle la espalda a la ciudadanía, con esa política de austeridad a ultranza que ha provocado movimientos sociales en España, que ha servido para nombrar a dos tecnócratas como primeros ministros en Grecia (cuna de la democracia) e Italia (que se ha cobrado esa afrenta en las últimas elecciones), que ha sido contestada desde las más altas instancias judiciales en Portugal, que ha recibido un revés del Parlamento chipriota en aquel grotesco primer rescate acordado. Tres años después del arranque de la crisis, el eurodesencanto y las sospechas sobre el déficit democrático crecen tanto en los países del núcleo –cansados de rascarse el bolsillo con los rescates— como en la periferia, hastiada por unos recortes que no dejan ver el final del túnel.

“No se puede acusar a Europa de antidemocrática: en todo caso la UE es una democracia imperfecta; aunque con la crisis hay que reconocer que hay una extraordinaria apariencia de déficit democrático”, conceden fuentes europeas. A medida que se va retocando el edificio del euro, los riesgos son aún mayores: el equilibrio institucional vigente está quebrándose dramáticamente a favor del poder intergubernamental, bajo el inquietante poderío de Alemania. Y la crisis ha dejado la democracia europea en una zona de grises. “Hay que buscar un nuevo reparto de competencias. Europa sigue pensando en un federalismo ejecutivo de estilo peculiar, tecnocrático, que se refleja en la timidez de las élites políticas para invertir la polaridad de un proyecto que hasta ahora ha sido gestionado a puerta cerrada y que se resiste a remangarse para entrar en una lucha de opiniones, ruidosamente argumentada en el espacio público”, dice Jürgen Habermas (La construcción de Europa). ¿Más Europa? “La UE repite un viejo error: el de los acuerdos que no miran más allá de la economía, tomados por jefes de Gobierno sin implicar compromisos jurídicos, que o bien quedan sin efecto o bien resultan antidemocráticos”, advierte Habermas.

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Sobre la firma

Claudi Pérez (El País)
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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