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Tribuna
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El dilema de la fe atrapada entre martirio y terrorismo

En la raíz de ese nuevo concepto de martirio es donde se encuentra la clave del moderno terrorismo

Juan Arias

Las religiones han vivido siempre al borde de un abismo. Y suelen atravesarlo aferradas al concepto del viejo martirio o del moderno terrorismo. Nacidas para dar respuesta al misterio de la vida, han acabado muchas veces atrapadas en máquinas de muerte.

El caso de los terroristas, nacidos al cultivo de la corriente violenta del islamismo, propone una reflexión acerca de la gravedad de la fe, que debería ser liberadora y acaba forjando nuevos terrores.

Las tres grandes religiones monoteístas han ido evolucionado en la visión de la violencia a lo largo de los siglos.

La religión del Libro, en su versión más antigua, defendía el ojo por ojo. No exigía la violencia contra los diferentes. Dejaba a Yahvé, que se encargase de defender a su pueblo contra los enemigos de Israel.

Más tarde, primero el talmud, y después Jesús de Nazaret, perfeccionaron el ojo por ojo judío, para colocar un muro a la violencia, pasando a aconsejar poner la otra mejilla a quien te abofetea.

En ese concepto de perdón heroico del cristianismo, de devolver bien por mal, es en el que se inspiraron más tarde los profetas de la no violencia.

El judaísmo no tiene en su credo el proselitismo, mientras que el cristianismo y el islamismo se hicieron misioneros tratando de convencer, unas veces por las buenas y otras por las malas, a abrazar su fe en los demás.

Llegaron más tarde las cruzadas y las inquisiciones que eliminaban al que no creyera como ellos. Y volvió la violencia del brazo de la intolerancia, del no respeto por la fe del otro.

Junto a ello, nació en el cristianismo el concepto de martirio. El creyente, antes de arrodillarse ante los ídolos, antes de renunciar a su fe, prefería morir. Moría él, no mataba a los demás.

En el islamismo, la última en el tiempo de las tres grandes religiones monoteístas, cuya esencia es la compasión, el concepto de martirio cristiano cambió de signo. El mártir ya no se inmola sólo, sino que arrastra con él la muerte de los demás, de los que no piensan como él o no viven como él.

En la raíz de ese nuevo concepto de martirio es donde se encuentra la clave del moderno terrorismo, que en el islamismo se apoya en los preceptos de la fe, y en el mundo político en la ideología, de derechas o de izquierdas. No importa la muerte del inocente si lo exige la pureza de la idea por la que se lucha y muere.

El peligro de ese cambio de martirio tanto en el campo religioso como político, es de una gravedad extrema en nuestro mundo tecnologizado en el que basta una olla a presión para que dos muchachos inteligentes puedan crear muerte y terror.

Así como hoy es infinitamente más fácil que ayer crearse los propios instrumentos de muerte, también resulta más fácil y aterrador el que sin necesidad siquiera de una organización nacional o internacional, cualquiera, dispuesto al martirio, por su fe, pueda actuar por su cuenta, como un David contra el gigante Goliat.

El David del terrorismo puede ser cualquier creyente que considere que ese Goliat de la vida moderna, del vivir a la occidental, es incompatible con su fe y debe ser eliminado.

El terrorismo se convierte así en un ideal individual, lo eleva su peligrosidad a la enésima potencia, ya que cualquiera puede convertirse en una Al Qaeda y actuar por su cuenta y riesgo.

No necesitan ni consignas del exterior. Les basta la convicción de que, por ejemplo “no entienden a esos americanos” o “a esos europeos”. No los entienden y juzgan que no tienen el derecho de vivir de forma diferente a la que ellos viven, o les han obligado a hacerlo.

Eliminar al que no actúa como ellos ni en su fe ni en sus costumbres, se convierte en un imperativo individual de su propia fe, casi en un mantra, en una llamada del Altísimo.

Y es ahí donde reside la peligrosidad de ese moderno concepto de martirio, que no se conforma con su propia inmolación en defensa de su fe, sino que arrastra con él la exigencia de eliminación del diferente.

Sin entender estos engranajes complejos y milenarios de la fe tanto religiosa como ideológica, y de sus fanatismos, no conseguiremos dar respuesta a las preguntas que surgen cada vez que el terrorismo golpea al mundo moderno.

Si para el islámico, la inmolación que conlleva la eliminación de los otros supone renacer a un mundo sobrenatural mejor, para el terrorista ideológico, el terrorismo que conlleva en sus entrañas la muerte de inocentes, es vista, como decía el ideólogo italiano de las Brigadas Rojas, Toni Negri, como “el amanecer de la revolución”.

Difícil en esa explosiva mezcla de fe e ideología defenderse del terror que nos acecha a cada esquina.

Si fueron necesarios dos mil policías y la paralización de una ciudad como Boston, para capturar a un muchacho de 19 años convertido en terrorista, es fácil imaginarse lo que podría ocurrir si millones de fundamentalistas religiosos o ideólogos de la revolución, se convirtieran, por su cuenta y riesgo, en otros tantos candidatos a mártires.

Bin Laden sigue vivo en cada fanático capaz de renunciar a su vida por la causa por la que él acabó muerto. Y las inquisiciones de cualquier color que sean, siguen coleando en la historia. Olvidar esa cruda realidad, o intentar minimizarla, sería la peor de las decisiones.

No basta la psiquiatría para entender el moderno terrorismo. Tenemos que acudir a las degeneraciones de los catecismos de la fe o a los manifiestos ideológicos.

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