Westminster despide a Thatcher con cortesía desde todos los bandos
Las críticas abiertas a la ex primera ministra han sido muy minoritarias en los debates parlamentarios sobre su muerte
Margaret Thatcher ha dividido a los británicos lo mismo viva que muerta, pero la cortesía se ha impuesto en los homenajes rendidos por lores y diputados en los debates parlamentarios de urgencia convocados por el Gobierno con motivo de su muerte.
En la Cámara de los Comunes, los elogios han estado liderados por el primer ministro, el conservador David Cameron, y educadamente secundados por el líder de la oposición, el laborista Ed Miliband. Cameron —despreciado por los sectores más thatcheristas del Partido Conservador por su carácter pactista— ensalzó, sobre todo, el patriotismo de su antecesora. Y tanto en la Cámara de los Comunes como en la de los Lores, los políticos más veteranos y aquellos que más habían trabajado junto a Thatcher o frente a ella han aprovechado la ocasión para recordar anécdotas que reflejan el lado más humano de la controvertida Dama de Hierro.
En un discurso muy medido, Ed Miliband ha optado por ensalzar los valores personales que hicieron de Thatcher una política excepcional: el hecho extraordinario de que la hija de un tendero lograra graduarse en una carrera científica en Oxford cuando la ciencia se consideraba reservada a los varones, que lograra entrar en el parlamento cuando el 96% de los escaños estaban copados por hombres y que consiguiera convertirse en la primera y hasta ahora única mujer que ha logrado ser primera ministra en Reino Unido.
Pero Miliband ha ido incluso más allá al elogiar también parte del credo político de Thatcher: “Tenía razón al comprender la importancia de que la gente tenga aspiraciones. Tenía razón al darse cuenta de que nuestra economía tenía que cambiar. Como cuando en 1982 dijo que era absurdo que el Estado gestionara la compañía de mudanzas Pickfords o el Hotel Gleneagles”. Al mismo tiempo, Miliband ha recordado la rabia y marginación que sintieron las comunidades mineras, la estigmatización de los homosexuales, o el trato que dio a Nelson Mandela.
Con su intervención, Miliband ha querido marcar el paso de un día difícil para los laboristas: cómo despedir a Margaret Thatcher sin caer en un elogio hipócrita pero tampoco en un revanchismo que podría ser mal comprendido por la opinión pública en un momento como este. Al final, el laborismo ha salvado la papeleta con una combinación de intervenciones agridulces como la de su líder, un notorio absentismo (la mitad de los escaños laboristas estaban vacíos) y algunas intervenciones con menos tapujos, como la de la legendaria Glenda Jackson, que se ha preguntado cómo habrían sobrevivido muchos enfermos este largo invierno bajo un Gobierno de Thatcher.
El independentista escocés Angus Robertson tampoco se ha andado por las ramas. Y tras subrayar que los escoceses “ni olvidan ni perdonan” que Thatcher implantara un año antes en Escocia que en el resto del país el polémico poll tax —un tributo local que obligaba a los ciudadanos a contribuir por igual, independientemente de su nivel de ingresos y de la zona en que residieran— ha concluido que quizás habría que agradecer a la primera ministra que su gestión acabara despertando la conciencia nacional escocesa.
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