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San Pedro aguarda bajo la lluvia

Miles de personas desafían a la climatología y siguen desde pantallas gigantes instaladas en la plaza el inicio del cónclave y la primera fumata

Miles de personas se agolpan en la Plaza de San Pedro a la espera la primera fumata del cónclave.
Miles de personas se agolpan en la Plaza de San Pedro a la espera la primera fumata del cónclave. p. mcdiarmid (getty images)

A las cinco y media el maestro de ceremonias, monseñor Guido Marini grita ¡Extra omnes! Cantores, clérigos con cirios, ayudantes, sacerdotes de la Curia salen de la Capilla Sixtina y frente al Juicio final de Miguel Ángel, quedan solo los 115 cardenales electores. Las puertas de madera se cierran y en la plaza de San Pedro mil miradas se despegan de la gran pantalla que ha emitido en directo lo que pasa pocos metros más allá, bajo el techo triangular de la capilla, alto a la izquierda de la cúpula, ahora hundida en una neblina húmeda y gris. El cielo de Roma esta noche está rabioso.

La lluvia y el granizo de media tarde deben de haber desalentado a los peregrinos a esperar el principio del cónclave en el abrazo blanco de la columnata que Gianlorenzo Bernini diseñó a principios del siglo XVII. Pero alguien, al igual curioso que devoto, desafió el frío y se quedó pegado al directo emitido por Centro televisivo Vaticano (CTV). “Es algo muy solemne e histórico, no soy católica pero esta ceremonia me atrapa”, dice Danae Papaconstantinou, de 19 años, de Atenas, encogida bajo su pequeño paraguas fucsia. Delante de sus ojos desfilan los cardenales, vestidos con sotana roja, no la negra, sino la de las grandes ocasiones. Ponen la mano sobre el libro abierto en el centro de la capilla y dicen: “Prometo, me obligo y juro. Dios me ayude y estos Santos Evangelios que toco con mi mano”. El idioma antiguo y común hace más evidente los acentos tan distintos de los purpurados. “Esto del latín es lo mejor, si piensas que hace dos mil años que repiten lo mismo...” No es exactamente así, ya que la última Constitución que regula la elección del Papa, la Universi Dominici Gregis, es de 1996.

El rebaño que espera a su pastor tirita por el frío. Los paraguas crean una manta de colores en el lado izquierdo de la plaza, de los altavoces rebotan cantos de himnos e invocaciones a los santos. “¡Parecen todos tan viejitos!”, exclama Serge Bourget, de 57 años, de Estrasburgo, “mi favorito es el más joven, no sé quién es, pero el que tenga menos años. Necesitamos un hombre fuerte y que sonría”, dice apretando hacia sí a su mujer para cobijarla en el paraguas.

“Yo tampoco sé quién va a ser nuestro nuevo pastor”, afirma Mauro Banchini, de 60 años, de Florencia, “pero sé cómo me gustaría que se llamara: Francisco I. Creo que la Iglesia necesita un Papa radical, cercano a las raíces del cristianismo, pobre y humilde como fue San Francisco”. Escruta la chimenea de la Sixtina desde las columnas. A su alrededor está lleno de periodistas y cámaras: 5.600 están acreditados, de más de un millar de medios de todos los países del mundo.

Se protege de la lluvia con una bandera verde de Brasil Giaovanni Douglas, de 40 años, de cerca de São Paulo, que está de vacaciones por Italia con su madre y está encantado por haber pillado justo este momento: “Espero que el sucesor de Benedicto XVI sea generoso y tolerante, que devuelva credibilidad a la Iglesia. Para mí es como un guía. Todos los domingos escucho lo que dice en el rezo del Ángelus, en mi casa. Esta ventana de allí me parece de lo más familiar y cercano”, dice mientras señala a las persianas cerradas, en la última planta del Palacio Apostólico, donde está el apartamento papal.

Dentro de su chiringuito, el quiosquero está aburrido. Observador desganado pero experto, desde el rincón de la plaza lanza sus pronósticos: “Lo van a elegir el jueves por la mañana. Esta vez están más divididos y tendremos que esperar más que en 2005”. Y luego se queja: “Solo hay periodistas, no vendo ni un souvenir más”, dice sentado en su taburete que mira directamente a la chimenea. Expone pequeños coliseos, bolas de nieve con San Pedro, muñecos vestidos de blanco que pretenden ser caricaturas de los dos últimos papas: “Cuatro días después de la fumata blanca me llega el nuevo”, asegura.

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