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Malvinas vota en referéndum si mantiene su estatus de territorio británico

El fin de la consulta es enviar un mensaje de rechazo a la reivindicación de soberanía argentina

Foto: reuters_live | Vídeo: javier lizón (efe) | REUTERS - live!

Bajo el frío, la lluvia y el viento habitual en el extremo sur del océano Atlántico se celebra este domingo y este lunes un referéndum en las islas Malvinas, territorio británico a 12.000 kilómetros de Londres y a 500 kilómetros de la costa de Argentina. De los 3.000 habitantes de las islas, se espera que voten unos 1.600. Los electores de las Malvinas, conocidas en inglés como las Falklands, tendrán que responder sí o no a la siguiente pregunta: “¿Desea usted que las islas Falklands retengan su actual estatus político como territorio de ultramar de Reino Unido?”.

Pocas elecciones se celebrarán en el mundo este año, o cualquier año, en el que el resultado genere menos incertidumbre. Cualquier similitud entre este referéndum y el que se celebrará, por ejemplo, en Escocia el año que viene sobre la continuidad de la adhesión escocesa al Reino Unido es puramente circunstancial. Los habitantes de las Malvinas, salvo muy contadas excepciones, no aspiran a la independencia; ninguno, que se sepa, a cambiar la soberanía británica por la argentina. La sorpresa sería que menos del 90% de los votantes respondieran que no desean seguir siendo súbditos de la Corona británica.

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El objetivo del voto no es, en este caso, resolver una incógnita. Como se ha explicado desde la Asamblea legislativa cuyos ocho diputados representan el Gobierno autónomo de las islas, el fin del referéndum es enviar un mensaje claro de rechazo al reclamo soberanista de Argentina, cuyo Gobierno ha insistido en los foros internacionales hace más de medio siglo, y con especial vehemencia a lo largo del último año, que las Malvinas son argentinas, que “la ocupación” británica es ilegal.

La reacción argentina al voto en las Malvinas, que se celebrará a lo largo de hoy y mañana, es, sencillamente, que es irrelevante. Héctor Timmerman, el canciller argentino, declaró a los medios durante una visita a Londres en enero que el referéndum en las Malvinas no significaba “nada”. La posición de su Gobierno, aclaró, era que se debían de respetar “los intereses” de los habitantes de las islas, pero no “sus deseos”.

“Sus intereses son, por ejemplo, su estilo de vida, su derecho a tener su propio idioma”, explicó Timmerman. “Pero sus deseos de soberanía británica son deseos imposibles porque las Malvinas pertenecen a Argentina y ese es un hecho ni negociable, ni discutible”.

Para el Gobierno británico, en cambio, los deseos de los isleños son determinantes. Mientras ellos quieran formar parte de Reino Unido, Reino Unido les apoyará.

En la práctica estas islas prácticamente despobladas —salvo la capital, Port Stanley, donde residen 2.500 personas— han pertenecido a Reino Unido desde 1833. El argumento de proximidad geográfica lo tiene ganado Argentina, pero el argumento militar, en el que a fin de cuentas se sustenta la soberanía británica, lo perdió en la guerra de las Malvinas de 1982. El argumento político también favorece a la opción británica y el objetivo de fondo del referéndum de hoy consiste en lanzar un mensaje propagandístico al mundo que sustente el principio de autodeterminación de los habitantes de las islas.

El canciller británico, William Hague, expresó la política británica el mes pasado de la siguiente manera: “A lo largo de nueve generaciones la población de las Falklands se ha esforzado por establecer su lugar en el mundo y su voz merece ser escuchada. Con esto en mente, doy la bienvenida al referéndum que se va a celebrar en marzo. Esta será una oportunidad para que la gente de las islas Falklands exprese sus opiniones sobre cómo desean ser gobernados, y de manera democrática sin que nadie más hable por ellos. Tienen el apoyo total del Gobierno británico”.

Lo tienen y lo saben. El Gobierno argentino de Cristina Kirchner, en cambio, es visto por la abrumadora mayoría de los malvinenses como el enemigo. El idioma español también. A la llegada al aeropuerto de Mount Pleasant, una base militar a 55 kilómetros de Port Stanley, los pasajeros que llegan de fuera de las islas ven un cartel que les avisa, en inglés, de que están entrando en un área sujeta al Acta de Secretos Oficiales Británica, a cuyas reglas se deben someter. Debajo hay una traducción al español. O una especie de traducción. Dice, entre otras cosas, que “se debe obedecer las instrucciones que se ha promulgado bajo de la autridad sic del comandante militar británico” y “si tenga alguna pregunta respecto al sentido de dicho acto no vacila en solicitar información”.

Con esas palabras, y con esa gramática, está casi todo dicho.

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