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El berlusconismo se cura viajando

Los tres millones de italianos que viven en el extranjero, dio un triunfo holgado a Bersani, seguido de Monti

Un cartel electoral de Berlusconi rasgado en Livorno.
Un cartel electoral de Berlusconi rasgado en Livorno.Laura Lezza (Getty Images)

Cuando en español se habla de una victoria pírrica significa que se ha obtenido con más daño para el vencedor que para el vencido. Los italianos dicen, en cambio, una victoria de Pirro, concediéndole los derechos de autor al tal Pirro de Epiro, que vivió —y sobre todo guerreó— entre el 318 y el 272 antes de Cristo. Dice su currículo que fue uno de los grandes generales de la época y que, además de en Epiro —una región habitada por varias tribus griegas a la orilla del mar Jónico—, reinó en Macedonia y en Sicilia. Incluso venció a la República de Roma en dos ocasiones, pero con tanto descalabro que tuvo que coger el camino de vuelta. El caso es que, tantos siglos después, la victoria de Pirro fue evocada ayer por los diarios italianos para explicar el resultado obtenido por Pier Luigi Bersani, el candidato del centroizquierda, quien tras conocer los resultados se encerró en su casa durante 24 horas. Solo fue capaz de mandar un triste mensaje de Twitter en el que, más que celebrar la victoria, la admitía.

Solo hubo un sitio donde Pier Luigi Bersani y sus huestes lograron ganar con holgura. Fue en la gran república de la diáspora, un lugar habitado por los tres millones de italianos que constan en los registros y por otros muchos que, al no llevar más de un año fuera o no haber tenido tiempo de darse de alta en el Aire (Registro de Italianos Residentes en el Extranjero), no han podido votar. Los que sí lo han hecho han otorgado a Bersani una victoria más clara que la obtenida dentro de Italia, pero sobre todo han relegado a Silvio Berlusconi a un lejano tercer lugar, por detrás incluso de Mario Monti. Los esfuerzos del primer ministro técnico —cuya agenda ha estado en buena parte dedicada a devolver a Italia el prestigio internacional perdido con Berlusconi— han sido apreciados con más claridad desde fuera del país que desde dentro.

En América, en África, en Asia o incluso en la Antártida, las campañas de Silvio Berlusconi y Beppe Grillo, basadas en la repercusión mediática de declaraciones diarias y altisonantes, se han diluido hasta casi desaparecer. El anterior primer ministro y, sobre todo, el líder del Movimiento 5 Estrellas han apelado a sentimientos muy viscerales. Ante el sector más conservador del electorado, Berlusconi ha vendido la ilusión de que todo puede volver a ser como antes de la crisis y de Monti. Como muestra de que aún es posible rebobinar, Il Cavaliere ofreció por carta a nueve millones de italianos —incluso a alguno ya fallecido— la devolución del impuesto de la primera vivienda que el Gobierno técnico les cobró en 2012. Algo es algo. Tampoco es fácil que toque la lotería y la gente sigue jugando. Por su parte, Beppe Grillo se fundió con el gentío en las plazas para gritar juntos que ya está bien de prebendas, ¡alto a La Casta, abajo el euro! Ese instante de emoción es difícil de compartir cuando ya, hartos de esperar a ser viejos para aspirar a un trabajo y una consideración social, miles de jóvenes italianos, inquietos, bien preparados, decidieron marchar tierra adelante y ahora se ganan la vida mientras de reojo ven a su país ir de mal en peor. Ellos saben mejor que nadie que una Italia aislada, apeada del euro, enfrentada a todos y representada por un histrión —más joven o más viejo, con barba o sin ella— no tiene ningún futuro.

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