Nueve elecciones y un mundo
Las renovaciones en la cúpula del poder durante 2012 abarcan nueve países determinantes de los cuatro grandes continentes. Francia y Rusia en el europeo. China, Japón y Corea del Sur en el asiático. Egipto en el africano. Y Estados Unidos, México y Venezuela en el americano. Juntos representan más de una tercera parte de la humanidad, aunque uno solo, China, concentra a uno de cada cinco seres humanos.
Quien abrió el año electoral, el 4 de marzo, fue Rusia, donde Vladímir Putin obtuvo por tercera vez el poder presidencial que ya había ocupado desde 2000 hasta 2008, en un gambito de nula credibilidad democrática con el hasta entonces presidente Dimitri Medvédev, que ahora deviene de nuevo su primer ministro. Japón y Corea del Sur lo cerraron en diciembre, el 15 y el 19, respectivamente, con la victoria de candidatos derechistas y nacionalistas en ambos países, que augura una época de tensiones crecientes con China e incluso el inicio de una especie de guerra fría asiática.
El resultado estaba sobradamente escrito antes de que empezara el procedimiento de elección al menos en dos de ellos, en Rusia y en China, países que no han conseguido homologar todavía su sistema y su cultura política con esa democracia que a trancas y barrancas consigue abrirse paso por todas partes. Putin venció con el 63% de los votos, al frente de la formación presidencial Rusia Unida, a enorme distancia de su inmediato seguidor, el comunista Genadi Ziuganov, que obtuvo el 17%. Fue una elección plebiscitaria, organizada desde las ventajas que da el poder y con numerosas irregularidades. Todo muy expresivo de una democracia soberana como la rusa, en la que solo son homologables el uso de las urnas y la elección entre varias opciones; pero no la igualdad de oportunidades, y todavía menos las instituciones propias de una democracia, como son la división y el equilibrio entre poderes independientes, el control parlamentario sobre el Ejecutivo o la transparencia y la libertad de información.
El recambio de Putin por Medvédev ha introducido un giro en la política exterior rusa de mayor confrontación con Estados Unidos y de afirmación de su vocación de gran potencia respecto a su antigua área de influencia de la desaparecida Unión Soviética. Se ha podido comprobar en la crisis siria, en la que Moscú ha seguido apadrinando al régimen de Bachar el Asad en la escena internacional y en su represión armada contra el movimiento popular que empezó con manifestaciones civiles en marzo de 2011 y ha ido derivando hacia la lucha armada.
La elección china es inextricable en cuanto a procedimiento: unas votaciones internas y escalonadas dentro de un partido jerarquizado y de gran opacidad. Pero también lo es por su significado político: se trata de un poder muy colegiado, no hay debate abierto y menos público entre tendencias y posiciones distinguibles, y los documentos del congreso necesitan una compleja exégesis para desvelar los temas esenciales detrás de la lengua de madera habitual en el discurso oficial.
Más interesante que la celebración del congreso en el que se ha culminado el ascenso de la quinta generación de dirigentes después de Mao Zedong son las informaciones sobre el enriquecimiento y la corrupción de la élite gobernante; el papel creciente de los príncipes rojos, hijos de los revolucionarios que fundaron o dirigieron la república junto a Mao; o el escándalo Bo Xilai, uno de los más destacados entre estos últimos y además representante de una línea izquierdista neomaoísta, caído en desgracia y ahora procesado tras el juicio y condena de su esposa por el asesinato de un hombre de negocios británico. Este y otros escándalos que han afectado a la élite gobernante han sido interpretados también como las manifestaciones de la lucha por el poder en los meses previos al 18 Congreso, que se ha celebrado entre el 8 y el 14 de noviembre.
China evoluciona hacia una actitud exterior más desacomplejada, en la que empiezan a emitirse enérgicas señales sobre sus ambiciones de hegemonía asiática y su creciente rivalidad estratégica respecto a Estados Unidos y sus roces con vecinos como Japón y Corea del Sur, alentados además por el giro derechista de los Gobiernos salidos de las últimas elecciones del año.
El hecho determinante de la derrota republicana, tras unas tortuosas elecciones primarias que tardaron en decantarse, ha sido el cambio demográfico que está experimentando EE UU, con un peso creciente de las minorías, principalmente los hispanos, que se sienten perjudicados por las políticas antisociales y antiinmigración propugnadas por el Tea Party, el movimiento ultra de base republicano que ha condicionado las elecciones primarias y ha lastrado la campaña de Romney.
Como siempre, fue alta la emoción que rodeó la elección presidencial francesa, en la que el brioso y polémico Nicolas Sarkozy pagó, junto a su arrogancia, el precio casi obligado de la crisis económica y cedió el testigo a François Hollande, el gris candidato de los socialistas. Los inicios de la nueva presidencia socialista no han podido ser más decepcionantes para un país del que se espera que actúe como equilibrio a la creciente hegemonía alemana sobre el conjunto de una Europa cada vez más vacilante y desunida, a pesar de las exigencias de unificación de políticas presupuestarias y bancarias impuestas por la crisis.
El relevo presidencial que se ha producido al sur del río Grande ha conducido de nuevo a la residencia de Los Pinos a un candidato del histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI), después de esos extraños primeros doce años y dos mandatos de ausencia de un poder que había ocupado como si fuera su propia piel durante siete décadas. El nuevo presidente priista Enrique Peña Nieto venció el 1 de julio a Andrés Manuel López Obrador con el 38% de los votos, casi por siete puntos de diferencia, en un momento especial para este país que combina una economía emergente con una enorme avería institucional, causada sobre todo por la guerra del narco, la inseguridad y la corrupción, que las dos presidencias seguidas del Partido Acción Nacional (PAN), la de Vicente Fox y la de Felipe Calderón, no consiguieron ni siquiera empezar a reparar. Peña Nieto tiene el reto de sacar a México de su actual empantanamiento para situarle en cabeza de las economías emergentes como corresponde a su peso económico y demográfico, a sus recursos energéticos y a su vecindad con EE UU.
La mayor novedad del año, hija directa de las primaveras árabes, ha sido la llegada controvertida y accidentada de Mohamed Morsi a la presidencia egipcia. La ascensión del islamismo político en todo el mundo árabe es un signo de cambio de época con repercusiones geopolíticas en toda la región. El asentamiento de Morsi en el trono que ocupó Mubarak durante 30 años adopta la forma de una pugna interior con los otros poderes, el militar y el judicial sobre todo, y de proyección internacional egipcia en el escenario de Oriente Próximo. Morsi ha jugado en favor de Hamás en la franja de Gaza y ha sabido capitalizar el acuerdo de paz de noviembre con Israel, tras una semana de bombardeos y lluvia de misiles, y se ha situado como agente imprescindible en la guerra civil siria y ante la creciente tensión con el Irán nuclear de los ayatolás.
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