El futuro de Egipto
Casi dos años después, nada está definido en el país. Pero nada volverá a ser como antes
El 25 de enero de 2011, Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericana, saludaba el comienzo de la agitación en El Cairo con estas venturosas palabras: “Nuestra valoración es la de que el Gobierno de Egipto es estable y busca los medios para responder a los legítimos intereses y necesidades del pueblo”. Pero 18 días más tarde caía el presidente Hosni Mubarak. El general-dictador había montado un simulacro de Estado de derecho, con algún grado de libertad de expresión; unas elecciones que ganaba siempre el partido en el poder, pero que consentían la existencia de una amena oposición; y algún gruñido que otro en dirección a Israel, pero siempre compatible con servir a los intereses de Washington.
Hoy, casi dos años más tarde, nada está suficientemente definido en el país. Hay un presidente, Mohamed Morsi, de la Hermandad Musulmana; una Constitución criticada por demasiado islamista que está siendo votada en referéndum y una segunda versión de la algarada popular que derrocó a Mubarak, que exige al jefe del Estado la retractación de casi todo lo que se le ocurre. Pero hay algo que sí puede ya decirse: nada volverá a ser como antes; la dictadura, impura y dura, ha pasado a la historia. Es el nacimiento de un sistema político en el que debería caber la oposición, aunque, de momento, el enfrentamiento esté en la calle.
¿Cuáles son las fuerzas en presencia? Morsi no es seguro que tenga a la totalidad de la Hermandad tras de sí. Tres partidos la representan, dos de ellos en aparente disidencia, y si la organización islamista obtuvo el 37,5% de los votos en las legislativas de noviembre de 2011, con 235 escaños sobre 498, en las presidenciales de mayo pasado solo consiguió en primera vuelta el 25% de sufragios. Ganó en segunda contra un candidato del Antiguo Régimen porque parte de la Hermandad, el salafismo, islamismo radical que sacó 123 escaños, y, tapándose las narices, la oposición liberal laicista, consideraron que, pese a todo, Morsi representaba a la revolución. Pero el presidente ha llegado a un modus vivendi con el Ejército. En agosto destituyó al mariscal Tantaui, que se había erigido en poder por encima del trono, y le sustituyó sin que pasara nada por Abdul Fatah al Sisi, piadoso general favorable a la Hermandad.
Las fuerzas que integran el núcleo de la protesta: liberales, nasseristas y aquellos, mal definidos, que solo en el mundo musulmán cabe llamar laicos, obtuvieron el 40% de los sufragios en primera vuelta, pero se oponen tanto entre sí como se congregan en la calle en el no a Morsi. Es otro Egipto. Y, finalmente, los rebotados del régimen anterior, cuyo candidato, un general, apenas perdió contra el islamista por unas docenas de miles de votos, estarán con el Ejército esperando medrar hoy como lo hicieron ayer con quien gobierne Egipto. En la primera jornada electoral la Hermandad decía cobrar ventaja. Y si fuera así tendría el referéndum en el bolsillo, porque en la segunda jornada del sábado próximo, el Egipto profundo le es mucho más favorable que El Cairo y Alejandría, que votaron el pasado fin de semana.
El escenario intelectual en el que se desarrolla el enfrentamiento es la Constitución, redactada por una gran mayoría de islamistas, cuyos trabajos fueron boicoteados por los diputados de la modernidad. Y en el texto legal todo lo referente a la sharía es tan genérico como multiuso. La Constitución repite en su artículo 2 lo enunciado en la Carta de 1971 por el que se eleva la ley coránica a “fuente principal de toda legislación”, estribillo al que casi ningún egipcio, fervoroso o no, se opondría. Y para definir los principios de la misma entrega a la histórica universidad de Al Azhar autoridad absoluta para interpretarla. Tan o más significativos son, sin embargo, los artículos con los que se compra la aquiescencia de los generales. El 197 pone fuera de todo escrutinio parlamentario el presupuesto militar, competencia exclusiva de un Consejo Nacional de Defensa inflado de altos mandos; y el 198 permite el juicio de civiles por el fuero militar, cuando “dañaran al Ejército”. Gran contenedor de delitos.
Se ha dicho que las fuerzas en presencia responden a tres Emes: Militares, Mezquita y Masas. La cuarta Eme, de Morsi, cuenta con el consentimiento más que la adhesión de los Militares, la aprobación interesada de la Mezquita (Al Azhar), y una parte fluctuante de las Masas. La partida apenas ha comenzado.
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