Portugal estalla en violencia
Es la primera vez desde que comenzó la crisis que las protestas estallan en violencia
La manifestación que cerraba la jornada de huelga general había terminado, como otras veces, al pie del Parlamento portugués, en el corazón de Lisboa. El secretario general del sindicato CGTP, Arménio Carlos, había manifestado que el paro había sido "uno de los mayores de la historia del país". Después, los sindicalistas se marcharon. Entonces, cuando quedaban ahí cerca de 1.000 personas, empezó todo: un grupo de jóvenes, algunos enmascarados, comenzaron a lanzar piedras cúbicas del tamaño de un puño arrancadas de la acera a los antidisturbios, que se protegían con sus escudos transparentes.
Fue una auténtica lluvia de cascotes que duró casi hora y media. También voló alguna señal de tráfico. Entonces los agentes, cargaron y a bastonazos, algunos llevando del lazo perros enfurecidos, desalojaron la plaza en cuestión de minutos a base de porrazos, empujones y golpes. La jornada de protestas se saldó con un balance de 48 heridos.
Es la primera vez desde que comenzó la crisis que las protestas en Portugal estallan en violencia. Algunos lo achacan al tradicional carácter tranquilo y resignado del portugués medio. "Pero eso es falso. Dicen que aguantamos todo. Pero eso no es verdad", aseguraba un señor jubilado en la calle, a unos metros de un antidisturbios.
En un soplo, todo se volvió un caos en esa parte de Lisboa: la policía avanzaba a batallones, a la carrera, con la porra en alto, o impedía el tráfico y el paso a peatones por buena parte de calles. Ejércitos de manifestantes corrían de un lado a otro del centro de Lisboa. Hubo contenedores quemados, más de 15 detenidos, gente que se refugiaba en los portales o que insultaba a los agentes llamándolos asesinos. "Esto es un antes y un después", resumió otro hombre mirando al suelo, sin dejar traslucir si estaba a favor o no.
Fue la tercera huelga general en Portugal en menos de 16 meses organizada contra el Gobierno del conservador Pedro Passos Coelho y sus draconianas y crecientes medidas de ajuste. La protesta, como se preveía, paralizó el transporte público. El metro de Lisboa cerró. Los barcos que atraviesan el Tajo funcionaron muy poco. Los autobuses marcharon a medio gas. La compañía aérea TAP anuló casi 200 vuelos. Muchos hospitales funcionaron con servicios mínimos. De cualquier forma, también como se preveía, Lisboa no se detuvo: los comercios abrieron y los restaurantes y las casas de comida sirvieron menús como cualquier otro día.
Después, a las tres de la tarde, la pacífica manifestación del sindicato CGTP se llenó de indignados de todas las edades y pintas: jubilados, profesores, funcionarios, parados y tenderos que en cuanto olfateaban un periodista se abalanzaban sobre él para contarle que viven peor cada semana que pasa, casi cada día. Luego comenzó la lluvia de piedras, las carreras, los perros y los porrazos.
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