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Muchas mayorías holgadas, y alguna noche de infarto

El complejo sistema electoral estadounidense suele arrojar resultados claros, pero en algunas ocasiones ha generado escrutinios de taquicardia Los más reñidos y celebres son la victoria de Bush en 2000 y la de Kennedy en 1960

El complejo sistema electoral estadounidense suele producir solidas mayorías para el candidato ganador. El mandatario de Estados Unidos es elegido por los miembros del Colegio Electoral que se constituye con los representantes que, en un número proporcional a su población, envía cada Estado. Salvo en dos casos, el ganador en un Estado obtiene todos los representantes de ese territorio. En las últimas décadas, este sistema ha arrojado normalmente resultados muy holgados.

Sin embargo, el mismo sistema puede producir la distorsión de un presidente elegido con menos votos que su adversario, y situaciones en las que la victoria de uno de los candidatos depende de un puñado de votos en uno de los Estados clave. Estas son las circunstancias que llevaron al poder a George W. Bush en el años 2000.

En esas elecciones, el candidato demócrata, Al Gore, obtuvo 51 millones de votos, medio millón más que Bush. La distribución de esos votos sobre el territorio arrojó un resultado extremadamente ajustado en el número de votos en el Colegio Electoral. Y, en esas circunstancias, el escrutinio en Florida indicaba una diferencia de pocos cientos de votos sobre un total de casi seis millones. El Estado otorgaba entonces 25 delegados, un número suficiente para decantar las presidenciales de un lado a otro.

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Tras una intensa pugna legal que empezó con recuentos en circunscripciones electorales y llegó hasta el Supremo, el veredicto final asignó a Bush una ventaja de 537 votos en Florida. Esto le permitió llegar a los 271 votos electorales frente a los 266 de Gore. Ex post, considerada la política llevada a cabo por la Administración republicana en los ocho años siguientes, es difícil pensar en otros 537 votos populares que hayan tenido un impacto parecido en la historia.

Otro escrutinio que provocó taquicardias fue el que llevó a la elección de John F. Kennedy. El candidato demócrata se impuso a su rival, Richard Nixon, con un margen de tan solo unos 100.000 votos populares sobre los 68 millones emitidos en total. La noche electoral fue caótica, y Kennedy se impuso porque logró la victoria en Illinois, por un margen de apenas 9.000 votos sobre un total de 4,5 millones; y en Tejas, por un margen de 46.000 votos. Si ambos Estados hubiesen caído del lado republicano, Nixon habría ganado las elecciones.

Las presidenciales de 2004, en las que Bush se enfrentó a John Kerry, también provocaron algunas taquicardias al principio del escrutinio, pero posteriormente cristalizaron en un resultado bastante claro: 286 delegados frente a 251, con una ventaja en voto popular total de tres millones de votos para el aspirante a la relección. En algunos Estados hubo resultados bastante ajustados, pero no tanto como en los casos de 1960 y 2000. Kerry perdió Ohio y Colorado por unos 100.000 votos. Con esos dos Estados habría llegado a la Casa Blanca.

Para encontrar otras elecciones con un resultado bastante ajustado en términos de delegados –que en definitiva es lo que cuenta- hay que remontarse a 1916, cuando el demócrata Woodrow Wilson se impuso por 277 frente a 254. Wilson, a diferencia de Bush en 2000, había ganado también en voto popular, por un margen de medio millón de votos.

Entre medias, los anuarios electorales ofrecen una catarata de elecciones ganadas con holgadas mayorías de delegados. Entre las más abultadas destacan la de Franklin D. Roosevelt contra Alf Landon (523 delegados a 8); Ronald Reagan contra Walter Mondale en 1984 (525 a 13); y la de Richard Nixon contra McGovern (520 a 17). Barack Obama obtuvo en 2008 365 votos electorales, frente a los 173 de John McCain.

La pauta electoral muestra que en la mayoría de los casos el aspirante a la relección triunfa. En la historia reciente solo han fracasado George Bush padre y Jimmy Carter.

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