Dos de cada tres franceses prefieren la reelección de Obama
Francia no quiere históricamente a los republicanos en la Casa Blanca Pero esta vez es lo nunca visto: solo un 5% desea que gane Romney
Si Obama y Romney se jugaran la elección en Francia, la batalla por la Casa Blanca no tendría la menor emoción y no sería necesario siquiera esperar el resultado de Ohio. El 67% de los franceses afirma desear la reelección del presidente demócrata, contra un exiguo ¡5%! que se inclina por el candidato republicano y mormón. Una encuesta de CSA publicada el jueves estima que un 28% de los franceses no toma partido ni siente excesivo interés por la cita del 6 de noviembre. Las cifras sorprenden, sobre todo, porque coinciden con el hundimiento de la popularidad de François Hollande hasta un 35% a finales de octubre.
La inclinación masiva por Obama parecería sugerir que no estamos ante una derechización del electorado que votó a los socialistas en mayo –presidenciales- y junio –legislativas- sino ante un juicio severísimo de la gestión del nuevo presidente, al que cada vez más sus paisanos ven como un hombre inadecuado para domar la crisis.
Pero, bien visto, si los franceses siguen apostando masivamente por los demócratas y no por los republicanos es, en gran parte, porque entre los simpatizantes de la derecha gala hay un ¡75%¡ de partidarios de Obama, frente al 9% que votaría –si pudiera- a Mitt Romney, mientras un 16% no se pronuncia.
Este apoyo de los votantes de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) y, sin duda, de no pocos del Frente Nacional, puede interpretarse también como un guiño a la buena relación que mantuvo Obama con Nicolas Sarkozy, en un momento como el actual, en el que la creciente debilidad de Francia, cada día más señalada como un país enfermo desde Alemania y por algunos buscadores de fortuna, que sitúan a París como la próxima diana de los mercados si no se pone a mejorar la competitividad a toda prisa.
Lo cierto es que, históricamente y contra lo que hacen en casa, los ciudadanos del Hexágono han mostrado una simpatía sistemática por los candidatos demócratas de Estados Unidos, al menos desde que se les pregunta en los sondeos, costumbre que se inició en 1992. Antes de las tensiones franco-americanas provocadas por la guerra de Irak en 2003, el reparto era bastante más equilibrado: en 2000, Al Gore, que acabó perdiendo, recibía un 43% de apoyos, mientras George W. Bush recogía el 30%.
La explicación más sensata a este fenómeno –que, en menor medida, sucede también en Italia- es que la Francia moderna identifica a los presidentes republicanos con las guerras e invasiones de terceros países –coincida eso o no con la realidad-, y les considera enemigos del Estado de Bienestar –sacra institución nacional- y amigos de la restricción de derechos individuales como el aborto.
Pero, en este caso, hay que contar además con el factor religioso, que siempre tiene su influencia en la laica Francia. Contra la opinión de los que piensan que el único problema de Romney es que es mormón, los franceses no pueden soportar la idea de tener a un presidente religioso, meapilas, tal vez un poqco integrista y que para colmo es medio obispo, millonario y presume de ser un empresario de éxito.
En París, el pronunciado mentón del mormón sería poco menos que invendible: aquí ser republicano tiene otro sentido, los ricos generan mucho más odio que envidia o admiración, y los empresarios de éxito son considerados, casi todos, unos tiburones sin patria ni corazón.
Razones geopolíticas y esperanzas macroeconómicas aparte, cuando los franceses eligen presidente eligen a un Rey sin corona –y últimamente también sin reina, o solo con novia-. Pero, sobre todo, el primer precepto de esta República es la separación Estado-Iglesia. Y si el candidato representa a una Iglesia tan marciana como la de Romney, el resultado solo podía ser ese: 67 a 5. O 75 a 9. A veces, no todas, los países serios se comportan como países realmente serios.
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