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Columna
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Europa desde China

El gigante crece y se despereza: en 2020 su economía ya será la primera. ¿Y después?

Lluís Bassets
Un grupo de manifestantes chinos protestan frente a la embajada de Japón en La Haya (Holanda).
Un grupo de manifestantes chinos protestan frente a la embajada de Japón en La Haya (Holanda).PHIL NIJHUIS (AFP)

No hay mejor punto de observación. Para entender lo que nos está sucediendo, hay que observar a Europa desde China. La visión de la globalidad y el ángulo asiático proporcionan una perspectiva distinta. Y alarmante: nos encogemos y andamos cada vez más perdidos en el mundo global. No es el caso de un número creciente de empresarios y hombres de negocios, sino sobre todo de nuestros viejos Estados nacionales y de quienes están al mando.

Tiene su lógica. El centro de gravedad se ha desplazado hacia Asia y si dentro de ese centro de gravedad hay a su vez otro centro de gravedad, este está en China. Quienes más intensamente perciben el desplazamiento y la pérdida de poder que se está produciendo en el planeta somos los europeos. Para captar la dimensión del cambio nada mejor que situarse en el punto que más sube, China, y observar desde allí el que más rezagado se queda, Europa.

China se halla en un momento delicado, en las vísperas agitadas del 18º Congreso del Partido Comunista, que culminará el relevo en la cúpula del Estado y del partido único. El poder sigue funcionando según la metáfora de la caja negra: sabemos todo de lo que entra y de lo que sale, pero nada de lo que ocurre en su interior. Aunque la almendra del poder permanece inalterable e inescrutable, la sociedad se mueve cada vez a mayor velocidad, acelerada y reforzada en su capacidad de acción por la tecnología y las redes sociales.

Así es como China proporciona historias de primera página a los medios como no lo había hecho nunca. A pesar de la censura y del partido único, en China pasan cosas, muchas y muy jugosas cosas, y todas ellas conectadas dentro de la caja negra con el momento de transición o relevo en el poder. Ahí están los tumultos antijaponeses, controlados desde el poder a través de las redes sociales. O el mayor conflicto de los meses anteriores al Congreso, el culebrón de Bo Xilai, el príncipe rojo caído en desgracia tras el procesamiento y condena de su esposa por asesinato de un ciudadano británico. Bo era el patrono de Chongqing, ciudad emblema del desarrollo de la China interior, donde se ha efectuado un experimento izquierdista, en abierto contraste con el modelo de Guandong, donde el partido permitió otro experimento más liberal. La purga antizquierdista no se ha producido porque haya vencido una de las dos tendencias en pugna sino porque Bo desafió a la cúpula del partido, pretendiendo imponerse por su cuenta como una figura carismática sobre los funcionarios grises actualmente al mando.

El gigante sigue creciendo y desperezándose. Más rápido lo primero que lo segundo. Según explica el profesor Hu Angang de la Universidad Tsingua de Pekín, en su libro China 2030, dentro de ocho años será ya la primera economía del mundo y más que duplicará en PIB a la de Estados Unidos en la fecha del título. Su renta per cápita se acercará entonces al 60% de la renta de los estadounidenses. Su participación en el comercio mundial, cercana al 30%, le proporcionará unas palancas temibles a sus políticas monetarias. Según el profesor Hu, en 2030 será el primer poder mundial, el más innovador, con un Estado de bienestar de alto nivel, una economía verde y una sociedad de riqueza compartida. Demasiado optimista, pero la crisis europea es el combustible que alimenta entre los economistas chinos la idea de este horizonte radiante.

Veamos lo segundo: al desperezarse el gigante da zarpazos y patadas. Con lentitud, con el gradualismo y el incrementalismo practicados por la aristocracia reformista y autoritaria que está al mando. Pero zarpazos: la teoría de los pequeños pasos quizás no traerá la democracia, pero puede conducir a la hegemonía militar y política en Asia. El rumbo de colisión es evidente. Japón ya se halla en la trayectoria, gracias al conflicto por las islas Diaoyu o Senkaku. Pero lo mismo sucede con todos los vecinos (Vietnam, Filipinas o Indonesia) a los que disputa los islotes y las aguas circundantes. No solo por los tesoros energéticos que pudieran esconder o por el control del tráfico marítimo, que también. Sino ante todo por afirmación de un poder que se asienta y manifiesta con fuerza proporcional a la seguridad con que avanza hacia la primacía mundial.

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Un think tank europeo, el European Center on Foreign Relations, ha facilitado a un grupo de exministros, politólogos y periodistas de Los 27, entre los que se encontraba el autor de esta columna, la atalaya para asomarse a Europa desde China, en un seminario en el que se han entrevistado y han discutido con decenas de especialistas y colegas chinos durante una semana. La conclusión más sintética que puede desprenderse es que desde China se observa una Europa que se debilita y encoge, cuando necesitamos con urgencia una visión y una estrategia europeas respecto a China, la superpotencia desafiante del siglo XXI. Una frase irónica oída en Pekín resume el momento: “Europa necesita un plan Marshall chino para salvar su economía”.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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