Los palestinos protestan por las subidas en combustible y alimentos
Miles de jóvenes piden la dimisión del primer ministro en las principales ciudades de los territorios palestinos
Los territorios palestinos arden. Literal. Los neumáticos incendiados por los manifestantes proliferan en las calles de Hebrón, Ramala, Nablus y Belén; las principales ciudades palestinas. Miles de jóvenes protestan desde hace una semana por la subida del precio del combustible y de los alimentos y piden la salida del primer ministro en unas protestas que podrían descontrolarse con facilidad. Anoche, la manifestación se tornó violenta en Hebrón, donde cientos de manifestantes se enfrentaron a pedradas a la policía palestina, según testigos. En el resto de Cisjordania los taxistas hicieron huelga y los piquetes se extendieron por las grandes arterias de los territorios.
Diversos colectivos han convocado nuevas marchas para hoy y para el resto de la semana. Las protestas, que tienen como primer e inmediato objetivo lograr la dimisión del primer ministro palestino Salam Fayad, son inéditas en los territorios palestinos. Resulta relativamente frecuente ver a los jóvenes de Hebrón lanzar piedras contra los soldados israelíes o los colonos, pero no contra la policía palestina como sucedió anoche. Hasta el momento, las fuerzas de seguridad han tratado a los manifestantes con guante de seda, por orden expresa del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.
Las manifestaciones
son inéditas en
los territorios palestinos
Rival político de Fayad, el presidente Abbas se apresuró a bautizar hace días en El Cairo la serie de protestas como “la primavera árabe palestina”. La etiqueta resulta prematura de momento, según los observadores locales. El contexto palestino es muy diferente al de los países árabes de la zona en los que desde hace meses los manifestantes salen a la calle para derrocar a sus dictadores. Para empezar, el Gobierno de la Autoridad Palestina no es una eterna dictadura como lo fue Egipto, Túnez o es aún Siria. Pero sobre todo, lo que diferencia a los palestinos de los árabes de la región es que viven bajo una ocupación israelí que deja escaso de maniobra al Gobierno con sede en Ramala.
Esa es precisamente una de las principales demandas de los que se manifiestan estos días en las ciudades palestinas. La revisión del llamado Protocolo de París, hasta hace días desconocido por buena parte de la población palestina, y que ahora está en boca de todos. Se trata del capítulo económico de los acuerdos de Oslo, firmado hace ahora 19 años y que regula las relaciones comerciales y fiscales entre palestinos e israelíes. Vincula entre otros asuntos, el precio del combustible de los palestinos al que se vende en Israel —puede ser como máximo un 15% más barato—, a pesar de que ambas economías, salarios mínimos y nivel de vida de sus habitantes no son comparables.
El protocolo de París, como los acuerdos de Oslo, se redactó con la intención de que fuera un texto provisional a la espera de un acuerdo de paz definitivo entre palestinos e israelíes que no acaba de llegar. La presión de la calle ha obligado ahora al Gobierno de Ramala a pedir a los israelíes la revisión del Protocolo de París. Pero lo han hecho con la boca pequeña y limitada firmeza, algo que no se les escapa a los manifestantes, que no han prestado mayor atención al gesto.
Al margen de que ciertos actores políticos palestinos puedan sacar partido político de las protestas si logran derribar al Gobierno del prooccidental Fayad, lo cierto es que el ambiente está muy caldeado en los territorios palestinos y el enfado colectivo podría canalizarse en distintas direcciones. En Israel, en los despachos y en la prensa empieza a escucharse de nuevo la temida expresión “tercera Intifada”.
El ambiente está caldeado porque la situación económica no deja de empeorar. La crisis de las economías del mundo desarrollado han provocado la caída en picado de las donaciones a los palestinos. Los países árabes también han reducido sus contribuciones. Con una inyección internacional financiera mucho menor y con un sin fin de obstáculos —físicos y políticos— que Israel interpone al desarrollo de la economía palestina, como denuncia el Banco Mundial, la vida de los dos millones y medio de palestinos que vive en Cisjordania tiene pocos visos de prosperar en un futuro próximo.
Al deterioro de la economía se le añade la falta de horizonte político. Hace dos años que las llamadas negociaciones de paz se encuentran en punto muerto, sin que la comunidad internacional, más pendiente de las revueltas en el mundo árabe y a la espera del resultado de las elecciones estadounidenses parezca quitarle el sueño. En este contexto, cualquier llamarada es susceptible de propagarse en los territorios palestinos.
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