El veneno de los Bo sacude China
El proceso judicial a la esposa del exdirigente Bo Xilai se enmarca en una descarnada lucha de poder
Los tiempos que preceden los congresos quinquenales del Partido Comunista Chino (PCCh) son siempre tiempos delicados: afloran las luchas intestinas en el partido, salen a la luz casos de corrupción que han permanecido ocultos durante años, aumenta la represión contra los disidentes, y las autoridades multiplican los esfuerzos para garantizar la estabilidad interna del país con objeto de lograr una transición de poder pacífica.
China celebrará este año uno de los congresos más importantes de su historia reciente, ya que se producirá el relevo generacional en la cúpula del PCCh, en un momento en el que la crisis global somete a presión a sus empresas exportadoras y sus ciudadanos alzan cada vez más la voz para pedir cuentas al Gobierno. Y todo estaba bien encarrilado para el cónclave en otoño. O eso parecía, hasta que la pareja formada por un alto dirigente del partido, Bo Xilai, y su esposa, Gu Kailai —acusada formalmente el jueves pasado del asesinato de un ciudadano británico—, se cruzó por medio, en un drama en el que se mezclan poder, política y dinero.
El mayor escándalo político que ha vivido China en las dos últimas décadas saltó en febrero, protagonizado por este matrimonio mediático, de estilo moderno, populista, ambicioso y con un inglés fluido, que los diferenciaba de sus camaradas del PCCh, donde la discreción, la parquedad de palabras y la prudencia son reglas de oro para llegar a la cima. Hasta tal punto Bo Xilai, de 62 años, y Gu Kailai, una abogada de 53, presentaban una imagen nueva y distinta en la política acartonada del país asiático, que han llegado a ser llamados los Jack y Jackie Kennedy de China.
Bo fue destituido a mediados de marzo como secretario del partido en la municipalidad de Chongqing, y el 10 de abril fue expulsado del Politburó del PCCh, bajo sospecha de estar implicado en “graves violaciones de disciplina”. Ese mismo día, su esposa fue acusada de ser “altamente sospechosa” del asesinato de un hombre de negocios británico, Neil Heywood, debido a una disputa sobre “intereses económicos”.
Las dos estrellas se desplomaron juntas. La carrera política de Bo quedó finiquitada. Y con ella su ambición de convertirse en uno de los miembros del poderoso Comité Permanente del Politburó —en la actualidad integrado por nueve personas— que saldrá del XVIII Congreso del PCCh. El futuro de Gu se presentaba aún peor.
Ambos desaparecieron de la luz pública, y la poca información que ha trascendido desde entonces sobre su caída ha llegado principalmente por la prensa extranjera, esencialmente la británica. Según diversas informaciones, Gu discutió con Heywood —quien era amigo de la familia desde hacía mucho tiempo— porque este le pidió una comisión mayor de la que ella pensaba darle por ayudarle a evadir una gran cantidad de dinero de China, y al negarse a dársela, él amenazó con hacer público el escándalo.
El jueves pasado, el drama político subió de tono. La agencia oficial Xinhua informó de que Gu y un empleado de la familia, Zhang Xiaojun, serán procesados por haber envenenado a Heywood, en un juicio que Pekín quiere solventar antes del congreso.
Pero, ¿qué implicaciones tendrá el juicio de Gu? Y, ¿cómo afectará a Bo Xilai? Y, aún más, ¿es la esposa del ambicioso político la cabeza de turco en un escándalo que ha revelado las tensiones internas en el seno del PCCh?
La culpabilidad de Gu Kailai parece haber sido decidida antes de la vista, como presagia Xinhua: “Los hechos del crimen de los dos acusados están claros y las evidencias son irrefutables y sólidas”. Podría ser condenada a muerte, aunque lo más probable es que sea sentenciada a cadena perpetua o una larga pena de cárcel.
Las autoridades y la prensa china han insistido en que nadie está por encima de la ley. Pero hay sospechas en China —entre otros, por parte de los seguidores de Bo Xilai— de que tanto el político como su mujer son víctimas de una lucha entre diferentes facciones del partido, y que no son más corruptos que otros líderes. El ángel caído era la cabeza del ala más izquierdista del partido, y era considerado un elemento incómodo por los reformistas, liderados por el actual presidente, Hu Jintao, y el primer ministro, Wen Jiabao.
En 2006, tras la llegada al poder de Hu en 2002, el secretario del PCCh en Shanghai y miembro del Politburó, Chen Liangyu, fue purgado y condenado posteriormente a 18 años por corrupción. La caída de Chen —hombre cercano a Jiang Zemin (predecesor de Hu)— fue vista como un movimiento orquestado por Hu para consolidar su liderato y deshacerse de un rival.
El Gobierno se ha apresurado a difundir en los medios oficiales que la destitución de Bo Xilai no tiene nada que ver con enfrentamientos políticos. Pero, al mismo tiempo, ha cerrado páginas neomaoístas, que defendían a Bo y hablaban de una purga. Pocos analistas y observadores políticos dudan de que su hundimiento se debe a algo más que “graves violaciones de disciplina”.
¿Qué pasará, entonces, con Bo? Algunos expertos y críticos con el PCCh piensan que los líderes chinos actuarán con sus tradicionales pragmatismo y secretismo. El exdirigente —hijo de uno de los grandes líderes revolucionarios de la época de Mao Zedong— tiene sus partidarios y Pekín prefiere garantizar una transición suave y neutralizar el riesgo de choques dentro del partido, según afirman. Aunque Bo está siendo investigado por corrupción, el Gobierno pondrá los focos sobre el caso Gu, ya que, además, hay por medio un ciudadano británico asesinado y el Reino Unido ha pedido justicia.
Algunos analistas creen que Bo no llegará a ser juzgado —en ningún momento ha sido implicado oficialmente en el asesinato del amigo británico—. Otros, que no lo será antes del congreso, aunque sí podría ser expulsado del partido. En cualquier caso, consideran que todo se decidirá tras los muros de Zhongnanhai —sede del Gobierno—, y que en un país donde no hay sistema judicial independiente, el futuro de Gu y Bo no lo sellarán los tribunales sino las altas instancias del poder, en aras de la siempre mentada estabilidad social y la continuidad del Partido Comunista Chino.
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