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GUERRA CIVIL EN SIRIA

“Sueño con matar con mis manos a Bachar el Asad, que acabe como Gadafi”

La batalla por Damasco dispara las elucubraciones sobre el futuro de la revuelta Las divisiones sectarias incrementan el temor al estallido de una guerra civil

Dos rebeldes sirios después de haber conseguido el control del puente fronterizo de Bab el Hawa.
Dos rebeldes sirios después de haber conseguido el control del puente fronterizo de Bab el Hawa.BULENT KILIC (AFP)

“Sueño con matar a Bachar el Asad, que acabe como Gadafi. Debemos hacerlo, ojalá pueda ir a Damasco y hacerlo con mis propias manos”, afirma Muaftar, miembro de una de las muchas nuevas katibas( brigadas) con las que cuenta el Geish al Hor (Ejército Libre de Siria), con las gafas de espejo puestas y limpiando el fusil en su caserna, a las afueras de Al Qusayr. Muaftar ha perdido a cinco miembros de su familia, incluido su hermano menor. La batalla por la liberación de Damasco ha disparado un sinfín de elucubraciones sobre el futuro del presidente y su famillia. ¿Luchará hasta el final? ¿Huirá al extranjero? ¿Se refugiará en Latakia, bastión alauí?

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Tras un año y cuatro meses de lucha y más 17.000 víctimas mortales, el sentimiento de odio es muy profundo entre la población civil de Al Qusayr, bombardeada a diario desde hace tres meses y que ha sufrido durante demasiado tiempo demasiadas muertes. “Espero que el final del régimen esté próximo, inshalá”, desea el doctor Kaseem, que ha visto morir a centenares de personas en el hospital clandestino en el que trata de salvar vidas sin personal especializado, sin medicinas ni apenas anestesia para aplacar al menos el dolor de los heridos.

“El Consejo de Seguridad de la ONU no se pone de acuerdo ¿y qué? Mejor así, conseguiremos la libertad solos y no le deberemos nada a nadie”, opina Kaseem mientras echa una mano armando cajas con la poca ayuda humanitaria que llega a esta localidad para repartirlas en este inicio de Ramadán, un mes de ayuno con un calor húmedo y agotador.

“Yo creo que El Asad está dispuesto a destruir Damasco si es necesario para mantenerse en el poder”, dice con pena Mohamed, activista sirio de Al Qusayr que, sentado en una silla de plástico blanca, sigue con ansia las noticias en la televisión sobre la pelea de la capital sin perder un solo titular, cambiando frenéticamente de canal bajo el estruendo de las bombas.

El caos y el terror se han apoderado de Siria, dice la presentadora en árabe, donde las tropas gubernamentales pierden poco a poco el control del país y tratan de recuperar a la desesperada las bolsas de territorio que el Ejército Libre de Siria (ELS) conquista. Las imágenes muestran a combatientes luchando calle por calle en Damasco, donde miles de familias huyen de la extrema violencia y buscan refugio huyendo de los combates, como en muchas otras localidades sirias.

Bachar el Asad ha demostrado en todo este tiempo que no le tiembla el pulso, aplastando cada foco de revuelta a sangre y fuego, deteniendo y torturando a miles de personas para mantenerse en el poder. El odio entre las diferentes confesiones religiosas presentes en este país se ha exacerbado en estos últimos tiempos. “Antes convivíamos todos en paz. Ahora hay mucho odio entre nosotros. No sé cómo acabará esto, realmente hay una aversión hacia los chiíes muy grande”, afirma Hamud, otro activista que no sabe explicar muy bien qué vendrá después, en un país con la oposición dividida y donde, en estos momentos, mandan las armas.

Los que más temen son las minorías confesionales acusadas de colaborar con el régimen, como la alauí, las cristianas y, en menor medida, también la burguesía musulmana suní de la capital, que se ha beneficiado de los privilegios del poder. “No creo que haya una guerra civil tras la caída del régimen. La idea del sectarismo es parte de la propaganda de El Asad”, explica Kosay Aladae, uno de los últimos cristianos que queda en Al Qusayr, donde al menos dos miembros de la familia cristiana Kasuja fueron tiroteados, según la oposición, por pertenecer a los shabiha (milicias del régimen), y donde la gran mayoría ha huido por miedo a represalias. “Cuando caiga El Asad no podremos tener una democracia enseguida, necesitaremos un tiempo. Pero tendremos un Gobierno democrático que incluirá a todas las facciones políticas y si se instaura la sharía [jurisprudencia islámica\], nos respetarán”, augura Aladae.

La batalla por Damasco destapa muchos interrogantes sobre cómo terminará la más larga y sangrienta de las revoluciones árabes, cuyo final dista mucho de ser tan rápido como el de Libia, que contó con la ayuda de la OTAN, un amplio territorio liberado como Bengasi y ciertos lujos en cuestión de logística, como flamantes todoterrenos, numerosas nuevas armas y teléfonos satélite para los combatientes.

“Aquí somos pobres”, asegura el comandante Abo Alsoos, de la Brigada Al Faruk. “Solo hemos luchado con Kaláshnikov y RPG [lanzagranadas], sin apenas munición”, mientras los rebeldes libios contaban con baterías antiaéreas, consejo de militares extranjeros sobre el terreno y el valioso apoyo de los aviones de los aliados, que bombardeaban las posiciones de Gadafi.

Mas importante aún, tampoco Oriente Próximo es el norte de África. La situación geoestratégica de Siria la convierte en un escenario con múltiples actores que buscan salvaguardar sus propios intereses, tratando de influir en un guion a medio escribir que se les va de las manos. “Nuestros vecinos, ese es el problema. Israel por un lado, que tiene conflictos con el Irán chií y su alianza con el Hezbolá libanés, que complica las cosas”, explica Tarek, maestro de escuela refugiado en casa de familliares desde que una bomba destruyó la suya. Rusia y China completan el trío aliado de El Asad, bloqueando todo intento de sanción en el Consejo de Seguridad de la ONU, escarmentados tras la famosa resolución en Libia y el deber de proteger a la población que dio carta blanca a la intervención de la Alianza Atlántica.

Además Bachar el Asad no es de la generación de Mubarak, Ben Ali o Gadafi. Es un hombre joven, un oftalmólogo que estudió en Inglaterra y mostró signos de apertura en los albores de su mandato, que llegó al poder por casualidad porque su hermano Basil, el preferido, el preparado, murió en un accidente. “Ese es el problema. Tiene que demostrar su legitimidad para ser presidente y que es capaz de llevar a cabo represiones como las que acometió su padre en Hama en los años ochenta”, explica Mohamed, un ingeniero que no trabaja desde un año.

Con escasa experiencia militar, El Asad ha tenido que confiar en el asesoramiento de la vieja guardia y de Irán, tal como mostraron los correos electrónicos que interceptó la oposición y que publicó la prensa internacional.

¿Qué opciones le quedan? De momento, está lanzando nuevas ofensivas a lo largo y ancho del país, incluida la capital, con toda la fuerza de la que es capaz. La caída de Damasco no será, por lo tanto, como la de Trípoli. “El derramamiento de sangre no ha hecho más que comenzar en la capital”, augura Mohamed, que sabe que se enfrentan a uno de los Ejércitos más fuertes y mejor armados de Oriente Próximo, con material ruso y armas químicas, como arsenales de gas sarín, gas mostaza y un derivado del cianuro. “Nos tomamos todas las noticias con precaución. Aunque soñamos con la victoria, pronto”, afirma Mohamed, mirando por la ventana sin gran curiosidad a ver dónde ha caído esa enésima bomba, fumando un cigarrillo Alhambra tras otro antes de que comience el Ramadán, siempre frente al televisor, siguiendo la última hora de la caída de la capital.

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