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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

EuroGrecia

Todos desean seguir en el euro. La derecha se resigna a pagar un precio; la izquierda lo quiere gratis

Europa contenía el aliento y el resultado de las elecciones griegas le ha devuelto el resuello. La pugna se dirimía entre los advenedizos de la izquierda dizque radical —Syriza—, que rechazan el rescate económico europeo, y los de siempre, el centro-derecha de Nueva Democracia, con el apéndice de la izquierda-centro —el Pasok socialista—, que lo aceptan a regañadientes. Y han ganado estos últimos, aunque hiciera falta que la eurozona, con Alemania a la cabeza, formulase un crudo chantaje al electorado: o vota como es debido, o se queda sin euro. Los mercados, con su sabia perversidad, aún niegan, sin embargo, el plácet a la victoria de la derecha, y la situación es incluso más enrevesada que antes de las legislativas.

Los griegos han votado dominados por una doble pasión. Como decía el diario ateniense Kathimerini, la derecha y sus centros lo han hecho por miedo a lo desconocido, y la nueva izquierda por desesperación ante lo demasiado conocido. Syriza, que esperaba rebañar votos en el vendaval de la primavera árabe, había obtenido en las elecciones de 2009 el 4,6% de sufragios, Nueva Democracia retenía 33,5%, y los socialistas, casi un 44%. El 6 de mayo, los dos exgrandes partidos habían caído por debajo del 20%, y los izquierdistas de Alexis Tsipras alcanzaban un sorprendente 17%. Y este domingo los dos primeros clasificados, Syriza y Nueva Democracia, se apretaban entre el 29% de los conservadores y el 27% de los rupturistas, con el socialismo siempre sepultado en las catacumbas.

La polarización es, por tanto, mucho más absoluta en lo que ha sido de hecho una segunda vuelta de los comicios de mayo. Y unas elecciones que se habían presentado como referéndum sobre el euro están muy lejos de haber aclarado las cosas. Tanto la derecha como la nueva izquierda pretenden que Grecia siga en la moneda única; la diferencia estriba en que los primeros se resignan a pagar un alto precio por ello, y los segundos lo quieren gratis. Y sería perfectamente posible que un número creciente de votantes de la línea blanda y pro-europea, cuando tengan que seguir haciendo sacrificios refuercen las filas de Syriza, agudizando lo que en otro tiempo el marxismo llamaba las “contradicciones”. Solo una improbable generosidad de Berlín y los dudosos buenos oficios del G-20, reunido en Los Cabos, México, podrían calmar a esa gran nación de deudores que es la Hélade. Y si la coalición entre Nueva Democracia y Pasok resulta imposible, Grecia iría a un Gobierno de unión nacional que, en cualquier caso, se parecería muchísimo a lo que hoy se negocia.

El acertijo griego no va a concluir con una victoria a los puntos de un Gobierno conservador en el Parlamento aderezado por una amenazante trifulca en la calle. En las crisis los hechiceros de la razón hacen su agosto, como el partido xenófobo, Aurora Dorada, equivalente a la peor versión del Frente Nacional francés, bajo su fundador, Jean-Marie Le Pen, que ha mantenido el 6% de sufragios de mayo y con ello su presencia en la Cámara. El exlíder socialista Yorgos Papandreu decía en víspera de las votaciones que peor que la debacle económica era la ruptura en el tejido social euro-griego, representado por el éxito de esos mercaderes del pánico.

Pese a la victoria de Nueva Democracia y la culminación del rescate económico, Grecia no dejará de ser durante largo tiempo el hombre enfermo de Europa en un continente en el que sobran candidatos al puesto, así como Alemania, nada popular en Grecia desde la II Guerra, seguirá siendo con la rácana ortodoxia de Angela Merkel el país menos querido del planeta de la opinión griega. Véase cómo se desarrolla el partido de fútbol que disputarán ambos países el próximo viernes en los cuartos de final de la Eurocopa.

El domingo se celebraron elecciones en tres países del entorno mediterráneo: Grecia, Francia y Egipto; y lo que en las legislativas francesas se traducía en una confortable mayoría de la oposición socialista, en Grecia ha sido, en cambio, una implosión del sistema de partidos del que difícilmente se ve el final. En Atenas ha ganado lo que la eurozona consideraba la solución menos dolorosa, pero sin garantía alguna de éxito; en París se ha impuesto una versión modestamente antigermánica de austeridad pero menos; y en Egipto el Ejército marca estrechos límites al pluralismo. Si la revuelta árabe hubiera sido a la postre para nada, una gravísima ola de inestabilidad recorrería Europa. Aunque el euro ya no fuera problema.

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