Una treintena de ataques contra chiíes en Irak causa al menos 70 muertos
Los atentados se dirigían contra concentraciones religiosas y comisarías de policía Grupos extremistas suníes asociados con Al Qaeda intentan reabrir la brecha sectaria
La cadena de atentados que este miércoles sacudió Irak dejó al menos 70 muertos y 250 heridos, la segunda mayor matanza desde la retirada de las tropas estadounidenses el pasado diciembre. En total, 42 ataques distintos en Bagdad y otras nueve ciudades, pero con un objetivo único: la comunidad chií. Aunque nadie ha reclamado la autoría, todo apunta hacia los grupos extremistas suníes que intentan reabrir la brecha sectaria que llevó al país al borde de la guerra civil entre 2006 y 2007 y, de paso, tumbar al Gobierno de Nuri al Maliki, cuyas políticas no han ayudado a cerrar aquella herida.
El primer atentado, que causó 22 muertos y medio centenar de heridos, tuvo lugar en Hilla, la capital de Babilonia, una provincia mayoritariamente chií, como el resto del territorio al sur de Bagdad. Dos coches bomba, al parecer uno de ellos conducido por un suicida, estallaron a la puerta de sendos restaurantes frecuentados por miembros de las fuerzas de seguridad, según Reuters. Era la hora del desayuno y un minibús lleno de policías acababa de parar, por lo que el grueso de las víctimas eran agentes.
En Bagdad, al menos 30 personas murieron y otro medio centenar resultaron heridas en una decena de explosiones en diversos barrios, según fuentes sanitarias. Casi de forma simultánea se producían ataques en Kerbala, Aziziya, Balad, Baquba, Faluya, Hit, Mosul y Kirkuk. Hasta 42, según el recuento de France Presse, 18 con coches bomba, 18 con bombas y 6 a mano armada.
Esta oleada, que empezó al amanecer y se prolongó hasta media mañana, se produce cuando los chiíes (dos tercios de la población de Irak) se disponen a celebrar el aniversario de la muerte de Musa el Kadim, el séptimo imán de los 12 que venera esa comunidad. Decenas de miles de fieles caminan desde todas las partes del país hasta las mezquitas de Kadimiya, en el norte de la capital. Justo en uno de los controles de acceso a la explanada donde se encuentra ese santuario estalló uno de los coches bomba. Otros lo han hecho en sitios donde descansaban los peregrinos.
“Lamentablemente, no es nada nuevo y se esperaba”, declara un observador político. Para los extremistas suníes, esos peregrinos chiíes son herejes, pero, más allá de consideraciones doctrinales, lo que subyace es una brutal lucha por el poder en la que los distintos grupos iraquíes corren el riesgo de convertirse en meros peones.
Aunque desde los años aciagos de 2006-2007 la violencia se redujo notablemente en Irak, tras la retirada de las tropas estadounidenses el pasado diciembre ha habido un notable repunte. La mayoría de los analistas lo atribuyen a la creciente tensión entre suníes y chiíes, que se ha traducido en una grave crisis política que paraliza el Gobierno de Al Maliki. Los suníes acusan a este, chií, de no compartir el poder entre los grupos que apoyaron su nombramiento. Pero el astuto primer ministro ha logrado sortear todos los intentos de someterle a una moción de censura.
“Es cierto que los suníes no terminan de encontrar acomodo y se sienten desplazados del poder por primera vez en la historia, pero también que estas diferencias están siendo aprovechadas desde el exterior”, apuntan fuentes diplomáticas occidentales en Bagdad. Los interlocutores enmarcan esta renovada inquina fratricida en el contexto geopolítico que enfrenta a las dos potencias regionales, Irán y Arabia Saudí.
“Hay muchos desempleados y milicias mal desmovilizadas que hacen sumamente fácil contar con pequeñas bandas de mercenarios”, señala un diplomático europeo que se muestra convencido de que la mayoría de los iraquíes están muy cansados de la guerra y que el conflicto está cerrado. “Irak se está normalizando a pasos agigantados, pero existe miedo a un Irak que está despegando demasiado rápido y ya empieza a influir en el precio del petróleo”, afirma.
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