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Columna
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El ‘efecto coyote’

Necesitamos el egoísmo ilustrado de Alemania, una visión de si esta unión les merece la pena

 Como todo el mundo sabe, en el popular Correcaminos los problemas del coyote no empiezan cuando la carretera acaba y se queda suspendido en el vacío. El coyote sabe que hay un precipicio, pero también sabe que solo caerá cuando mire hacia abajo. Por tanto, si consigue evitar la tentación de mirar, no caerá; incluso podrá retroceder y volver a zona segura. La paradoja de la situación que define el efecto coyote es que, a veces, para sobrevivir hay que negar la realidad cuantas veces sean necesario.

Esta es la situación en la que se encuentra Europa y, por extensión, España. Tras tres años de medias y tardías respuestas, siempre desmentidas al minuto siguiente por los acontecimientos, todos los actores en este juego, Gobiernos, mercados y ciudadanos, han llegado al convencimiento de que la eurozona está suspendida sobre el vacío. Si no quieren mirar hacia abajo es porque saben perfectamente tanto lo que encontrarán como lo poco que les gustará.

Allá abajo verán, en primer lugar, una moneda común que ha demostrado serlo solo en apariencia. Si fuera una moneda común, tendría los atributos que normalmente tienen las monedas: un Banco Central que actuara como prestamista de última instancia y que estuviera dispuesto a intervenir ilimitadamente en el mercado para respaldar esa moneda, fuera vía los tipos de interés, mediante compras de deuda o sencillamente dándole a la máquina de imprimir billetes. Si esa moneda común fuera tal, también tendría una política fiscal y un presupuesto común dotado de los suficientes recursos como para prevenir y atajar las crisis, incluyendo un mecanismo común para resolver las crisis bancarias y, en definitiva, el respaldo de un verdadero Gobierno económico europeo.

Nada de eso encontraremos si miramos hacia abajo: si lo hiciéramos, lo que en realidad nos encontraríamos es un sistema de tipo de cambios fijos extremadamente rígido que, no solo carece de mecanismos colectivos para corregir desequilibrios y atajar las crisis, sino que tiene como principal objetivo contener los problemas de deuda, privada o pública, en el ámbito nacional, aunque, como muestra el caso de España, generen un círculo vicioso y una dinámica insostenible que lleve a que sus miembros caigan uno detrás de otro.

El Gobierno es consciente de la situación y sabe que España está suspendida en el vacío. Cómo hemos llegado hasta aquí da un poco igual: probablemente haya partes iguales de ingenuidad, inexperiencia, exceso de fe europeísta, dogmatismo ideológico, soberbia y puro y simple desbordamiento por acontecimientos imprevistos, nada en definitiva que no sea recurrente en la política y común entre los seres humanos. El plan original del Gobierno, hacer un ajuste rápido y duro y ganar la confianza de los mercados, se parecía demasiado al puesto en marcha por el Partido Popular al llegar al Gobierno en 1996. El problema es que ahora las circunstancias son radicalmente distintas ya que en lugar de un contexto europeo favorable, tenemos uno completamente adverso. Eso explica que el Gobierno haya tardado meses en salir al ruedo europeo: en el planteamiento inicial, la secuencia era ajustar primero y hacer política europea después sobre la base de la credibilidad ganada. Ahora, la secuencia es más compleja, pues se es consciente de que sin política europea el ajuste no servirá de nada pero, a la vez, se descubre día a día que hacer esa política sin credibilidad ni plan alguno es tan imposible como frustrante.

La situación es desquiciada, pero no irreversible. Aunque parezca mentira, el coyote puede desandar el camino y volver a tierra segura. Y si puede hacerlo es porque en política, como en los dibujos animados, las leyes de la física se pueden manipular. En otras palabras, mientras que el saber técnico nos dice que de no cambiar las actuales circunstancias la zona euro muy probablemente se colapsará, el saber político nos dice que la zona euro no está inevitablemente condenada al colapso y que es posible salvarla. Claro que decirlo es más fácil que hacerlo, pues todo lo que necesitamos para salvar la eurozona es precisamente aquello que no podemos conseguir ya que Berlín se opone frontalmente.

Pero dejemos a un lado los reproches a Alemania. Ha llegado la hora de sincerarnos con Berlín y decirle que aunque reconocemos la solidaridad alemana, no es lo que necesitamos. Lo que necesitamos es el egoísmo ilustrado de Alemania, una visión de si esta unión les merece la pena a ellos, no a nosotros. Berlín tiene que hacer sus cuentas y decirnos bajo qué condiciones les compensa esta unión y hasta dónde está dispuesta a llegar. Luego ya decidiremos qué hacer. Así que mientras los alemanes deciden hasta dónde llega su sano egoísmo, intentaremos no mirar hacia abajo.

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