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En Alsacia, Sarkozy juega en casa

El Frente Nacional votará por el presidente en la única región francesa que gobierna la derecha

El presidente francés continúa con las referencias a la España de Zapatero para atacar a su rival socialista.

Nicolas Sarkozy no sabe si ganará las elecciones del próximo domingo en Francia, pero sí sabe que tiene en el bolsillo a Alsacia, singular tierra en tantas cosas (entre otras, es cuna del francés y la región más pequeña de la Francia metropolitana, con una superficie semejante a la provincia de Valladolid). También es única en política, último e irreductible bastión regional de la derecha en Francia. En la primera vuelta, el presidente candidato acabó holgadamente en cabeza (32,9%), seguido de Marine Le Pen (22,1%). François Hollande tuvo que conformarse con un tercer lugar (19,3%).

Sin dilema en Alsacia, la cuestión es si Sarkozy repetirá o no en el Elíseo. “Lo hará por la mínima expresión, yo creo que ganará por el 50,1% o el 50,2%”, pronostica el senador André Reichardt, jefe de la UMP (Unión por un Movimiento Popular, el partido del presidente) en la región. “Ganará Hollande, pero por menos de lo que predicen los sondeos”, vaticina Mathieu Cahn, primer secretario socialista alsaciano. En Alsacia, el ansiado voto de Le Pen irá al presidente. “La mayoría de los electores del Frente Nacional votará por Sarkozy, por sensibilidad derechista”, anuncia Patrick Binder, responsable del lepenismo en Alsacia. “Entre un loco, Hollande, y algo menos malo, yo voy a votar a Sarkozy”.

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A Alsacia nunca ha llegado la ola de la rosa que en otras ocasiones ha recorrido Francia y ahora alcanza los muros del Elíseo. Se dice con cierto humor que porque está en un rincón arriba a la derecha. Es la única región que queda en Francia gobernada por la derecha (las administraciones regionales tienen una carácter más técnico que político en el Hexágono), peculiar característica fruto de una historia también singular: eterna tierra de paso entre la Europa germánica y la latina, enconadamente disputada entre Francia y Alemania en sus respectivas y múltiples encarnaciones históricas, cuyos habitantes han cambiado de nacionalidad cinco veces en los 75 años que concluyen con la liberación de 1945, en la que De Gaulle fue providencial para salvar de la aniquilación a Estrasburgo, capital regional y hoy una ciudad plagada de instituciones internacionales. De ahí esa Alsacia reconocida a la derecha. Al comunismo no se le perdona el pacto Molotov-Ribbentrop, liberador de las furias de una Segunda Guerra Mundial que tanto sufrimiento produjo a los alsacianos. La izquierda alsaciana no solo no ha sido nunca comunista sino que tiene fuertes vínculos religiosos. “Alsacia sí acepta la izquierda no laicizante”, explica Jacques Fortier, periodista de política del diario Dernières Nouvelles d’Alsace.

EL PAÍS

En esta primavera revuelta, el sol hace brillar la joya paisajística y urbana de una Alsacia encajonada entre el Rin y los Vosgos, apenas turbada por la propaganda electoral, que se desenvuelve económicamente bien o, por lo menos, mejor que la media nacional, con una tasa de paro del 8,5% (ayudada por quienes trabajan en las vecinas y prósperas Luxemburgo, Alemania y Suiza) inferior al 10% que sufre Francia, y que es un polo turístico de primera categoría, con esos pueblos de cuento y nombre alemán a lo largo de la carretera que recorre la estrecha franja de los nítidos viñedos de riesling. “Tierra satisfecha consigo misma y acogedora, que, paradójicamente, recela del forastero quizá porque teme que vaya a romper esa Arcadia feliz”, apunta un alsaciano que por su calidad de prominente funcionario público prefiere el anonimato.

El presidente candidato acabó holgadamente en cabeza (32,9%) en la primera vuelta, seguido de Le Pen (22,1%). Hollande fue tercero (19,3%)

Feliz, pero con puntos negros, como la desindustrialización de suroeste, que da votos al lepenismo, y una guetoización de algunos barrios de las grandes ciudades, al igual que en toda Francia, que tiene una manifestación propia en Estrasburgo: la quema delictiva de centenares de coches en Nochevieja, una farra violenta que estremece el alma bucólica del alsaciano religioso y orgulloso de vivir en la única región de Francia que tiene concordato desde los tiempos de Napoleón. Insinuar tocarlo se convierte en una intolerable violación de la identidad propia, como ha comprobado un Hollande que hubo de rectificar ante alguna ambigüedad sobre la necesidad de adaptarse a los tiempos. Religioso y conservador en las costumbres, el alsaciano es amante de la paz, el orden y el trabajo. Un símbolo: el reloj de la catedral de Estrasburgo toca sonora diana a las siete de la mañana.

Desde hace tiempo hay libros para explicar Alsacia, incluido uno de mediados de siglo significativamente titulado Psicoanálisis de Alsacia. El último en añadirse a la lista lo aporta Robert Grossmann, con larga e intensa carrera política local, alsaciano y gaullista pata negra que se ha sentido en la necesidad de escribir una apasionada Carta abierta a los alsacianófobos impelido por la escandalera que alguno montó en Francia el pasado diciembre cuando la recién elegida Miss Francia pronunció inocentemente en televisión unas cortas y sentidas palabras en alsaciano, dialecto en acelerada vía de desaparición.

La región se desenvuelve económicamente bien o, por lo menos, mejor que la media nacional, con una tasa de paro del 8,5%

El librito es también un memorial de agravios sufridos por los alsacianos en virtud de una cercanía a Alemania que a ciertos “cretinos del interior”, por usar la tipificación de Grossmann, les lleva a decir que Alsacia no es Francia mientras hay alemanes que tachan a los alsacianos de traidores. Alsacia es tierra de incomprensión, propia y ajena, y aún hoy día no es extraño que se les moteje en Francia, cariñosa o críticamente, según las circunstancias, de casco puntiagudo, en referencia a los cascos de los soldados alemanes imperiales.

Grossmann votó a Sarkozy hace una semana y volverá a hacerlo el domingo. “No sé si ganará. Voto con gran desencanto personal. No es la solución ideal, pero es lo menos malo. De Hollande me dan miedo las corrientes que tendrá que acomodar, de fuera, como los ecologista o Jean-Luc Mélenchon, y entre las distintas familias del Partido Socialista”. A Pierre, miembro de la Asociación de Comerciantes de Estrasburgo, los negocios le van bien, quiere que la Alemania locomotora económica siga aportando turistas desde el otro lado del Rin y le asusta Martine Aubry. “Aubry, la de las 35 horas”, apostilla, como evocando un espectro al que Hollande prestará oídos dada su calidad de primera secretaria del partido. “Espero que gane Sarkozy, aunque estamos cansados de él. En tiempos de crisis es mejor tener a alguien con experiencia. Hollande no la tiene y nunca ha hecho nada”

Hollande tuvo que rectificar tras sugerir tocar el concordato que tiene Alsacia desde tiempos de Napoleón

A los prohombres de la UMP, un cajón de sastre político con múltiples sensibilidades de centro derecha francés, como Reichardt o el diputado André Schneider, no les llega la camisa al cuerpo cuando piensan en la votación a escala nacional. Que el senador hable de victoria “por una o dos décimas” es revelador de que le ronda más la idea de la derrota que la del triunfo. El bon vivant alsaciano Schneider, que invita al periodista a una flammekueche (especie de pizza extrafina propia de la región) regada con riesling en el restaurante más antiguo de Estrasburgo –“De Gaulle fue nuestro liberador y de ahí la fidelidad de los alsacianos a la derecha republicana moderada”, explica --, habla de “la todavía mayoría”, en referencia al control de la Asamblea Nacional por la UMP, como si tal mayoría estuviera a punto de desaparecer. “Podemos pasar el cabo…, lo que quiere decir que todavía no lo hemos hecho”, precisa.

En la primera vuelta, Hollande ganó en Estrasburgo y Mulhouse, las dos mayores ciudades alsacianas, lo que da cierto ánimo a Mathieu Cahn, el jefe socialista regional. “Históricamente, la segunda vuelta ha sido aquí una lucha entre dos derechas, la del centro y la gaullista, porque no existía la izquierda”, dice. “Ahora hay dos Alsacias: la de las ciudades, donde pugnamos nosotros y el centro, y la Alsacia profunda, donde luchan el centro y el Frente Nacional. Sarkozy ha perdido ahora votos con respecto a 2007, pero tenía tantos que sigue en cabeza. Nosotros estábamos tan detrás que, aunque hayamos ganado apoyos, no son suficientes. La llegada de Hollande al Elíseo servirá para demostrar lo que se puede hacer por Alsacia, que siempre se ha sentido menospreciada por la izquierda. Aquí gusta el estilo campechano de Hollande”.

Históricamente, la segunda vuelta ha sido aquí una lucha entre dos derechas, la del centro y la gaullista, porque no existía la izquierda”

Donde el candidato socialista no gusta nada es entre los lepenistas alsacianos. “Es demasiado que haya ganado en Estrasburgo y en Mulhouse, aunque afortunadamente su éxito se limita a las ciudades”, señala Patrick Binder, el hombre de Marine Le Pen en la región, a cuyo seguidores ve divididos en tres corrientes: “Habrá quien vote a la izquierda, los decepcionados con Sarkozy; otros se abstendrán, y la mayoría votará por Sarkozy, por sensibilidad derechista. Entre un loco y algo menos malo, yo voy a votar a Sarkozy, aunque no comparta muchas de sus cosas. No quiero ver Francia gobernada por Hollande y sus amigos”.

Dicen los sondeos que para el 71% de los lepenistas el primer problema nacional es la inmigración. Binder, que vive en Mulhouse, saca el asunto antes de que se le pregunte: “En Mulhouse hay gente de 140 nacionalidades. Es horrible. Una catástrofe. No quiero que eso ocurra a escala nacional”.

La segunda vuelta presidencial ya se presenta como el aperitivo de las legislativas de junio, en las que puede saltar por los aires “la todavía mayoría” de Sarkozy en beneficio del Frente Nacional si el presidente se estrella el próximo domingo. El régimen electoral obstaculiza grandemente en Francia el logro de escaños incluso a partidos como el FN, con el 18% de votos a escala nacional. Binder ve “difícil, por el sistema de escrutinio” tener en la Asamblea Nacional una representación en consonancia con la fuerza electoral del lepenismo, que, por lo demás, cae en las elecciones parlamentarias.

Los analistas especulan con que la segunda vuelta de las legislativas, el 17 de junio, dé lugar a alianzas entre la UMP y el FN, en vista de los guiños que ahora hace sin descanso Sarkozy a sus votantes. En Alsacia pueden pasar cosas. Grossmann dice que “Alsacia es legitimista y podría querer dar a Hollande capacidad de actuar en la Asamblea”, es decir, que ante los hechos consumados los alsacianos podrían prestarle en el Parlamento la confianza que no le dieron en el Elíseo.

El diputado Schneider, que pondrá su escaño en juego, no parece temer ese legitimismo y afronta la batalla con cierta seguridad. “Yo ya he sido elegido, y tres veces, en una circunscripción de izquierda”, apunta. Lo que no le agrada es que la UMP entre en tratos electorales con el FN. “Hemos machacado tanto a Marine que ella quiere hacérselo pagar a la UMP”, reconoce. “Yo me opondría a esa alianza”.

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