Sarkozy sin sarkozismo
Era el diseño de un vencedor perfecto. Un prototipo que debía superar a todos los modelos anteriores e imponerse por sí solo sobre cualquier otro. La seguridad absoluta; la voluntad de poder desnuda; la acción política en grado máximo, fulgurante, persistente, abrumadora; siempre a punto la amenaza, pero también la adulación asfixiante; el protagonismo claro y exclusivo, sin fusibles ni reparto de méritos, enteros para sí mismo, el soberano; todo muy cerca del príncipe absoluto, coronado directamente por el pueblo. Caprichoso y venal, despreciativo y tiránico con sus colaboradores más íntimos. Pero con las dotes que Bonaparte quería para los elegidos: valiente, audaz, afortunado. Y para colmo, trasparente, sanguíneo y vengativo.
Cuenta su pésima campaña, voluble, contradictoria y caracoleante. Todavía cuenta más su balance, impropio de alguien que venció con la canción del cambio, el estribillo de una Francia fuerte y solo ha dado más de lo mismo e incluso algo menos, inmovilismo francés adornado por el braceo de su agitación constante. Pero el dato definitivo que le ha hurtado la victoria en la primera manga y sitúa a François Hollande a una mano de la presidencia es su incapacidad para identificarse con el estilo y las formas que caracterizan a los primeros magistrados de esta V República tan peculiar y presidencialista. Su sola presencia en el palacio del Elíseo es una inquietante redundancia: presidente acaparador y celoso de su protagonismo en una presidencia presidencialista. Inquieta incluso a sus votantes.
El prototipo, pues, no ha servido para quedar en cabeza en la primera vuelta, ni para limitar la oleada lepenista que el propio Sarkozy se ha encargado de alentar con su viraje hacia la ultraderecha. La segunda manga será ahora mucho más difícil, porque en ella hay que juntar, ressembler, algo difícil cuando todo lo que se tiene, la campaña, el balance y la imagen, es divisivo y polarizador. La dirección más clara es cortejar los votos tan numerosos e inquietantes de Marine Le Pen, pero eso solo se hace alejándose del centro, donde se ganan todas las segundas vueltas. Ressembler quiere decir recoger los votos de los otros después de haberse asegurado un zócalo formidable de votos propios. No es el caso de Sarkozy. Es Hollande quien se halla en esta posición y quien tiene la victoria a su alcance, a menos que medie error o contratiempo político inesperado, factores que la prudencia aconsejan cuidar.
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