Sarkozy pide a los franceses un ajuste de 53.000 millones
El presidente francés promete al electorado recaudar 40.000 millones más para aliviar el recorte social Los candidatos coinciden en su recelo a liberalizar más la economía
El presidente saliente, Nicolas Sarkozy, ha detallado hoy su programa económico para los próximos cinco años, y su apuesta es clara: aumentar la recaudación de impuestos para obtener 40.000 millones de euros más que, según los cálculos del Instituto de Empresa, serán en realidad 46.000 millones. Sarkozy ha pedido a los franceses un esfuerzo de 53.000 millones de euros, y ha dicho que el 75% de esa cantidad se obtendría de la contención en el gasto y el resto de nuevos ingresos fiscales, cuando las cifras sugieren que la distribución de ese esfuerzo es justo la contraria. El Instituto de Empresa, fundación cercana a la patronal, estima que Sarkozy aumentará la inversión estatal más del 0,4% anual que confiesa, y califica sus previsiones de crecimiento como “poco realistas”.
Sarkozy ha intentado en todo momento en su conferencia de prensa aparecer como el candidato del rigor y la seriedad. “Francia necesita ahorrar 41.000 millones para sufragar sus deudas”, ha afirmado, pero casi el único recorte que mencionó fue la congelación de las aportaciones a la UE.
Mientras Europa habla de recortes y los sufre, los candidatos al Elíseo se han resistido en campaña a pronunciar esa palabra y se han mostrado ante los votantes como si la realidad no existiese o, peor, como si el mundo fuera una amenaza letal para los 65 millones de franceses que piensan que como Francia y su art de vivre no hay nada, y que el mercado único, la globalización y el euro pueden irse al garete si vivir con ello supone renunciar a su envidiable, y carísimo, Estado social.
El lema del presidente es un nacionalista “La Francia fuerte”. Sarkozy amenaza con salir de Schengen, dice que hay que limitar la entrada de inmigrantes a la mitad, y promete aprobar una Buy European Act contra los socios exteriores de la UE que no permiten a las empresas europeas acceder a sus mercados.
El presidente trata de distanciarse así de las recetas de sus adversarios para presentarse como el único candidato capaz de gestionar la economía. François Hollande, que proclama que su mayor enemigo son “las finanzas”, subraya que Francia debe ser “dueña de su destino”, y propone renegociar el tratado europeo. La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, prefiere salir del euro, reindustrializar el país y acabar con la invasión islámica. Y el extrotskista Jean-Luc Mélenchon, tercero en los sondeos, quiere la jubilación para todos a los 60 años, subir el salario mínimo un 20% hasta 1.700 euros mensuales y limitar el sueldo máximo a 360.000 euros anuales.
El Instituto de Empresa calculó que las medidas de Mélenchon, que ha ascendido hasta el 15% en intención de voto, costarían 100.000 millones más de gasto.
El ejercicio de ficción colectivo resulta quizá irresponsable, pero muy humano. ¿Quién querría renunciar a ese espléndido Monsieur Etat que, con la que está cayendo, todavía es capaz de financiar bajas maternales que duran casi un año, ayudas de 400 euros mensuales a los sin techo y los jóvenes sin trabajo (nacionales y extranjeros) y subvenciones a decenas de miles de intermitentes del espectáculo (coreógrafos, técnicos, acróbatas, acomodadores…) sin mirar su carnet de identidad?
Esta semana, The Economist ha acusado a Sarkozy y a Hollande de “negar la realidad”, y ha escrito que “Francia sigue comportándose como si tuviera las finanzas de Alemania o Suecia, cuando en realidad están más cerca de las de España”. Lo más curioso es que las homilías liberales británicas siguen resbalando a las chovinistas élites políticas del Hexágono, que prefieren instalarse en su bucle francofrancés y prometer a los ciudadanos una improbable mezcla de prosperidad eterna y proteccionismo, como si hablar de nación, riqueza y barreras fuera un sortilegio para todo peligro.
El único recorte que anunció Sarkozy es la congelación de las aportaciones a la UE
“Quizá tenga que ver con el trauma que supuso la derrota del referéndum europeo en 2005”, comenta Pascal Brice, asesor de Hollande. “Los franceses sienten que la UE no les protege lo suficiente de la globalización, y los ingleses pueden decir lo que quieran pero cada vez es más evidente que el credo neoliberal y la austeridad no nos van a sacar de la crisis. Hollande no es un revolucionario, como quieren pensar al otro lado del canal, pero tampoco va a aceptar cambios cosméticos porque su objetivo es reconstruir Europa desde la izquierda”.
Quizá los británicos tienen razón en una cosa. A los franceses les cuesta admitir su decadencia. Sarkozy lo sabe bien porque en enero anunció una batería de reformas como las que hizo en Alemania Gerhard Schroeder, y anunció que subiría el IVA en noviembre. Pero en vista de que los sondeos no subían una décima, se olvidó de las reformas, viró hacia el populismo, y ha acabado prometiendo que impondrá una tasa a los exiliados fiscales.
Gran parte del problema francés es el respeto reverencial al Estado del bienestar. Aunque Sarkozy ha tratado de recortar en pensiones, funcionarios y educación, Francia invierte hoy el 56% del PIB en financiar su Administración, contra el 43,3% del PIB que les cuesta a los países ricos de la OCDE. Hasta que Sarkozy lo propuso el jueves, ningún candidato había promovido reducir ese capítulo, salvo el centrista François Bayrou, que plantea recortar 50.000 millones. Resultado: se hunde en las encuestas.
El objetivo de los dos grandes favoritos es más moderado. Sarkozy promete llega al déficit cero en 2016 y Hollande, en 2017. El socialista aseguró el martes en Tours: “Seremos una izquierda seria y mantendremos las cuentas en orden, pero de prometer austeridad para siempre, nada de nada”.
Si se compara con Alemania, Francia tiene poderosas razones para olvidar estos delirios de grandeur y declarar terminada la fiesta. La balanza comercial cerró 2011 con un saldo negativo de 70.000 millones de euros, revelador de la atonía de las exportaciones. La venta de coches bajó en marzo un 23,5%, mientras en Alemania subía un 3,5%. El paro está cerca del 10% (5,8% en Alemania). Los cierres de fábricas son la baguette de cada día. Y la competitividad murió a lomos de la ley de las 35 horas y las altas cotizaciones sociales.
El cotejo entre las máquinas estatales no es mejor. Francia tiene 90 funcionarios por cada 1.000 habitantes, frente a los 50 de Alemania, que presta iguales o mejores servicios. Por si fuera poco, la deuda pública rozará este año el 90% del PIB, y el Tribunal de Cuentas ha alertado de que si no se toman “decisiones difíciles”, llegará al 100% en 2015 o 2016.
La última noticia es que, en el país que tiene una de las presiones fiscales más altas de Europa, los candidatos proponen subir impuestos. Hollande, con la igualdad por bandera, promete anular la subida del IVA de Sarkozy para castigar a los ricos y las empresas. La tasa del 75% sobre los ingresos superiores al millón de euros ha creado escándalo, y Sarkozy le acusa de alentar el exilio fiscal. El “candidato saliente”, como le llama Hollande, cree que es “un desastre nacional” que los franceses no respeten a los emprendedores que crean riqueza.
La paradoja es que el gaullismo del que procede Sarkozy, frustrado refundador moral del capitalismo, siempre fue más paternalista que liberal, y los socialistas criados en el regazo de François Mitterrand, como Hollande, tampoco mueren por el mercado libre (descontando el periodo 1997-2002, cuando con Lionel Jospin, como primer ministro, y Dominique Strauss-Kahn como ministro de Finanzas, privatizaron cuanto se les puso por delante).
Una posible conclusión de la campaña es que la clase política busca el amparo de la Francia silenciosa que desconfía de Europa y cada vez reclama más protección frente a la globalización. No deja de ser irónico, porque el mercado único y las multinacionales convirtieron a Francia en la quinta economía mundial. Pero esta es la tierra de la excepción cultural, y solo el 31% de sus pobladores ven el capitalismo como el mejor sistema posible. Tiene mérito trabajar 35 horas semanales, mantener servicios públicos dignos de Finlandia, poder elegir entre 350 quesos y pese a todo sentirse una víctima del sistema. Seguramente el 90% de los europeos dirían: “¿Dónde hay qué firmar?”. La duda ahora estriba en saber qué pasará cuando acabe la campaña y regrese la realidad.
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