Los insatisfechos con Dilma piden ayuda a Lula
Los aliados del Gobierno brasileño acuden al expresidente ante la nueva forma de gobernar de la mandataria
La guerra es ya abierta y no camuflada. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, cuenta abiertamente con una oposición a su Gobierno dentro del Congreso. No la oposición-oposición, que está muda y sólo le falta apoyar a la presidenta. Me refiero a la oposición de sus mismos aliados de Gobierno, sobre todo el poderoso PMDB, el segundo grupo más importante del Congreso, del cual, hasta ahora, en los últimos 20 años, ningún Gobierno ha querido o podido prescindir.
Ante la rebeldía que se empezaba a expresar en las votaciones en el Congreso contra sus proyectos, Dilma decidió cambiar de la noche a la mañana a los dos líderes del Gobierno tanto en el Senado como en la Cámara Baja.
Más aún, dio a entender que podría no presentar nada a la aprobación del Congreso hasta octubre próximo, cuando deberán ser votados los nuevos presupuestos para 2013. Se trata de un pulso político que, lógicamente, puede ganar o perder, aunque la exguerrillera no es mujer a la que le guste perder desde que a los 23 años se enfrentó con la tortura y la cárcel de la dictadura militar.
La demostración mejor de que Dilma está hurgando en algo grave y serio como era la vieja y gastada política brasileña, a mil años luz de su modernidad y pujanza económica, es el hecho de que la rebelión contra ella de los políticos acostumbrados a los antiguos juegos y malabarismos del poder por el poder se está ya haciendo abiertamente.
Hasta el punto que los rebeldes han acudido en petición de ayuda a su viejo amigo y expresidente Lula da Silva, por otro lado, tutor e inventor de la candidatura de Rousseff, a la que consideraba su mejor sucesora.
La visita sorpresa del líder político del PMDB, José Sarney, presidente del Senado, a Lula en su casa de San Bernardo del Campo, en São Paulo, donde se está reestableciendo de su cáncer de laringe y de su última pulmonía, que lo obligó a ser hospitalizado durante una semana tras haber perdido 18 kilos de peso, ha lanzado la alarma.
Según noticias oficiosas, Sarney, amigo de Lula, fue a informarle de los sinsabores de su partido con Dilma y con su forma de gobernar. Según Sarney, que es ya un pedazo de la historia de este país con sus más de 50 años seguidos en la alta política en la que fue hasta presidente de la República, se trató sólo “de desear a Lula una rápida recuperación”, ya que según él, “su vuelta a la vida política es muy importante para el país”.
Además de Sarney, ha ido a visitar a Lula el nuevo líder del Senado —también del PMDB—, Eduardo Braga, que asegura que el expresidente “le ha prometido su apoyo”.
Esa era la política usada por Lula en sus ocho años de Gobierno: procurar estar bien con todos, malabarista como era para desatar los nudos, calmar los ánimos de los ávidos 10 partidos aliados, consolar a los resentidos e intentar que todos estuvieran contentos. Pero Lula no hay más que uno.
Dilma es Dilma y no Lula, y éste parece, hasta ahora, respetar su nueva personalidad y su nuevo modo de hacer política, diferente del suyo, más radical, menos contemporizador, más de resultados inmediatos y con mayor obediencia a sus órdenes, consciente como es de los enormes poderes que detenta la Presidencia de la República en Brasil, donde no existe un primer ministro.
Hay quien jura que Dilma es aún un enigma, que aún no es posible saber lo que quiere hacer, acusada como ha sido de “no gustarle la política”, sino la “gerencia” del Estado. La pregunta del millón es cómo y por qué Lula escogió como favorita a una “no política”, cuando él era y sigue siendo un “político en estado puro”.
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