Rick Santorum no se da por vencido
Se cree legitimado por tres victorias en Oklahoma, Tennessee y Dakota del Norte, y por su sólido segundo puesto, al borde del empate, en Ohio
Si hay algo que Rick Santorum ha dominado con maestría en estas primarias republicanas es presentarse como el candidato improbable, siempre de regreso, aunque muchos le hayan dado por muerto. Seguirá luchando. Lo dejó bien claro en la noche electoral del supermartes. Se cree legitimado por tres victorias en Oklahoma, Tennessee y Dakota del Norte, y por su sólido segundo puesto, al borde del empate, en Ohio. Pero sobre todo cree que tiene derecho a seguir pugnando con Mitt Romney porque, a diferencia de él, se considera un candidato del pueblo, que no tiene cantidades ingentes de dinero ni grandes amigos en Wall Street.
Aquí en Ohio, es cierto, Santorum ganó el martes en la inmensa mayoría de los condados, 69, zonas sobre rurales o industriales, olvidadas en muchas instancias por el progreso, profundamente creyentes y recelosas de aquellas provocaciones que vienen de Washington, como el aborto, el matrimonio gay o la separación entre Iglesia y Estado. Esos puntos son parte central del ideario de Santorum, enarbolado como una bandera en la noche electoral aquí en Steubenville, una ciudad que en el pasado fue un Eldorado metalúrgico y que hoy languidece en la frontera con Virginia occidental y Pensilvania.
“Cuando se ha dicho de mí que estaba acabado, siempre he regresado. Y lo he hecho no porque quiera ser el hombre más poderoso de este país, sino porque quiero devolverle ese poder a la ciudadanía de este país”, dijo, aclamado por una muchedumbre de fieles que eran un retrato plural de la más profunda de las Américas. “Nosotros no somos un gran país porque tengamos un Gobierno fuerte y poderoso. Nosotros somos un gran país porque creemos que nuestros derechos no proceden del Gobierno, sino de nuestro creador”. En ese punto llegaron los mayores vítores. Era Santorum en su estado más puro.
En cierto modo, según quedó patente en este mitin, Santorum ha heredado a muchos votantes del Tea Party, el movimiento de ultraderecha que le dio al Partido Republicano la mayoría en una de las cámaras del Congreso en 2010. “Aquí hay una lucha por el alma de América. Santorum es el único que combatirá al islam, que quiere imponerse en nuestra nación”, dijo Doug Coleman-Roush, de 57 años, rescatando viejos fantasmas de elecciones pasadas. “Nuestra Constitución, y nuestro país, se basan en principios cristianos, y sólo Santorum se compromete a luchar por ello”.
En consonancia, el discurso del candidato fue una apología de la América rural, aquella que, según unas célebres palabras del presidente Barack Obama en 2008, se aferra a sus Biblias y armas. “Steubenville, dejadme que pronuncie este nombre para toda la nación”, dijo, ante las cámaras, a sabiendas de que le veían en ambas costas. "En esta campaña se decide sobre el futuro de los pequeños pueblos que se quedaron atrás, y sobre las familias que hicieron de esos pueblos los mejores de este país". Así, en el instituto de una localidad de 19.000 habitantes devastada por la crisis del sector metalúrgico en los 80, Santorum se ofrecía como contraste a Romney, que celebraba con los suyos cerca de su mansión en Boston.
“Es uno de los nuestros, es uno de los nuestros”, repetía Joan Scott, ama de casa de 51 años. “Si gana, y llega a la Casa Blanca, por fin habrá allí una persona normal, decente, con buenos valores morales. No hay nadie en estas elecciones, en ningún bando, como él. Es la última esperanza de América”.
Sabía Santorum, y lo confirmaban aquí sus asesores, que los comicios de los próximos cinco días en Kansas, Alabama y Misisipi le pueden ser muy favorables, y le pueden dar más motivos para resistir, porque precisamente allí el electorado es más parecido al de Steubenville que al de las zonas urbanas donde ganó Romney aquí en Ohio, como Cleveland, Cincinnati o Columbus.
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