Las primarias hunden la moral del Partido Republicano
Las disputas ideológicas hacen estragos en las posibilidades de los candidatos conservadores
Mientras los republicanos votaban el martes en sus primarias de Michigan, sede y símbolo de la industria del automóvil, Barack Obama destacaba en un mitin ante los sindicatos la milagrosa recuperación de un sector que ha pasado en tres años de la bancarrota a la creación de más de 200.000 puestos de trabajo. Con ese logro a sus espaldas, Obama se atrevió a anunciar: “En cinco años más, cuando ya no sea presidente, compraré un coche americano y lo podré conducir yo mismo”. Que Obama dé por descontada su reelección sería algo natural en un candidato presidencial. Lo excepcional en este momento en Estados Unidos es que, ante el panorama que se presenta en estas primarias, también la empiezan a dar por descontada los mismos dirigentes del Partido Republicano.
El presidente de los sindicatos del automóvil, Bob King, presentó el martes a Obama como “nuestro amigo, nuestro hermano, el campeón de todos los trabajadores”. Obama se ha ganado ese reconocimiento, no solo por la alianza tradicional del sindicalismo con el Partido Demócrata, sino por el contraste entre su política de rescate de la industria del automóvil y la de los candidatos republicanos que, en consecuencia con su ideología conservadora, se han pronunciado en bloque contra la intervención del Estado para ayudar a General Motors, Chrysler o Ford.
Ese extremismo ideológico está haciendo verdaderos estragos en la popularidad de los aspirantes a la nominación. Una encuesta de hace dos días del diario Politico mostraba un 62% de opinión desfavorable para Newt Gingrich, un 51% para Mitt Romney y un 36% para Rick Santorum. Ninguno de ellos llega al 40% de respaldo. Más alarmante aún, entre los votantes independientes, que son los que deciden las elecciones en noviembre, Obama supera a Romney por 22 puntos, y tiene diferencias aún mayores con los demás.
La dinámica marcada en la campaña republicana está desviando la atención de la política de Obama
Este panorama está creando un profundo desaliento en las filas republicanas. Durante la reunión, el pasado lunes en Washington, de la Asociación Nacional de Gobernadores, varios de sus miembros afiliados al partido de la oposición hicieron público su desacuerdo con el radicalismo impuesto por los candidatos presidenciales, así como con el nivel de enfrentamiento alcanzado en la campaña. El gobernador de Virginia, Robert McDonnell, él mismo un conservador, lamentó que Santorum se hubiera referido a las universidades de élite norteamericanas como “fábricas de adoctrinamiento”. El presidente de la Asociación, Haley Barbour, antiguo gobernador de Misisipi, se quejó de que la dinámica marcada en la campaña republicana “está desviando la atención de la política de Obama”. Paul LePage, gobernador de Maine, incluso recomendó a su partido escoger “una cara fresca” en la convención de este verano en Tampa.
Tras las primarias de anoche, el Partido Republicano sigue sin tener un claro candidato presidencial, y no es seguro que lo consiga el 6 de marzo en el Supermartes, lo que podría convertir éste en el proceso de elección más largo de la últimas décadas. Ni Romney, el más moderado, ha conseguido aún convencer a los votantes más conservadores; ni Santorum o Gingrich, los más radicales, han despejado las dudas sobre sus escasas posibilidades frente a Obama. Eso ha generado una lucha despiadada en la que, de forma creciente, se recurre a la descalificación y el juego sucio.
Las últimas primarias competidas entre los republicanos, las de John McCain contra George Bush, no estuvieron libres de feroces intercambios de acusaciones, pero nunca se llegó a la insistencia con la que hoy Romney, Gingrich y Santorum se niegan mutuamente cualidades para ser presidente. También Obama y Hillary Clinton compitieron durante meses en 2008, pero ambos consiguieron introducir suficiente contenido en su pugna como para que los dos salieran reforzados de ella.
Ese no es el caso en la actualidad. Esta campaña ha conseguido que los tres candidatos republicanos con ciertas posibilidades de obtener la victoria sean percibidos como figuras muy alejadas del americano medio, tanto en términos ideológicos como económicos. No ayuda que Romney presuma de que su mujer posee “un par de Cadillac”, que Santorum prometa obstaculizar el uso de anticonceptivos o que Gingrich se refiera a Obama como “el presidente más peligroso de la historia". No ayuda que ninguno de los tres tenga un trabajo remunerado, aunque hace años que ninguno tiene un cargo político. No ayuda, por último, que ninguno acabe de ser realmente convincente.
Romney promete eliminar la reforma sanitaria de Obama, pero firmó una similar cuando era gobernador de Massachusetts. Santorum promete acabar con la forma de hacer política en Washington, pero cobró como lobbysta durante muchos años. Gingrich se presenta como el último outsider, pero fue un fracasado presidente de la Cámara de Representantes.
Los tres dejan la impresión de estar en esta escalada ultra simplemente por satisfacer al Tea Party, que controla la base republicana en una mayoría de Estados pero que le ha dado al partido una imagen de aventurerismo incompatible con la moderación y el centrismo de la mayoría de los votantes. La vieja derecha en la que se podía confiar como garantía de gobernabilidad parece hoy una ONG activista de la causa más disparatada.
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