Las tribus que apoyaron a Saleh se sienten abandonadas tras la firma del acuerdo político
Los más belicosos reclaman compensaciones y en los días previos al referéndum de hoy han cortado calles y parado el tráfico para presionar a las autoridades
Apenas quedan miembros de las tribus en la plaza de Tahrir de Saná. Marginales o pobres en busca de un plato de comida han sustituido a los orgullosos representantes de Arhab, Belad el Rus, Al Jaima al Dajelía o Manaje que hace un año vinieron a apoyar al presidente Ali Abdalá Saleh y a evitar que sus adversarios ocuparan la simbólica plaza. Pero no todos han aceptado a la primera el pacto de transición y el regreso a sus pueblos sin más contrapartida. Los más belicosos reclaman compensaciones y en los días previos al referéndum de hoy han cortado calles y parado el tráfico para presionar a las autoridades.
“Queremos que Ali Mohsen deje en libertad a nuestro jeque”, explica Ali Mohamed Husein Ahlan, en la confluencia de las calles Al Zubeiri y Hazer. Hasta poco antes, coincidiendo con la hora de entrada a los trabajos, él y el puñado de hombres que le rodea han tenido cortado ese cruce y con él, el tránsito Norte-Sur de la capital. Ali Mohsen es el general que plantó cara al presidente Saleh y se alineó con quienes pedían su salida. Al parecer las tropas a sus órdenes, la Primera División Acorazada, detuvieron al líder tribal por el asesinato de varios soldados. Aunque los uniformados ya no están en la calle, todo el mundo sabe que Al Zubeiri divide la zona bajo control de unos y otros.
Vestidos con la túnica tradicional, americana y la yanbia, la daga típica yemení, Ahlan y sus vecinos defienden que su jeque, Abed Ragheb al Lahem, fue secuestrado por la Primera División junto a diez acompañantes. Sucedió hace siete meses, en medio de los combates que sacudieron la ciudad. Ahora, alcanzado el acuerdo político, se ven abandonados y sin nadie que defienda sus intereses.
“La revolución, como la llaman los yemeníes, ha supuesto un golpe para las estructuras tribales”, asegura Leyla Hamad, una investigadora que ultima su tesis doctoral sobre derecho tribal yemení. “Los grandes jeques ya habían sido cooptados por Saleh y se habían instalado en la capital, así que los líderes tribales intermedios, que conocen mejor los problemas de su gente, en algunos casos han apoyado las protestas”, analiza. De ahí, que haya sido frecuente que una misma tribu tuviera jaimas instaladas en la plaza del Cambio y en la acampada pro oficial de Tahrir.
“Vinimos desde Al Jaima para apoyar al presidente el 11 de febrero del año pasado”, señala Ahlan que asegura que son 1.400. A sus espaldas, el campamento en el que han vivido durante la mayor parte del último año tiene pinta de poder acoger a doscientos o trescientos hombres. “Nuestra responsabilidad era proteger desde aquí hasta el cruce de Haddah para mantener el Gobierno legal y la unidad del país”, añade con ruidosa anuencia del resto.
“Si los que protestan en la universidad no se van, nosotros tampoco”, insisten. Lo que ninguno dice abiertamente, porque el honor se lo impide y más ante una extranjera, es que esperan alguna compensación porque sienten que no han sido debidamente remunerados por sus servicios. Durante el tiempo que han permanecido en la capital, el Gobierno de Saleh les distribuyó comida y qat (la hierba que los yemeníes mascan a modo de relajante). Pero los pagos en efectivo se hacen a los jefes tribales y con el suyo encarcelado se encuentran en un dilema.
“Si no lo liberan, seguiremos aquí”, afirma Ahlan mientras uno de sus acompañantes expresa su malestar golpeando con el zapato un poster del vicepresidente Abdrabbo Mansur Hadi, el candidato de consenso destinado a sustituir a Saleh. ¿Boicotearán entonces la votación e irán en contra del acuerdo sellado por el presidente? “No”, responden a coro. Cualquiera que sean sus quejas comparten la opinión de Ahlan de que “es la mejor solución para no dividir el país y evitar la guerra”.
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