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La alemana del Este que no se fía de nadie

Merkel es consciente de que, después de una carrera ascendente que la coronó en 2005 como primera mujer canciller, el verdadero banco de pruebas será la crisis del euro

SCIAMMARELLA

Sobre el escritorio de Ángela Merkel destaca un retrato de Catalina II, la gran zarina de origen alemán que mantenía conversaciones epistolares con Voltaire. De vez en cuando, también la canciller descansa de los informes económicos y los consejeros políticos y se confía a las ideas. Entonces reúne a unos cuantos escritores y estudiosos de las materias más dispares y escucha. El verano pasado, durante una de estas cenas, le preguntaron hasta cuándo seguiría pidiendo sacrificios a Grecia. “Hasta que las ojeras de Papandreu sean más profundas que las mías”, replicó.

Coronada cinco veces por Forbes como la “mujer más poderosa del mundo”, Merkel es consciente de que, después de una carrera ascendente que la coronó en 2005 como primera mujer canciller pero también la más joven de la historia de Alemania, el verdadero banco de pruebas será la crisis del euro. Sobre ella se medirá si la antigua pupila de Helmut Kohl es digna de entrar en los libros de historia. Pero dependerá del destino de la moneda única, incluso si Alemania soporta la difícil prueba del liderazgo europeo. Un papel que, inevitablemente, suscita desconfianza en el resto del continente, donde los costosos titubeos de la canciller sobre la crisis de la deuda ya han sido caracterizados por la prensa británica como la Tercera Guerra Mundial. También el nuevo Pacto de estabilidad marcado por el rigor germánico de las cuentas hace que surja el temor a que Europa estrangule su propio potencial de crecimiento.

En el fondo se esconde también la competición con un modelo de éxito, aunque despreciado por los anglosajones, como la “economía social de mercado” alemana de la que tan orgullosa se siente Merkel. Un modelo que también ha demostrado que depende profundamente del destino del euro. Cuando los tan vituperados “Pigs”, Italia incluida, permanecen encallados en la austeridad, también la “China de Europa” se ve obligada a frenar, como demuestra la brusca ralentización prevista para este año. Pero aún es pronto para decir si con las rigurosas imposiciones de Merkel se llegará a la “germanización de Europa”. Para Italia, sin embargo, después de su progresiva marginalización en Europa durante los años de berlusconismo, el regreso a las mesas que cuentan se ha producido indudablemente gracias al visto bueno alemán. Ante todo para los dos “super Mario”, Draghi y Monti.

En 1990 Kohl descubrió a la que luego apodó “la chica”. Era una joven de 36 años, investigadora de física que se crió tras el telón de acero, que se enfundaba unas faldas enormes y lucía una improbable melena de caballero medieval. El canciller la catapultó en pocos meses a la cumbre de la política federal, donde ella demostró enseguida una gran capacidad táctica y una monstruosa velocidad de aprendizaje. Hija de un pastor protestante, quemó etapas aprovechando la tendencia a infravalorarla de un partido ultradominado por hombres como la CDU/CSU. Como es bien sabido, en el camino hacia el triunfo, barrió incluso a su mentor, solicitando en 2002 al partido, triturado por el escándalo de los fondos negros, que se liberase del “padre de la reunificación”. Pero desde que en 2005 conquistó el sillón de Adenauer, Merkel sabe que está también a la cabeza de un país que, con el ingreso en el euro, ha perdido el único símbolo de poder que se le concedió después de la Segunda Guerra Mundial: el marco.

La tendencia de la canciller a hacer prevalecer la razón sobre los impulsos visionarios y las huidas hacia adelante “a lo Kohl” es bien visible. Es difícil decir si se debe a las secuelas de un problema motor en las piernas que la obligó durante años, desde niña, a programar por adelantado incluso los recorridos más banales. Pero lo que se sabe, lo que ella misma ha declarado, es que la experiencia en la dictadura en Alemania del Este le enseñó ante todo a desconfiar de todos. Un dato que contribuye a su proverbial cautela y acompaña el giro pragmático que ha imprimido a la política europea.

Un reflejo positivo de este pragmatismo se observa en su actitud ante el BCE y sus operaciones extraordinarias, que los alemanes más ortodoxos siguen describiendo como una violación de los tratados. La canciller, en cambio, es muy consciente de que sigue siendo el único baluarte contra el rápido avance de la crisis. Y cuando el candidato a la presidencia alemana, Axel Weber, se retiró inesperadamente de la carrera precisamente en desacuerdo con esas nuevas funciones, Merkel dio su visto bueno al italiano Draghi. Queda siempre la sospecha del exministro de Exteriores, Joschka Fischer, que la acusó de transformar Europa más en un marco para reforzar los intereses partidistas de Alemania que en un fin en sí mismo, como lo era para Kohl y para toda una generación de políticos crecidos en las carnicerías bélicas y conscientes de que Europa es una conquista y no una evidencia. Desde luego, la llegada de Monti al Palacio Chigi rompe el eje con Sarkozy y devuelve a la política europea al seno de la UE, con Italia como tercer ángulo del directorio. Pero también el exjefe del Antimonopolio UE ha admitido recientemente que su misión es “hacer a los italianos más semejantes a los alemanes”. Quién sabe si lo conseguirá. Sobre todo, quién sabe si entonces les seguiremos gustando a los alemanes.

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