Obama no la cerró
El mantenimiento de la prisión de Guantánamo es un oprobio para EE UU y para Occidente
Diez años después de que los primeros presos de la guerra contra el terror de George W. Bush llegaran a la base de Guantánamo, ese penal improvisado y que ha constituido un limbo legal sigue abierto. Obama prometió al llegar a la Casa Blanca en 2009 que lo cerraría en un año. No ha podido cumplir su compromiso, no solo por los problemas jurídicos que plantean algunos de los 167 detenidos —solo cuatro de ellos han sido condenados y cumplen condenas— que aún permanecen allí, sino porque el Congreso, con el apoyo tanto de republicanos como de demócratas, ha denegado los fondos para el traslado de los que quedan a alguna prisión federal de Estados Unidos, como la de Illinois que proponía Obama.
La permanencia de este centro de detención, de máxima dureza en algunos momentos, en un territorio arrendado a Cuba en 1903 sigue siendo una vergüenza para EE UU y para Occidente. Muchos Gobiernos europeos se rasgan las vestiduras, pero colaboraron en los vuelos secretos de la CIA que transportaron allí a presos de la guerra de Afganistán y de otros lugares. Y cuando Obama planteó sacarlos, fueron pocos los países europeos que se abrieron a acogerlos en sus territorios —España se comprometió a cinco—, y menos aún los legisladores estadounidenses, nada dispuestos a trasladarlos a prisiones en sus distritos.
Obama, que prohibió las torturas o “técnicas extremas” de interrogatorio, y que mantiene su intención de cerrar el centro de detención, no solo no ha logrado sus objetivos, sino que recientemente aceptó, como le pedía el Congreso, prohibir el uso de medios militares para trasladar a estos presos a EE UU o algún otro país, y autorizar al Ejército a detener por tiempo indefinido y sin juicio, dentro o fuera de EE UU, a cualquier presunto terrorista. La cuestión no es solo Guantánamo, sino otros centros de detención que EE UU usa en el mundo, en Afganistán u otros lugares remotos.
Solo la mitad de los detenidos que sigue en Guantánamo, entre ellos Jaled Sheij Mohamed, acusado de organizar los atentados del 11-S, son considerados realmente peligrosos. Y no deja de ser paradójico que el centro se mantenga cuando EE UU ha abierto conversaciones con los talibanes sobre el futuro de Afganistán. Es hora de cerrar este oprobio que socava el discurso occidental sobre los derechos humanos y el Estado de derecho.
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