Newt Gingrich, promiscuo hombre-circo
El principal candidato republicano para disputar la presidencia a Obama rompe moldes
A los que depositan mínima fe en Rajoy, a los que consideraban que Zapatero fue un inepto, o Aznar un bufón, tenemos noticias: ningún presidente de gobierno español en tiempos de democracia y, ya que estamos, ninguno de ninguna parte de Europa —ni siquiera Berlusconi— puede competir con Newt Gingrich, el máximo aspirante republicano a la Casa Blanca a día de hoy en cuanto a payasería, hipocresía y, en el sentido más amplio de la palabra, promiscuidad.
Hablemos de sexo primero. Gingrich —católico converso y chillón defensor del matrimonio, de la familia y de la religión— le anunció a su primera esposa que quería divorciarse cuando ella yacía en el hospital recuperándose de una operación de cáncer. Fue infiel a su segunda esposa dos veces, que se sepa. La primera con una colaboradora suya que confesó a la revista Vanity Fair: “Tuvimos sexo oral. Él prefiere ese modus operandi porque así puede decir: ‘No me acosté con ella”. Justo en esa etapa de su vida, por la mitad de los noventa, Gingrich era el líder republicano en el Congreso y, como tal, clamaba por la destitución del Presidente Bill Clinton por la aventura —también limitada a una experiencia oral— que tuvo con la becaria Monica Lewinsky. La siguiente amante de Gingrich fue, precisamente, una becaria, con la que se casó tras divorciar a su segunda esposa, ocho meses despues de que la diagnosticaran con esclerosis múltiple.
Curiosamente, ya que Estados Unidos es de lejos el país más puritano del mundo occidental, en el que más gente cree en Dios y en el diablo, la monstruosa hipocresía que exhibe Gingrich no ha impedido que en una encuesta hecha esta semana llevase 17 puntos de ventaja sobre su rival más inmediato para la candidatura republicana en las elecciones presidenciales del año que viene. Quizá la explicación resida en la admirable capacidad de perdón del pueblo estadounidense, y de la que se ha hecho eco la Iglesia católica al recibir al pecador como fiel en 2009. Durante los años noventa, cuando fue una de las figuras dominantes de Washington, gente próxima a él decía que dudaba en privado del valor de la religión, incluso que pedía que se quitarán frases como “la voluntad de Dios” de sus discursos. Todo cambió con la visita del Papa Benedicto XVI a su país en 2008. “La alegre y radiante presencia del Santo Padre”, su “felicidad y su paz” le convencieron a abandonar la Iglesia baptista a la que había nominalmente pertenecido desde la adolescencia. Hoy en sus discursos habla insistentemente del valor de la fe y se queja de que Estados Unidos se ha vuelto demasiado secular.
Pero un repaso a la carrera del posible futuro presidente de Estados Unidos indica que el dios que Gingrich más venera es él mismo. Dijo una vez que descubrió cuando era niño que su destino era cambiar el mundo. Entrado en la adultez se ha comparado con Churchill y con De Gaulle, y se ha descrito a sí mismo varias veces —sin el más mínimo atisbo de ironía— como una “figura histórica transformacional mundial”. Declaró en un libro escrito cuando lideraba el Congreso, “Tengo una enorme ambición personal. Quiero cambiar al planeta entero”.
Poseedor de un doctorado sobre el Congo Belga, se jacta de sus conocimientos de historia, presentándose ante los votantes como un voraz intelectual. Y, en buena medida, los convence, ya que la mayor parte de sus contrincantes en la carrera republicana para la presidencia son, en las acertadas palabras del Financial Times esta semana, unos “aparentes cretinos”. El menos cretino de ellos es el que va segundo en las encuestas, Mitt Romney. Su problema es que es irremediablemente soso, cosa que Gingrich categóricamente no es. Escritor de 24 libros, entre ellos uno titulado Cinco principios para una vida exitosa, Gingrich salpica sus discursos con un abánico de referencias espectacularmente promíscuo. Es capaz en media hora de citar a Platón, George Washington, el Duque de Wellington, Alvin Toffler, el General Custer y John Wayne y, sin parpadear, divagar sobre su fascinación con los dinosaurios, la serie de televisión Star Trek o los bosquimanes cazadores de jirafas en el Kalahari. Entre los libros o autores que dice han dejado “una huella imborrable” en su ser menciona, entre muchos más, a Adam Smith, Zen y el arte del tiro con arco, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, El manual de las niñas scouts (edición de 1913) y La política de los chimpancés del etólogo holandés Frans de Waal.
No es de sorprender que siente una especial fascinación por la ciencia ficción, que haya dicho que el protagonista de un libro de Isaac Asimov, un matématico y “psicohistoriador” del “planeta Trantor”, resultó decisivo a la hora de formular su visión del futuro de la humanidad. Parte de esa visión consiste en la convicción de que llegará el día en el que la gente se ira de vacaciones al espacio y de luna de miel a la luna. “¡Imagínense el sexo sin gravedad!” exclama en uno de sus libros.
¿Hay que tomar al hombre circo de la política estadounidense tan en serio como se toma a sí mismo? No en cuanto a su nivel de inteligencia (Bill Keller, ex director de The New York Times, dio en el clavo esta semana al escribir que Gingrich era “listillo, pero no listo”) pero sí en cuanto a sus pretensiones presidenciales. No solo por los resultados de las encuestas entre los devotos republicanos sino porque la reputación de Barack Obama está por los suelos (según otras encuestas) y porque ningún presidente desde hace 80 años ha sido reelecto cuando la cifra nacional de desempleo ha superado el 7,2 por ciento. Se estima que ascenderá al 9 por ciento de aquí a un año cuando se celebren las elecciones.
El horror ante la posibilidad de que Gingrich las gane lo comparten no solo los bienpensantes demócratas. Muchos barones y columnistas de derechas están igual de horrorizados. Peggy Noonan, que redactó los discursos de Ronald Reagan, escribió esta semana en el conservador The Wall Street Journal que Gingrich era “errático”, “ególatra”, “sin principios” e “indigno de confianza”. Ron Paul, congresista republicano de Texas, lo califica de “hipócrita en serie”. El propio Mitt Romney, que de hipocresía también tiene bastante, dijo esta semana que era “un chiflado”.
Todo esto los lectores del The New York Times o —quizá en menor medida— del The Wall Street Journal lo saben. El problema es que solo una minoría del electorado recibe su información de fuentes remotamente serias. Muchos más la reciben de, por ejemplo, Fox News, un canal de televisión sensacionalista y ultraconservador donde Gingrich ejerció alegremente durante un tiempo como analista a sueldo.
“"Si los hombres son de marte, Newt Gingrich es del Planeta Trantor”, comentó hace poco un historiador experto en el Congreso norteamericano. ¿Es realmente posible que semejante extraterrestre pueda ser el próximo presidente del que aún es el páis más rico y poderoso de la tierra? Gingrich dijo en un discurso una vez, “Creemos, como Lincoln, que es posible engañar a algunos parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Ya veremos si sigue siendo verdad.
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