El guión
El guión, la hoja de ruta, el relato, la farsa incluso. El grueso de este debate no versa sobre hechos, sino sobre dichos, intenciones atribuidas por unos a otros, significados descifrados, palabras interpretadas, pactos secretos incluso. Hay desacuerdos radicales que son fundamentalmente semánticos: sobre el significado de las palabras, sobre el derecho a usar unas y no otras, sobre la fuerza narrativa del adversario. Y sin embargo, cuando se trata de la acción por las armas, la única realidad que importa es la que afecta a su uso y sus efectos, en forma de amenaza, de muerte, de dolor, de cárcel.
Esta vez sí, nos dicen. Las palabras definitiva e irreversible. El ahogo político y electoral: si matan de nuevo, se hunde el proyecto de relegalización y participación en las instituciones; ni cargos ni dinero. El cerco policial en Francia y España: apenas queda algo, pero dos años más así y no quedará nada. El aislamiento internacional: ya no hay Estados que echen una mano, y en la próxima ocasión ni siquiera encontrarán rincones de América Latina donde esconderse.
Habrá que creerles, entonces, aunque con enorme prudencia. Sin hacer ni un solo paso en falso. Lo que importan son los hechos. Si entregan las armas será más fácil que se les crea. Si se disuelven, todavía más. Sabiendo que esta decisión es solo por interés, por su interés, sin arrepentimiento, sin dolor, incluso con la arrogancia de quien asegura que valió la pena y lo volvería a hacer en aquellas circunstancias.
Hay otros hechos a los que habrá que atender. Los efectos de esos crímenes persisten y persistirán mientras siga vivo su recuerdo a través de los familiares y amigos de las 823 personas asesinadas. Va para muy largo. Es de desear incluso que vaya para largo, porque no merecen pasar página y el olvido. Ningún consuelo puede haber para su muerte y su ausencia, ni siquiera esta paz que ahora les prometen, tan difícil si antes no hay piedad, y después petición de perdón.
No es una cuestión política, no. Ni debe serlo. Es algo mucho más complejo y personal, que afecta a cualquier víctima y de cualquier color: quienes han sobrevivido a un golpe del terror certifican con sus vidas que no valió la pena, que no debió suceder, que ninguna causa por inmensa que pueda ser justifica quitarle la suya a una persona.
Hay que cuidar de ese dolor, procurar que nadie ofenda a quienes soportan su carga; que nadie se permita ignorarlo en los pasos que habrá que hacer en ese camino nuevo sin armas. Sobre todo porque ahí están, silenciosos, vivos, palpitantes, esos centenares de presos por terrorismo, esa masa decisiva para un futuro sin violencia. Ellos también son un efecto de los hechos: el retroceso del arma asesina, que hiere a quien la usa, destroza su vida en muchas ocasiones; las vidas de sus allegados también, hasta extender otro rencor distinto, pero igual de profundo, más retorcido, porque es un dolor culpable que no quiere reconocerse como tal.
Lo que cuenta es el debate sobre los hechos. Es decir, las víctimas y los presos. La pelea por las palabras puede facilitar las cosas, pero es lo de menos. Las de Mayor Oreja sobre una negociación secreta entre Zapatero y ETA, una hoja de ruta soberanista, y esa paz-trampa continuadora de todas las trampas anteriores, insultan al gobierno y ahora incluso al PP, pero satisfacen a Otegi y a su capacidad de convicción sobre ETA. También esas ocurrencias extremistas tienen su función en este guión que por el momento está obteniendo el aplauso reticente pero a la vez unánime del público.
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