Verdades y mentiras sobre Israel
Israel es un país que no cuida su imagen. Los palestinos, en cambio, es lo único en lo que invierten
Algunos medios se empeñan en llamar aislamiento de Israel a lo que también es un acoso ideológico de arcano aroma tercermundista. En llamar antisionismo (como si el sionismo siguiera existiendo hoy en día y no fuese una corriente nacionalista, tan legítima como la italiana o la catalana, que dio forma a una variante innovadora del socialismo, por ejemplo) a lo que rezuma “antisemitismo orgánico”. Y en situar a Israel en el centro de la injusticia frente a los palestinos como si los palestinos no tuvieran nada que ver con su propia historia ni en cómo han llevado a su pueblo a un callejón sin salida.
Ningún país occidental y democrático, si se viera en las mismas circunstancias que Israel, querría ni creería que su conflicto con los palestinos se resolviese yendo a la ONU. Es un marco pueril, sobre todo si no se va a conseguir el éxito previamente pactado. Pero el astuto Abbas sabía que si no lograba ese éxito, al menos sacaría de rédito el enfrentamiento de Israel contra muchos países y contra determinada opinión pública, porque su tradicional victimismo ha llegado a cotas de una gran teatralidad. Detrás de la propuesta de Abbas hay una vuelta de tuerca en el uso del mejor arma palestina: la imagen hecha y el prejuicio inalterable de muchos ciudadanos y países occidentales, especialmente europeos. En un mundo en el que la imagen lo es todo, Israel no ha invertido nada en ese aspecto: no es la imagen lo que cuida. Pero hace muchos años, desde el siniestro personaje que fue Arafat, que los palestinos solo invierten en imagen.
Abbas, cuyo rostro ha sido calificado de apacible, de bonachón, como si el rostro fuese un argumento político, viene fraguando detrás de esa apariencia de vulnerabilidad empática una acción de desgaste, dejando que Hamás cargue con lo más burdamente negativo del empeño, y propiciando a nasseristas como Erdogan su bochornoso número de actor. Todos son unos consumados actores expertos en la mentira. Pero, ojo, los israelíes no son corderitos, ni mucho menos, y aplican la mentira con arrogancia; al fin y al cabo, en la política la mentira forma parte de la verdad, como dijo Talley-rand. Pero digamos que los israelíes mienten más sinceramente. La lastimera mentira palestina es jaleada, amplificada, maquillada y dirigida por determinados medios, intelectuales y activistas europeos (especialmente españoles), logrando un rotundo éxito de imagen distorsionada.
Me llama la atención cómo en España ese activismo mediático llega a extremos de intoxicación informativa, incluso parece que es una consigna cíclica: periódicamente, con o sin noticia, se publica algún artículo contra Israel. Y siempre, invariablemente, sobre estas premisas: 1) demonización de Israel confundiendo al Estado con su Gobierno, y al Gobierno con su pueblo; 2) normalización acrítica y maniquea del victimismo palestino; y 3) oscurecimiento de aspectos inquietantes de la realidad política palestina, como son la asunción de Hamas, la benevolencia con la islamización (una islamización, por otra parte, ante la que no existe postura crítica, incluso se habla en términos elogiosos del moderado Erdogan, del sentido democrático de los Hermanos Musulmanes o de la sharia como base de futuras constituciones de los países árabes "despertados" recientemente) y la incapacidad de negociación real por parte palestina. Se diga lo que se diga, esta incapacidad negociadora palestina es ya alarmante, porque, pese a su dureza y su mezquindad, los israelíes están dispuestos a generar una política de compras, intercambios y cesiones de la que los palestinos no quieren ni oír habla, ya que los situaría en un terreno incómodo y sin protección: el de las negociaciones bilaterales y a solas, cara a cara, demostrando cada parte sus habilidades, sus miserias y sus grandezas, como el matrimonio que se divorcia con dolor y sentido práctico.
Aquí, en España, viene siendo habitual lanzar la consigna de que el problema de Israel son los asentamientos, incluso se ha oído que es el laberinto en el que Israel está perdido. Este es un error de óptica grave, en mi opinión, porque es interesado y reduccionista, al focalizar el conjunto del problema histórico en uno de los puntos más negociables de cualquier futuro -e inevitable- acuerdo. Lo mismo sucedió con el muro. Se decía que el muro era uno de los mayores ultrajes contra la humanidad, un obstáculo para la paz. Ahora, años después, todo el mundo ha terminado por reconocer que sirvió para lo que se hizo: cesaron los atentados terroristas. Las quejas de los palestinos siguieron existiendo, y con razón, obviamente, pero el muro también será parte de una negociación y se derruirá tarde o temprano. No: el verdadero problema de Israel es su seguridad en el contexto incierto de sus países vecinos, fronterizos o no, como en el caso de Irán. Un problema que, por desgracia, no ha variado desde 1948.
La realidad es que cualquier negociación habrá de hacerse desde posturas muy globales (dos estados, sí, pero yendo a la ONU juntos, etc.), con protagonistas que hayan asumido el derecho absoluto de la otra parte -Hamas, nuevamente, es el verdadero obstáculo-, y desde ahí, ir descendiendo a lo concreto mediante escalones que conduzcan al punto final, que es una convivencia desafecta pero pacífica. Esos escalones se llaman asentamientos, que se llaman capitalidad (religiosa), que se llaman refugiados, que se llaman fronteras. La intransigencia palestina a incluir concesiones a medio plazo y reivindicaciones negociables sin condiciones es, pese a lo que parezca, mucho mayor que la intransigencia israelí. Porque esta está basada, en primer lugar, en la experiencia de muchas trampas de última hora por parte palestina, y en segundo lugar, en el sostenimiento de un pulso entre dos por la seguridad. Israel sabe que si cede en la seguridad, tal como está de crispado y confuso su mundo de vecindad, el futuro se le complicará trágicamente. La intransigencia palestina, en cambio, también sospecha de la inveterada retórica israelí, pero está basada en los buenos réditos que su inversión en imagen de víctima le da, ya que no es la seguridad su problema, al contrario, cuando sea un Estado -y lo será-, será el Estado más seguro del mundo. Por todo esto, conviene introducir otros puntos de vista, a la hora de hablar de Israel, y evitar el discurso unidireccional.
Adolfo García Ortega es escritor y editor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.