La victoria de la normalidad
Francia rechaza a Sarkozy, aspira mayoritariamente al cambio y la izquierda es la única alternativa
Unas elecciones bajo el signo de la normalidad? Quién lo hubiera dicho. ¿Quién hubiera podido creer hoy, en un país que suele conformarse con palabras vanas, a menudo enfáticas, que un candidato pudiese alardear de ser “normal” y tener éxito? Sin embargo, tal es el caso de François Hollande, que, tras su clara victoria en estas “primarias cívicas”, será el próximo rival de Nicolas Sarkozy. “Normal” no quiere decir “banal”; al contrario. “Normal” significa “digno” (anti-DSK) y “dentro de los códigos de la República” (anti-Sarkozy).
La normalidad reivindicada pues como antítesis de la agitación, del nerviosismo y la brutalidad del sarkozismo de los primeros días, que todos recordamos. Antítesis de una forma de hacer política que consiste en buscar la divergencia. Cuando la inquietud y el miedo dominan, la habilidad para crear consenso vuelve a ser un valor seguro. El principal error de Martine Aubry ha sido ceder a un reflejo muy anclado en la izquierda del partido socialista: acusar de “debilidad” a cualquiera que reclame la construcción de un consenso y, por tanto, pretenda ser capaz de ir más allá de la izquierda. Una presidencia “normal” será pues lo que Hollande proponga al país. Eso implica no decidirlo todo, no pretender tener razón en todo, ejercicio, es cierto, que siempre se promete pero que, al parecer, nunca se cumple, pues los presidentes anteriores ilustraron, sin excepción, la máxima de Tucídides: “Todos los hombres llegan siempre hasta el límite de su poder”. Especialmente, cuando ese poder se sale de la norma, como es el caso en la V República.
Hollande se sitúa pues en la línea de partida con una ventaja y un handicap. Además de la legitimidad conquistada gracias al éxito de las primarias y a los resultados que ha obtenido en ellas, su estrategia ha quedado validada: el “sueño francés” que ha promovido, el de un país reconciliado con una juventud que podría volver a confiar en un futuro mejor (lo que le permite proyectarse más allá de las dificultades del momento), era evidentemente más movilizador que el de Aubry, a saber, el de llevar a la izquierda a la victoria. Aunque es cierto que, hoy por hoy, Francia rechaza a Nicolas Sarkozy y aspira mayoritariamente al cambio, si la izquierda es la beneficiaria de esta situación, es porque es la única alternativa posible. La derecha, debilitada por la crisis, es impopular en toda Europa; en España, sin embargo, barrerá a la izquierda el mes que viene... Y aquellas y aquellos que, en Francia, dicen preferir la izquierda a la derecha no ocultan su enorme desconfianza hacia las soluciones que proponen los unos y los otros.
Ahí reside el principal obstáculo de Hollande: va a tener que convencer de que sus propuestas pueden ser realistas y eficaces. Y corre el riesgo de verse maniatado por un partido todavía controlado por Aubry, que, armada con el programa del PS, se dispone a librar la batalla por la composición del futuro grupo parlamentario socialista... Con una izquierda que, desde Jean-Luc Mélenchon (Frente de Izquierda) a Cécile Duflot (ecologista), seguía militando por el “todos menos Hollande”.
“Justicia, justicia”, machacaba François Hollande, al estilo de François Mitterrand, en su cara a cara con una Aubry empeñada en oponerle su consigna de “una izquierda fuerte”. Justicia en el reparto del esfuerzo, en la igualdad de trato, en las condiciones de acceso a la meritocracia por parte de la juventud. Es seguramente lo mejor que puede ofrecer Hollande en un contexto, inédito, de ausencia casi total de margen de maniobra, en un país sobreendeudado y en el que todas las señales de alarma están en rojo, condiciones que hacen de su ahora legendaria prudencia una fuerza.
Ahora puede comenzar la verdadera batalla. Y Sarkozy nunca se encuentra tan cómodo como cuando está contra las cuerdas. Este último, es cierto, hubiera preferido enfrentarse a Aubry, pues la separación habría sido más fácil de operar y los argumentos, creía él, más fáciles de elaborar. Aunque solo fuese porque Aubry, que se ha mostrado como adepta de una izquierda dura, podría hacer que los electores centristas renunciasen a su tentación de abandonar a Sarkozy por la idea de la alternancia.
Ahora bien, serán precisamente los electores del centro los que, como siempre en Francia, marcarán la diferencia. Así que, en principio, el éxito de Hollande y su claridad son una mala noticia para Sarkozy. Mala noticia que interrumpe una serie de noticias buenas que llevaban por nombre los de Nicolas Hulot, Jean-Louis Borloo y, según todos creían, Arnaud Montebourg. De hecho, este último tenía la reputación de poder “descentrar” al PS hacia unas posiciones maximalistas que habrían constituido, tras la retirada de Nicolas Hulot y Jean-Louis Borloo, otra bicoca para Sarkozy.
Pero lo primero es derrotar a Sarkozy. Y, como todo el mundo debería saber, este está lejos de haber dicho su última palabra.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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