Cameron afronta su primera crisis de Gobierno con la dimisión del ministro de Defensa
Liam Fox abandona el Gobierno tras una semana de acoso mediático por su trato de favor a un amigo personal
El primer ministro británico, David Cameron, afronta su primera crisis de Gobierno desde que llegó a Downing Street hace un año y medio tras la dimisión, esta tarde, del ministro de Defensa, Liam Fox. Fox llevaba una semana intentando sobrevivir a los constantes ataques de la prensa, que no ha cejado de revelar detalles comprometedores sobre el trato de favor que le otorgó a un amigo personal, al que permitió actuar como asesor personal sin pasar antes el correspondiente escrutinio procesal. Fox será sustituido por el conservador Philip Hammond, hasta hoy ministro de Transporte.
La coalición de conservadores y liberales-demócratas sufrió ya antes una baja, pero en circunstancias muy distintas. El número dos del Tesoro y uno de los mejores cerebros del equipo de Nick Clegg, David Laws, tuvo que dejar el Gobierno a las pocas semanas de haberse constituido porque cobró indebidamente gastos por el alquiler de su piso. Laws, que es millonario, no lo hizo por el dinero, sino para ocultar que el hombre con el que compartía el piso era o había sido su pareja sentimental.
En esta ocasión el asunto es puramente político y las consecuencias son puramente políticas. El caído, Fox, no es un hombre de gran peso en el partido y es completamente ajeno al núcleo duro de Cameron. Pero ese era precisamente su valor: a pesar de su aspecto amable y sus formas suaves representaba al ala más reaccionaria del partido tory, el más cercano al nacionalismo antieuropeo de los últimos años de Margaret Thatcher. El que con más reticencias apoyaba el viaje al centro del nuevo líder y ahora primer ministro.
Cameron le había dado un ministerio muy presentable y que maneja mucho dinero, Defensa, pero que está completamente al margen del verdadero debate político, ese que se cuece en departamentos como Educación, Sanidad, Interior y, por supuesto, el Tesoro o, en otro contexto Exteriores.
En su carta de dimisión, Fox admite que ha “equivocadamente permitido que quedara borrosa la distinción entre mis intereses personales y las actividades del Gobierno”, una línea argumental que ya había utilizado cuando días atrás dio explicaciones en los Comunes.
Esa borrosa distinción se refiere al trato de favor que ha dispensado a Adam Werrity, amigo personal, padrino de bodas y antiguo compañero de piso, al que ha permitido ejercer de asesor personal sin estar debidamente autorizado para ello. Nadie ha acusado a Fox de que él o su amigo hayan ganado dinero, pero la posibilidad de que Werrity haya sacado provecho económico de su amistad con el ministro de Defensa iba creciendo a medida que se conocían detalles de sus actividades o de cómo determinadas firmas con intereses en Defensa habían pagado sus costosos viajes y estancias en los viajes de Liam Fox a Sri Lanka y a países del golfo Pérsico. Quizás Fox no haya incumplido el código deontológico de los ministros del Gobierno, pero lo parece.
Cameron ha defendido a su ministro, pero su forma de actuar invita a pensar que lo ha hecho con la habilidad necesaria para conseguir que cayera como fruta madura, sin tener que quemarse empujándole hacia el vacío. Los retrasos en hacerse públicos los resultados de la investigación sobre el caso no han hecho más que prolongar el calvario de Fox y debilitarle día tras día. El informe no se iba a hacer público hasta el lunes, y un fin de semana son varias eternidades para un político cuando se ha convertido en la presa preferida de la prensa británica. A la hora de practicarla caza del zorro, Fleet Street no entiende más ley que la de perseguir como una jauría y morder lo más cerca posible de la yugular.
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