El gran corruptor
Comprar políticos. Chantajear a los que no se dejan comprar. Demostrar que con dinero se puede todo. Contratarles subrepticiamente cuando están en el poder y descaradamente cuando lo han dejado.
Comprar periodistas, por supuesto. Sin periodistas comprados no puede haber políticos comprados. Ellos serán quienes harán los trabajos más sucios. Ellos serán también quienes mostrarán después sus manos sucias. Incluso serán ellos quienes se enorgullezcan de estas prácticas. Al servicio de la noticias, dirán. Al servicio de la verdad, dirán. No se ruborizarán: solo lo hacen precisamente cuando no mienten.
Quien posee la máquina de la fama lo posee todo. Con periodistas disciplinados y eficaces, todo está ya listo. Palo a quien obedece, incienso a quien se somete. Una vez superado este ejercicio, la compraventa es ya muy fácil.
Solo hay que saber poner un precio claro y alto, para que la mercancía adquirida no tenga escapatoria. Hay que tener en cuenta que muchas compraventas son contratos de futuros, aunque una de las partes luego se olvide. Su valor se verá algún día, quizás lejano, cuando madure la inversión.
Nada es más agradecido que una buena inversión electoral. Primero está el ojeo: hay que escoger al que está en ascenso. Luego el tanteo, que debe ser personal y del que pueden derivarse muy rápidos y directos beneficios. Al final llega la inversión: en el apoyo que proporciona la máquina de la fama, claro está; y también en la inversión directa, que cuando se produce es fruto de un compromiso mucho más serio y duradero. Cuando llegue la cosecha, el corruptor recibirá ciento por uno.
Este excelente corruptor se mueve en los mercados internacionales. Los más rentables suelen ser también los más difíciles, es decir, aquellos donde cualquier poder encuentra límites, controles y contrapesos, molestias que le obligan a esmerarse en sus astucias de viejo zorro. Pero los más seguros y atractivos son los más corruptos. Y ya se sabe que no hay lugar donde mejor anide la corrupción que allí donde se da un poder absoluto.
Su negocio, la máquina de la fama, le exige un mercado y un sistema indefectiblemente democrático. La demagogia que practica exige la democracia para su propia existencia. Pero su corazón está con la autoridad vertical, con los hombres fuertes, con las dictaduras.
Los tiranos, los déspotas, los sistemas totalitarios, son los más próximos a los sentimientos e ideas del gran corruptor. Odia la democracia y preserva como un tesoro la amistad de los dictadores que comprenden su negocio y le comprenden a él hasta compartir su desprecio por el pueblo y por los escasísimos imbéciles que no se dejan comprar por el dinero y por el poder.
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