Rehenes de los más exaltados
En España, no hay más polarización política ahora que hace 10 años. Las distancias ideológicas entre los partidos son prácticamente las mismas. Sin embargo, sí hay crispación y, al igual que en Estados Unidos, ésta es asimétrica. Al margen de episodios puntuales, como el de Murcia, en el que los implicados no son partidos sino ciudadanos concretos, es la derecha la que tiende a desencadenar la tensión en la vida política española. Y lo hace porque le es rentable.
En un país en el que hay más progresistas que conservadores, la derecha ha debido ingeniárselas para imponer en la competición electoral nuevas dimensiones que estructuren el debate político lejos de la discusión clásica en torno a la igualdad, en la que el PP es perdedor. Los populares lograron que en la legislatura pasada se hablase más de política territorial que de derechos sociales o civiles. Y en esta legislatura el PP huye del debate sobre la salida a la crisis, si debe ser social o no, centrando la discusión en la supuesta incapacidad del presidente del Gobierno para gestionar la economía.
La crispación es una estrategia que consiste en la escenificación diaria del desacuerdo político. En contextos de crispación, la confrontación siempre es selectiva. No se trata de oponerse a todo, sino de elegir aquellos asuntos en los que el choque frontal permita debilitar al adversario. Se busca exagerar el desacuerdo. Airearlo adrede. Paradójicamente, en estos años de crispación selectiva, la oposición ha dado su apoyo a casi tantas leyes como en épocas pasadas.
Para lograr que en España se hable más de aquello que le conviene, el PP necesita adoptar discursos crispados. De la política territorial o de la capacidad del presidente, se puede debatir sin odio. Sin embargo, la crispación permite a los partidos obtener el apoyo de aquellos grupos mediáticos, sociales o económicos con posiciones más extremas que las de la mayoría del electorado. Estos activistas cuentan con una capacidad de movilización espectacular, que difícilmente pondrían al servicio de discursos templados. De la movilización nace el apasionamiento por la política, la disciplina férrea en la defensa de un proyecto y, en última instancia, la asistencia masiva a las urnas. No es casual que en las elecciones de 2008, el aumento de voto al PP se produjese en aquellos territorios en los que creció la participación electoral.
El verdadero riesgo de recurrir a la estrategia de la crispación está en que los activistas radicalizados acaben teniendo vida propia. Es decir, que, en algún momento, ya no haya forma de controlarlos. Si eso ocurre, el partido será rehén de los más exaltados.
Belén Barreiro es directora del Laboratorio de la Fundación Alternativas.
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